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Mística y magia

Mística y magia

Mística y magia / La Provincia

Aunque el Estado español no conoció el grandioso momento místico que caracterizó a otros Estados europeos en los siglos XVI y XVII, no quiere decir que no disponga de elementos con los que mostrar al mundo cierta dignidad. La Alhambra, claro, debe su espíritu al sutil sentido de la vida de los gobernantes nazaríes, pero resulta evidente que, desde el tiempo de Carlos V, que celebró allí su luna de miel en 1526, el poder hispano se sintió en casa en medio de la deslumbrante belleza del alcázar. Hoy sigue mostrándolo al mundo con orgullo, confesando así el refinamiento de al-Ándalus.

El acierto de la organización de la cumbre europea de Granada se redondeó con esa cena de platos andalusíes. Pero por si no estuviera claro que somos otra Europa, la voz, el cante y la belleza de Marina Heredia y de sus cantaoras, dejaron claro que la mística se puede sustituir por la magia.

Lástima que esa magia, que parecían emitir como un dorado polen las palmeras de La Alhambra, no se proyecte sobre la dura realidad europea y española. Falta nos haría. Que ese mismo día Rusia perpetre el mayor crimen sobre la población civil deja perfectamente claro que no se amilana frente a la presencia de los cuarenta y siete Estados que se dieron cita en Granada. Sin embargo, tarde o temprano no podrá evitar preguntarse si podrá seguir siendo una potencia con raíces culturales europeas, de seguir este proceder. ¿Cuánto tiempo tardará Rusia en darse cuenta de que Europa no es su enemigo? ¿Cuánto tiempo necesitará para comprender que con Ucrania en la UE no tendrá un enemigo a sus puertas?

Debería, deberíamos, mirar al Congreso norteamericano para animarnos con estas preguntas. Koselleck decía que la crisis es aquella situación en la que ya se sabe que se tiene que tomar una decisión, pero que todavía no sabe cuál será o podrá ser. Resulta evidente que Estados Unidos ya ha entrado en esa dinámica. Lo que hemos visto con la destitución del speaker republicano en la Cámara de Representantes no es una continuación de lo que vimos el 6 de enero de 2021, pero va en la misma dirección. Quienes llevan la manija de los acontecimientos no quieren otro Congreso, sino que quieren hacerlo estallar. Es un sabotaje a la institución parlamentaria, la antesala de la emergencia de poderes de otra índole. ¿Cuál puede ser el grado de fiabilidad de la política exterior norteamericana en estas condiciones? ¿Cuál será la decisión que se tome cuando la crisis no se pueda mantener abierta por más tiempo? Nadie lo sabe. Que no es un asunto que se reduzca a la persona de Trump, parece claro.

A pesar de todas las evidencias acerca de su hostilidad a la representación parlamentaria, Trump sigue apoyado por medio país, lo que nos sugiere que la crisis es de tal calado, que pocos podrán sentirse seguros de USA si la cara de la moneda cae del lado antidemocrático. Bajo estas condiciones, el fortalecimiento de la UE es un imperativo extremo. Trabajar duro para cerrar la crisis de Ucrania, como decía el jueves un apesadumbrado Zelenski, es una exigencia que se vuelve cada vez más dramática.

Mientras tanto, en España comprendemos bien las consecuencias de que el Estado solo tenga la magia de al-Ándalus y no la mística estatal. Aquella condición mística la consiguió el Estado cuando supo situarse por encima de las partes en lucha. Entre nosotros, el Estado siempre fue una instancia de parte en la batalla, no el poder capaz de neutralizar las diferencias radicales. Y eso tiene consecuencias, sobre todo en la mentalidad de aquellos que se creen con derecho exclusivo a ejercer su poder. Se ve cuando se insta al aparato judicial a aumentar el abismo entre la parte independentista catalana y la población española.

Y se ve sobre todo cuando la señora Mata Miró, la impulsora de la manifestación de Barcelona, que pretendía inundar de nuevo sus calles de banderas españolas, lanza el mensaje, a todas luces falso, de que conceder la amnistía es la antesala de la autodeterminación. Querer aumentar las filas de los manifestantes con este tipo de mentiras es indigno de una asociación que se llama «Sociedad Civil», una categoría que nació en Europa para encontrar los criterios de un fair play común que permitiera convivir en paz a los que pertenecían a confesiones religiosas diferentes. Y en cierto modo de eso estamos hablando, de confesiones religiosas españolistas e independentistas. El Estado haría muy bien en dotarse de algo de aquella mística pasada no cediendo ni a unos radicales ni a otros, pero encontrando un camino de convivencia.

Y eso es lo que debe conseguir la ley de Amnistía. Tiene que afectar al estado de las personas, de tal manera que no deje secuelas, ni resentimientos, ni prive de derechos a nadie. Pero al mismo tiempo, debe reconocer que este movimiento es necesario para después negociar de manera franca un pacto de estatus. Pues cualquiera que tenga ojos en la cara se dará cuenta de que, bajo esta situación, la posibilidad de negociar un pacto de estatus, con refrendo del Estado, no puede abrirse camino.

Esto no es echar un pulso al poder judicial. Es pedir al poder judicial que comprenda que, en aquello que debe resolverse mediante pacto, el poder judicial debe cooperar como parte del poder del Estado. Si es que el Estado quiere gozar de algo más que de la magia del viejo al-Ándalus.

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