Tropezones

Breverías 132

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Me encontraba el otro día contemplando los lances de uno de esos artistas callejeros, haciendo malabarismos para entretener al personal, cuando uno de los espectadores se alejó del corrillo ostentosamente, como manifestando su desagrado con el espectáculo. Pero lo chusco e inesperadamente divertido fue la imitación del artista que se puso en la estela del que se alejaba, reproduciendo a la perfección los andares del tipo, pero enfatizándolos hasta la caricatura, con un efecto desternillante. Pero la reflexión que me suscita el incidente es que el modo de moverse caminando del imitado no tenía nada de llamativo pero su imitación era perfectamente identificatoria del individuo. Y es que nuestra manera de movernos constituye sin duda una seña de identidad como pueda serlo el rostro o la huella digital. Y no es de extrañar que en la identificación de algún presunto delincuente por las cámaras de seguridad de establecimientos o vigilancia de la vía pública por la policía, la falta de nitidez de la cara de la persona grabada se compense con el registro de su personalísima manera de andar y de moverse. Por ello me permitiría aconsejar que en las ruedas de identificación de la policía se incluyeran unos pasos de los sospechosos, que debidamente contrastados con los registros de las cámaras sin duda señalarían al candidato premiado. Y para mayor abundamiento podría entrar en funcionamiento un análisis comparativo reforzado por la inteligencia artificial de los andares grabados y los registrados en la rueda de identificación. Con lo que las herramientas de identificación tradicionales, las faciales y las de la voz, se verían refrendadas con las del modo de moverse del examinado.

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Hace ya un tiempo me gocé un programa por televisión en el que un grupo de ingenieros materializaban algunos inventos de Leonardo da Vinci. Recuerdo que uno de ellos era la construcción de una gigantesca ballesta, según unos planos de Leonardo, que venía a ser una ballesta a lo bestia, como diez veces el tamaño de las que disparaban flechas, pero esta diseñada para lanzar bolas de cañón. El experimento, con una versión reducida de la diseñada fue un fracaso, aunque ya no recuerdo si por el alcance del artilugio o por partirse una de las tablas de la ballesta. Yo no descarto que muchos de los planos presentados por Leonardo a su señor y mecenas Ludovico Sforza, ávido de prototipos bélicos, fueran un farol. Al fin y al cabo también el famoso tanque de madera, equipado con profusión de armamento que se podía mover en todas direcciones, tuvo que abandonarse por imposible de manejar. Otro artilugio muy renombrado era el cañón giratorio, en realidad una serie de arcabuces montados como los radios de una rueda para disparar en distintas direcciones, que al igual que una ametralladora consistente en varios cañones montados adosados unos al lado de otros, desconozco si llegaron a ponerse a prueba en alguna escaramuza guerrera del conde Sforza. Desde luego no creo que se llegara a probar el paracaídas, otro más de los múltiples inventos conceptuales del genio, de concepto tal vez revolucionario, pero que con la vela del tamaño de una sábana, hubiese garantizado un buen porrazo a su conejillo de Indias. Por no hablar del amago de pájaro, el ornitóptero, que igual que el llamado tornillo aéreo tampoco llegó a cuajar como ingenio volador operativo. Pero en fin, creo que hay que agradecerle al conde Sforza su mecenazgo, pues aparte de facilitarle a Leonardo registrar más de 2.000 patentes, le permitió a su protegido regalarnos sus creaciones más universales, en campos tan variados como el arte o la medicina.