Reseteando

Ochentismo

Ángel Víctor Torres y Jerónimo Saavedra en una imagen de archivo

Ángel Víctor Torres y Jerónimo Saavedra en una imagen de archivo / CEDIDO/@AVTORRESP

Javier Durán

Javier Durán

Pueden ocurrir dos cosas: o que los ochenta culturales de Jerónimo Saavedra, Manolo Padorno y Felipe Pérez Moreno se conviertan en material de tesis doctoral, o que la ultraderecha tectónica de ahora entierre para siempre aquel episodio de cultura urbana con sus etiquetas malcriadas. La movida, desparrame o efervescencia que se vivió en esta ciudad por aquellos años era similar, aunque periférica (más selvática), a otras que se vivieron en el país, donde los restos del franquismo entraban en fase socialmente agónica. Empezaba algo nuevo. Sea lo que fuere, estaba claro que había muchas ganas de libertad y de exterminar la casposidad de los padres. Y todo ello, de pronto, se evidenció a borbotones en nuevos nichos de creación en el cómic, la música, la moda, el diseño, la ilustración o la fotografía, expresiones que pedían paso en confortable convivencia con la literatura, la escultura o la pintura. Pepe Alemán, observador privilegiado de aquella frotación, se inventaba, jocoso, un interrogante guay ante la reciente fiebre manufacturera: «¿estudias (o trabajas) o diseñas?».

En una escenografía aproximada se puede decir que la noche de la capital, con sus templos, necesitaba más y más tiempo del reloj biónico. Pero no está de más recordar, por si acaso, que la villanía del Gas, con Padorno y sus secuaces al billar, sobre todo periodistas de estreno, trabajaba muy duro (incluso de amanecida). No sabemos si conscientes o no de que a su alrededor pasaban cosas, más allá del enloquecido Utopía con el presidente socialista y su troupe omnipresente, y con Marichús de anfitriona. Hasta este cordon bleu de la vida en su apogeo tuvo una cita más que ineludible: el ochentismo quedó reflejado en una serie para este periódico, Canarias: la vanguardia que viene, que acabó en una gran fiesta que Vox hubiese clausurado por degenerada.

Padorno creaba el Jerónimamente, un tatuaje poético e intelectual para Saavedra. Al socialista le caían sobre su cabeza el antecedente de las fakes como uvas pasas: mientras enganchaba con la modernidad cultural y llevaba a Domingo Pérez Minik a hablar a Los Berrazales, la canariada lo acusaba de despilfarrar en flores, vajillas, de convertir el palacete de San Bernardo en el Versalles de María Antonieta, en comprar cuadros sin rigor, en definitiva en comandar un regimiento de mariconas desesperadas. Pero allí había una idea para sacar a Canarias de su atraso: con la incomprensión pisando los talones, se tejía el Hilo de Ariadna del Festival de Música, o se adquiría la galería de arte La Regenta, o bien el desaparecido exconsejero de Industria Juan Alberto Martín reunía a un grupo de periodistas para explicarles el lanzamiento de la moda canaria.

Esta claro que este amplio abanico de intereses culturales respondía, sin duda alguna, al proyecto del exministro y exalcalde recién fallecido. A la hora de colocar en la balanza para examinar los pros y los contras, me quedo con esta etapa de despegue, pedagogía, cimentación y enorme labor desde la izquierda para hacer que los canarios no se descarriaran bajo el signo de la brutalidad turística. Fui testigo de monólogos apasionados de Padorno explicando su filosofía para situar el folclore y las tradiciones isleñas en general más allá del bar de chochos y moscas. La búsqueda de un sentido que conectaba con los viejos debates del movimiento de Gaceta de Arte y su obsesión potente por la universalidad de las Islas.

La marcha de Saavedra nos lleva a certificar que todavía no ha pasado por la poltrona un presidente capaz de comprender los deseos de libertad, de sintonizar con un cambio tras una larga sequía, como lo hizo él. Y lo consiguió dejando vivir a los que quisieron subirse a su carro cojeante, también a los que lo rechazaban. Una lección para estos tiempos.

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