Cartas a Gregorio
Llamadas y mensajes de móvil
Querido amigo, lo de escribir con el móvil no parece ser lo mío, Gregorio, sobre todo si resulta que le doy a la tecla de envío antes de releer lo que he escrito, porque seguro que me encuentro con cualquier cosa menos con lo que quería decir.
Y es que, a nuestra edad, ya tenemos los dedos como el pene, y no porque sea más grande o más pequeño, sino porque no conseguimos manejarlo. Lo que quiero decir es que no logramos darle a la tecla correcta y tampoco acertamos a mear por dentro…
El móvil tiene la puñetera manía de corregirte como si supiera lo que vas a escribir, y te pone «pedo» cuando querías escribir «pero».
No sabes la que armó un colega cuando quiso enviarle a su mujer un mensaje que decía: «María, se me ha hecho tarde y voy a tener que ir a comer con los amigos. No me esperes despierta». Pero resulta que en el móvil salió: «María, se me ha hecho grande y voy a tener que ir a joder con los amigos. No me esperes descubierta…»
Hoy la gente no se molesta en hacerte una llamada, sino que te envían un mensaje escrito por WatsApp al que no tienes tiempo ni oportunidad de contestar y se quedan tan panchos.
Parece que no sabemos que el peor enemigo que tenemos lo llevamos con nosotros en el bolsillo, Gregorio. Nos acompaña a todas partes y es el mayor espía y traidor que se puede imaginar. Es un testigo implacable de todo lo que digas y de lo que hagas, y siempre está al servicio de los demás porque como testimonio tuyo no tiene ningún valor legal.
Tampoco podemos prescindir de él porque, más que las tarjetas, tendremos que pagar y cobrar todo con ese maldito trasto, y, además, es el mayor confidente de la Agencia Tributaria.
Lo único que podemos hacer es usarlo lo menos posible, desconectarlo siempre que podamos o guardarlo en un estuche de plomo, que, según dicen, es la mejor forma de que nadie tenga un acceso fácil.
Otra posible solución es que, como quiera que los chinos han puesto móviles en el mercado a precios muy asequibles, podríamos contratar varios teléfonos de prepago solo para nuestras cosas.
Pero no paran aquí los inconvenientes, porque resulta que mi hermano Claudio, que recibió la llamada de la mujer de un amigo cuando iba conduciendo, se le ocurrió pasarle el móvil diciéndole que quien llamaba era otro amigo con el que acostumbraban a salir de copas.
Nada más coger el teléfono, el tipo se explayó diciendo: «Gilipollas, no sabes lo que te estás perdiendo… Estoy con Claudio en el coche y vamos a comer a San Mateo con dos tías buenísimas…»
Su mujer intentó decirle quién era, pero la cosa ya no tenía remedio, y estuvieron más de una semana sin dirigirse la palabra.
Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.
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