Azul atlántico

Carlos Juma, polemista lapidario

Carlos Juma, en una de sus últimas entrevistas.

Carlos Juma, en una de sus últimas entrevistas. / La Provincia

Fernando Canellada

Fernando Canellada

El fallecimiento de Carlos Juma es un infeliz acontecimiento en la ciudad. La muerte de este neurólogo, profesor y activista por la causa palestina ha sorprendido a todos sus amigos y a sus muchos seguidores en los grupos virtuales compartidos. Médico humanista, su activismo era agotador y permanente.

Debo el haberle conocido a la tertulia del Hotel Reina Isabel, donde su ponderada opinión, su picardía y su humor eran siempre motivo para el encuentro amistoso, plural y sin sectarismos. Tenía Carlos Juma una personalidad magnética, madera de líder. Era culto, pugnaz, irónico y lapidario. Su espíritu insumiso se desplegaba en charlas por momentos incandescentes. Polemista, rebelde y agitador intelectual, recuerdo haberlo escuchado sorprendido, sacudido, pero siempre con gran interés. Era deslumbrante en las conversaciones en grupos reducidos.

De voz prominente, era bueno, íntegro e incansable. Como no hay verdadera amistad si no se respeta al otro en su diversidad, ideológica, religiosa y política, Carlos respetaba y no confundía al discrepante con el enemigo, y era capaz de hacer del adversario un amigo. Sabio de la ciencia médica, excelente profesional y de profunda humanidad, como buen alumno de los jesuitas, trasladó la pasión y su vocación a sus tres hijas: dos médicas y una psicóloga. Como hombre de mundo, echó raíces en la tierra canaria pero tenía el espíritu en todas partes, aquí y en Oriente Medio; en Andalucía y en Asturias.

En la medicina y en la docencia, así como en la vida misma, supo poner su inteligencia y su trabajo al servicio de los demás. La ciencia no lo explica todo. En la vida lo bello e interesante es ser bueno, cariñoso y un poco rebelde, como Juma. Lo interesante es tener corazón. Entre las muchas actividades que desarrolló sobresale por su compromiso con la causa palestina y el pueblo árabe. En sus últimos años, con una hija casada en Asturias, pudo disfrutar de la buena mesa del norte de la Península como nadie, y vivir el contraste del norte y el sur en su plenitud.

Sabedor de la irreversibilidad de su enfermedad murió con la serenidad que le caracterizó en la vida, rodeado del cariño de su familia, de su esposa y de sus tres hijas en el domicilio familiar, bien atendido por la unidad de cuidados paliativos. Ya descansa en su patria eterna, en la gloria de los hijos de Abraham.

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