Opinión | Volando bajito

El hijo de la camarera

Una camarera trabaja en una terraza.

Una camarera trabaja en una terraza. / EP

Hoy debe estar en los 45 años, más o menos. Con 15 o 16 años, su madre, que se dejó la salud sirviendo copas, le encargó qué amaneciendo el día, cogiera un taxi y fuera a buscarla al trabajo. El muchacho sabía que mamá era la encargada de la barra de la discoteca de más éxito de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en los años en los noventa, cuando la noche y el día se daban la mano mientras amanecía. Nunca unas gafas de sol fueron más necesarias. El chico llegaba, avisaba al portero para que, a su vez, avisara a su madre. «Tu hijo está fuera», era el escueto mensaje que cada madrugada le transmitía el portero a la mujer. Uno de los encargados de la disco había contratado a la mujer por rápida y seria. Poco a poco el jefe reparó en el aquel chico dispuesto y listo. Los años pasaron, la mujer quedó embarazada de una niña y al papá le faltó tiempo para salir corriendo. Llegó hasta Barcelona y allí olvidó a sus hijos. El machito no quiso saber jamás de los tres. Una amiga de su madre y su hijo mayor tiraron del carro para salir de momentos complicados. Un día la discoteca comenzó a dar tumbos y acabó cerrando. Uno de los empresarios que soltó amarras decidió montar un negocio relacionado con fiestas selectivas.

Dos socios con un camino andado, veteranía y experiencia, y uno joven, el hijo de la camarera, su hombre de confianza.

Las vueltas qué da la vida.