Mentiras y estadísticas

Sánchez acusa a Feijóo de “plantear una montaña de mentiras y usar de forma descarnada el terrorismo de ETA”

Sánchez acusa a Feijóo de “plantear una montaña de mentiras y usar de forma descarnada el terrorismo de ETA” / EFE

Martín Caicoya

Martín Caicoya

Los dichos famosos son casi siempre un destilado de otros que encuentran en esa precisa composición su supervivencia. Ninguno más adecuado en estos tiempos que el que dice: «hay tres clases de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas». Su concreción se encuentra en una carta de Disraeli, primer ministro en el Reino Unido al «Times» del 17 de julio de 1897: «El señor Peake dice que las cifras que cito ocultan hechos claros. Creo que Lord Beaconsfield dijo que había tres grados de veracidad: a saber, mentiras, malditas mentiras y estadísticas».

Thomas McKeown es muy conocido por haber logrado poner en duda el éxito de las intervenciones médicas. Le bastó mostrar un gráfico de la evolución de la mortalidad por tuberculosis desde finales del XIX hasta los años 70 del siglo pasado. Se observa que la tendencia decreciente sólo se acelera algo con el descubrimiento de los tuberculostáticos. Le sirvió para demostrar que fueron las mejoras en las condiciones de vida las que ganaron la batalla contra las infecciones.

Como muchas veces conté, me di cuenta de una «mentira» de Mckewon al presentar las gráficas de evolución de la tuberculosis. Emplea en el eje de las Y, donde se colocan las tasas, una escala lineal. De manera que descender desde 1.000 casos a 990 tiene el mismo impacto que de 100 a 90, lo que en la evolución de esta enfermedad no es cierto. En estos casos es más informativo mostrar descensos proporcionales mediante una escala logarítmica. Con ella entre 1.000 y 990 hay una diferencia del el 1% y del 10% entre 100 y 90. Esta forma de presentación muestra de manera clara cómo la llegada de la quimioterapia modifica la tendencia, muy a la baja, de la curva de mortalidad. Lo hace más en personas blancas, que tenían acceso a la medicación, que en negras.

La palabra estadística viene del italiano statista, estadista. Aparece en varios países de Europa en el XVIII cuando en los estados crece la preocupación por recoger de manera sistemática datos demográficos y económicos para mejorar su capacidad de gobierno. Quizá la escritura haya tenido en la necesidad de recoger información para la gestión su principal impulso.

Todo hace pensar que la invención del primitivo alfabeto fenicio tenía por objeto reflejar las transacciones comerciales. Un formidable avance que facilitó la escritura y la lectura. No sin reservas. Platón, por ejemplo, creía que la facilidad para escribir atrofiaría la memoria. Supongo que les suena: se dice que las generaciones amamantadas con los teléfonos inteligentes, al confiar la memoria a los dispositivos móviles, no ejercen ese músculo y no ganará el vigor necesario para soportar la inteligencia. Porque la memoria es una parte fundamental de esa facultad. Uno puede ejercitarla para recordar un poema, el catecismo, la lista de los reyes godos o las comarcas y ciudades de España y ríos del mundo. Pero no creo que la creación de esos recuerdos haga más memorioso al niño, solo que podrá recuperarlos, a veces a edades avanzadas. Tampoco creo que los móviles vayan a atrofiar la memoria.

En los debates parlamentarios los políticos exhiben datos en forma de gráficos y tablas para sostener sus afirmaciones mientras los oponentes ponen caras de escepticismo, niegan con gestos o sonríen despectivamente mientras se dirigen a sus correligionarios. Quizá sean ciertos, pero quizá también estén presentados de la forma que lo hacen para sostener conclusiones que no se desprenden de esos datos. Como cuando mi admirado Mckewon intentó dirigir la atención hacia las condiciones de vida. Y se lo agradecemos. Hoy nadie pone en duda que las mayores ganancias en salud en las primeras décadas del siglo XX se deben a las mejoras en la vivienda, la alimentación, el saneamiento base, las condiciones de trabajo y la educación. Me pregunto si el medio justificó el fin.

Pero no menos importante es cómo se recogen. Me decía un compañero con cierto cinismo: para lo que uno es estreñimiento es diarrea para otro. Quería mostrar lo importante que es la definición de sujeto u objeto contable: ¿qué es ser pobre? ¿usan la misma definición todas las fuentes? Más complicado es la exhaustividad. Es un problema común a la mortalidad infantil. En España se hace bastante bien, pero hace solo 50 años había un notable infrarregistro. Si un hecho de tanta trascendencia puede no recogerse, qué pasa con estadísticas más blandas como el paro, cuya definición, además, varía.

No solo en política se emplean los datos con fines torticeros, también en la investigación científica. La técnica de tratamiento no está exenta de sesgos, como decía mi profesor de estadística, el doctor Fleiss, una persona respetada y a la vez odiada: los investigadores me piden a veces que torture los datos para encontrar el resultado buscado que no aparece con la mirada ingenua. Hay mucho dinero y prestigio en juego. En esta carrera por publicar y por obtener financiación, el aporte de conocimiento ha perdido importancia.

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