Observatorio

Perdiendo la batalla del talento

Antonio Arias Rodríguez

La prestigiosa revista Harvard Business Review (HBR) lidera desde hace un siglo las publicaciones de gestión empresarial. Deja a sus lectores acreditados un par de artículos gratis cada número. Este mes gasté ese simbólico crédito en leer un estudio sobre los enormes beneficios del liderazgo «minimalista». Ríanse, pero hoy, en las organizaciones ha terminado la era del liderazgo de los hombres fuertes. Eso dicen y no hablan de política. Los nuevos directores ejecutivos son menos visibles, tratan de evitar ser el centro de atención y ejercen menos control. Permiten que los empleados brillen con todo su talento.

No se trata de imitar al Estado suizo (casi nadie conoce el nombre de su presidente) ni a Joe Biden y sus escurridizas declaraciones. Se trata de potenciar a los colaboradores. Siempre me ha interesado la técnica Mandela del pastor: deja que tiren del rebaño los jóvenes con más talento y, desde atrás, corrige el rumbo.

Uno de mis artículos favoritos en HBR describe las verdaderas lecciones de liderazgo de Steve Jobs. Escrito en abril de 2012, transcurridos unos meses de la muerte del fundador de Apple (también tuve el honor entonces de hacer su necrológica en este diario), está en acceso abierto. Jobs era el prototipo del directivo que no resuelve problemas, sino que los crea a sus empleados. Trata de llevar a las organizaciones permanentemente al límite: hacer los productos o servicios más rápido, más fácil, más barato, más pequeño... Una fuerte personalidad que presumía de ser un imán de todo el talento que pasaba cerca. «Trabajo con todas estas personas inteligentes, y cualquiera de ellas podría conseguir un trabajo importante en otro lugar si realmente se sintiera maltratado. Pero no lo hacen».

El mayor quebradero de cabeza de las empresas globales –sin mencionar su coste– es el talento. Diferenciaba Santiago Ramón y Cajal: «El talento es la facilidad, y el genio, la novedad». Hoy, la lucha por el talento es más descarnada que nunca. Una encuesta reciente realizada a 30.000 personas de 31 países reveló que el 41% de los empleados estaba considerando dejar su trabajo. En este sentido, otro artículo de la revista (sí, consumí mi crédito) describe el nuevo panorama del «talento abierto»; un término que retrata la transformación digital acelerada a través de una fuerza laboral distribuida por todo el mundo, accesible a las empresas a través de plataformas digitales bajo demanda. Concluye: «No importa el tamaño de su empresa o la solidez de su marca, lo más probable es que su organización esté pasando por una crisis de talento».

Los españoles perdemos talento a raudales. En 2022 emigraron 425.000 compatriotas. En términos de formación, casi la mitad de esos emigrantes de 25 o más años posee estudios superiores (30%) o estudios secundarios postobligatorios (19%). Todos intuimos que se marchan muchos valientes y capaces.

El asunto es que el número de personas que deciden abandonar España para buscar oportunidades laborales en otros países ha registrado un nuevo repunte tras la pandemia: un 11,7% más de emigrantes respecto al año anterior. La mitad de ellos se va a la UE o al Reino Unido. La Fundación BBVA estima que entre 2000 y 2018 se perdió en España un 16% del capital humano. Un saldo negativo en términos económicos, a pesar de recibir muchos trabajadores de otros países, sobre todo iberoamericanos.

Además, el estudio ha puesto precio a ese capital humano perdido en 2022, y lo valora en 154.800 millones de euros, un 40% más que en 2019. Una cifra que representa cada ejercicio una pérdida del 1% del valor de nuestro capital humano total. Toda una vía de agua en nuestra economía, olvidada por las reglas fiscales, eclipsada por el déficit presupuestario y el endeudamiento. Pero está ahí mientras la orquesta toca; o mejor dicho: no están ahí. Deberían estar en nuestras oficinas, en los laboratorios o en nuestras obras públicas, aportando ideas y soluciones a nuestro sector productivo o administrativo.

No solo debe preocuparnos que el talento se vaya, sino plantearnos dos incómodas preguntas conexas: ¿por qué en España cada vez hay menos talento? ¿Por qué cuesta tanto reconocerlo y potenciarlo?... No sé si la respuesta radica en algunos de los viejos pecados capitales (pereza, envidia, soberbia, etcétera), pero sí sé que algo habrá que hacer para que nuestra juventud se forme y forje capacidades y habilidades que les permitan sacar adelante a nuestro país en un convulso siglo.

Disculpen el final tan poco navideño. Terminaba Álvaro Cuervo su discurso de honoris causa en la Universidad de Salamanca con la explicación: «Quizás se pregunten por el tono algo crítico de mis palabras. A ello sólo puedo responder que soy economista, y por ello algo triste».

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