Retiro lo escrito

Identidad y contenidos canarios

Ana Oramas

Ana Oramas

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Lo de Ana Oramas en esa reunioncita de la Real Sociedad Económica de Amigos del País –treinta años lleva uno escribiendo en los periódicos y jamás esa venerable institución le ha invitado ni a un cortado – es enojoso. Porque su afirmación es lamentable, porque está groseramente expresada, porque no era la hora y el lugar, obviamente, pero también, y principalmente, porque Oramas no falta a la verdad. No digo que sea perfectamente realista pero tampoco es una falsedad. Una cosa es que desde hace muchos años existan contenidos canarios en los currículos escolares; otra, muy distinta, es que el conocimiento de la cultura canaria de la mayoría de los profesores sea más amplia y rigurosa, precisamente, que esos contenidos. Conocer la cultura canaria no es saber que Viera y Clavijo fue historiador, Teobaldo Power músico o Blas Cabrera científico. Eso es lo que te puede decir un estudiante que sacó con buena nota la ESO. A un profesor se le debe exigir un poquito más. Y cuando lo haces – insisto: salvo una minoría quizás amplia, pero minoría aun – generalmente pierdes el tiempo esperando. No es de los docentes, por supuesto, toda la culpa. Muchísimos tienen bastante con soportar sin infartarse la indisciplina, el absentismo, la angustiosa falta de tiempo para tratar a cada alumno individualizadamente, el martirizante papeleo burocrático que deben acometer casi a diario, el hecho de que los alumnos que llegan a la secundaria obligatoria, por ejemplo, presenten entre graves y atroces problemas de lectoescritura y padecen la capacidad de atención un mosquito. Después de varias décadas han fracasado los diseños de los contenidos canarios y su inserción en los planes de estudio; siguen funcionando como una suerte de apéndices complementarios o agregados ad pedem litterae sin mayor impacto formativo. Y lo más curioso es que ha ocurrido bajo la gestión de gobiernos mayoritariamente nacionalistas, aunque también con dirigentes socialistas al frente de la Consejería de Educación. Suya es la mayor parte de la responsabilidad en esta frustración educativa que se extiende ya a tres generaciones de estudiantes.

Todo el mundo debidamente civilizado siente cierto resquemor ante el concepto de identidad cultural. Como concepto la identidad cultural más útil, sugerente y operativa es la que se sabe cuestionarse a sí misma y eso es todavía más obvio en una identidad cultural plural y acriollada como la de Canarias. La identidad nunca puede ser una solución cerrada, sino un conjunto abierto de preguntas que iluminan contradicciones complejas, a menudo destruyendo mitos. No puede ser un confinamiento en un imaginario complaciente, sino un camino de descubrimiento. Sin embargo, las identidades no se eligen, como explica maravillosamente el filósofo angloghanés Kwane Anthony Appiah: “Funcionan solo porque, una vez caen sobre nosotros, nos hablan como una voz interior, y los demás, al ver lo que creen que somos, también nos interpelan de ese modo”. La única manera de reenmarcarlas, reorientarlas, asumirlas crítica y modernamente es en diálogo y trasvase con los que no pertenecen a nuestro grupo, pueblo o etnia. Transformar las mentiras que nos unen – como dice el propio Appiah – en un relato preciso y descarnado de nuestro pasado sobre el cual se alcen valores de libertad, convivencia y tolerancia.

En Canarias viven ahora miles de niños que no nacieron aquí o que se han trasladado a las islas con muy pocos años. Son los nuevos canarios, que significarán un elemento transformador en las sociedades insulares antes de mediados de siglo. Mantener vivo y transmitir nuestro patrimonio cultural es una metodología elemental para cohesionar socialmente a un país, para anclar un sentido de pertenencia que es, sobre todo, la esencia de una forma de responsabilidad con tu territorio, tu país y tus vecinos. Y nos falta muchísimo camino – aunque puedan sobrarnos algunas groserías – incluso para ponernos en camino.

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