Retiro lo escrito

Vivos y muertos

El presidente francés, Emmanuel Macron.

El presidente francés, Emmanuel Macron. / EFE

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Unas horas antes llegaron los resultados de la votación en la Asamblea Nacional francesa del nuevo proyecto de ley de inmigración. La satisfacción de la derecha y la ultraderecha francesa era indisimulable. Más bien era entusiasta. Lean ese antro de peligrosos izquierdistas, Le Monde: «Nunca un gobierno ha aceptado que un proyecto de ley sobre asilo e inmigración diseñado por él mismo para intentar conciliar las posiciones de la izquierda y la derecha acabe en un catálogo de medidas digno de un folleto de Agrupación Nacional (la ultraderecha poslepenista)». «Le macronisme est oficiellement mort». Marine Le Pen considera que la nueva normativa «es una victoria ideológica»: endurece las condiciones de reagrupamiento familiar, penaliza duramente la estancia irregular en Francia y limita –en algunos casos elimina–el acceso de los migrantes a las ayudas públicas.

Europa, finalmente, asume su condición de balneario al borde de la bancarrota dispuesta a defender su mantequilla y sus móviles 5G a punta de cañón. Me deja estupefacto que los socialdemócratas españoles vendan el acuerdo en Bruselas sobre esos cinco vergonzosos reglamentos como un éxito humanista y desde Canarias –faltaría más– nos describan a Juan Fernando López Aguilar como una suerte de Pico della Mirandola, una eclosión de humanismo que logró el milagro del consenso en la Eurocámara. De hecho dudo mucho que a un hombre decente –y un brillante intelectual– como López Aguilar le gusten los puñeteros argumentos, aunque los haya debatido hasta la extenuación. Quien ha ganado es la derecha más tradicional y la ultraderecha que avanza triunfalmente por todo el continente, en las urnas y en las encuestas. Es vergonzoso el paripé de socialistas y democristianos felicitándose por la xenofobia sonriente que emana de este nuevo reglamentismo que no tiene otro objeto que gestionar más expeditamente la llegada de migrantes africanos. Es difícil definirlo mejor que Raquel González, coordinadora de Médicos sin Fronteras: «Este pacto no es una solución a la crisis migratoria, sino la intensificación de las políticas de contención y disuasión, con el rechazo arbitrario en las fronteras y las expulsiones como núcleo». A partir de ahora si te falta un papelito, un sello o un timbre te quedas fuera. Si se decreta tu expulsión inmediata ya no tendrás ninguna instancia superior –política, administrativa o judicial– a la que recurrir. El plazo máximo para proceder a la deportación se fija en 48 horas. ¿Y las cuotas? Las cuotas de migrantes por países son una maravilla y de las mismas están excluidos los estados que ya soportan una gran presión de migrantes. ¿Quiénes son? No se sabe exactamente tampoco.

¿Cuánto cuesta la vida de un migrante para la Unión Europea, para la Comisión, para los comisarios, para los eurodiputados, para los tecnócratas de corazón gris marengo? Ha quedado perfectamente determinado. Veinte mil euros por cada piel negra, morena o cobriza. Si un Estado miembro rechaza total o parcialmente el cupo de migrantes asignado por Bruselas puede liberarse de estas molestias por 20.000 euros por cabecita africana. Poco más de tres millones de las antiguas pesetas. Desgraciadamente creo que a los menores de edad sin acompañamiento todavía no les han puesto precio. Una lástima porque podríamos solicitar una línea de crédito a Madrid en los próximos presupuestos generales del Estado y quitarnos de encima a unos cuantos. Estoy razonablemente seguro que a muchos políticos de diversos partidos –y a muchísimos ciudadanos– les parecería un procedimiento aceptable, siempre que no fueran a pedir 50.000 euros por un bebé desnutrido: para todo deben existir límites morales. Todo este estercolero de xenofobia, miedo e inseguridad se enjabelga con sonrisas, con titulares, con palmadas en la espalda y apretones de manos. Vivos y vivillos que en realidad están muertos. Muertos que seguirán llegando y a los que nadie podrá sofocar su lucha por resucitar un día con techo, trabajo y pan.

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