El lápiz de la luna

El gato que amaba los libros

«-Sabes bien qué libros demanda la mayoría de lectores, ¿no? Cosas sencillas, baratas y estimulantes

Gato doméstico.

Gato doméstico. / Unsplash

Elizabeth López Caballero

Elizabeth López Caballero

Siempre me ha gustado leer historias relacionadas con los libros. He de confesarles que de no ser lo que soy hoy día, me habría gustado abrir mi propia librería en la que, además de vender libros, se sirviera café con pastas, chocolate caliente, con una zona acogedora de lectura en la que organizar recitales de poesía, lecturas de novelas maridadas con vino y queso, así como actividades infantiles de iniciación a la lectoescritura para niños los fines de semana y cuentacuentos. Ahora parece un sueño, pero no lo descarten. ¿Utópico? Tal vez. Últimamente, cuando dejo de creer en el sistema educativo (demasiado a menudo), me descubro fantaseando con ese espacio en el que refugiarme. Uno siempre está a salvo entre lecturas. Quizá por eso me gustó «El gato que amaba los libros» de Sosuke Natsukawa. Es una historia fresca y llena de realismo mágico a través de la cual el autor japonés hace una mordaz crítica a la industria literaria. El libro, a grandes rasgos, trata sobre un joven que creció en una librería regentada por su abuelo y que tras su muerte se ve obligado a cerrarla. Hasta que entra en juego Tora, un gato que necesita ayuda para salvar los libros que se encuentran en peligro. Rintaro, el protagonista, y Tora inician un viaje en el que nos van desgranado las luces y las sombras de las grandes editoriales que han olvidado el alma de los libros y a las que solo les preocupa cuántos seguidores tienes en redes sociales para asegurarse un número determinado de ventas.

Desde hace un tiempo, algunas editoriales piden un informe de redes antes de leer un manuscrito, de esta forma cambiamos cantidad de ventas por calidad literaria: «-Sabes bien qué libros demanda la mayoría de lectores, ¿no? Cosas sencillas, baratas y estimulantes. Lo único que podemos hacer es adaptarnos a los libros que nos piden», comenta el editor, uno de los personajes de la historia. Asimismo, esta novela hace que el lector se replantee la diferencia entre leer por «postureo social» y hacerlo desgranando y saboreando cada párrafo: «Leer no es solo disfrutar y emocionarse. En ocasiones hay que ir línea a línea, releer repetidas veces la misma frase, y avanzar despacio y con esfuerzo para comprender lo escrito […]. Del mismo modo que, tras un larguísimo sendero, las vistas se abren al llegar a la cima». El libro me gustó porque les hace un guiño a los clásicos, tanto orientales como occidentales, y nos permite reflexionar sobre la importancia de los libros, del pensamiento crítico, de la educación, del lenguaje y, por otro lado, del estilo de vida que llevamos. Sin embargo, para decirlo todo y a fuer de ser sincera, los personajes me parecieron algo flojos, con poca profundidad y un poco predecibles. Aun así, es una novela que recomendaría para todo aquel que necesite reconciliarse, de algún modo, con la literatura. Parafraseando a un amigo que también sentía pasión por la lectura y que ahora hace un año que nos abandonó -Alexis Ravelo, cuánto te extrañamos-, «lean, carajo».