Opinión | Isla Martinica

El sueño del felón

Pedro Sánchez llega a Brasil para una visita oficial de tres días

Pedro Sánchez llega a Brasil para una visita oficial de tres días / André Coelho

En una escueta misiva, uno de los padres del impresionismo, Pierre-Auguste Renoir, confesaba a Élie Faure que «fatigado como estoy de la civilización, no tengo más que un sueño, y es retirarme lejos, a las Islas Canarias, y no ver más que salvajes». Lo de salvajes, incluso en el tiempo de la redacción de la epístola, sobraba, pero así nos calificaban en la Europa de finales del siglo XIX, qué se le va a hacer. En el presente, alguno que está en el poder, cuando caiga, porque todo lo que sube, como bien se sabe, ha de caer, abraza el sueño de venir a estas tierras amables, en las que olvidarse del mundanal ruido. En ese caso, personalmente, me gustaría que el lugar de descanso fuera la Isla del Diablo, que es como llamaban a la de enfrente durante la Edad Media. No es que tenga inquina contra nadie en particular, pero resulta que, cuando al personaje se le mande al diablo, allí estará precisamente.

Con total seguridad, el sueño del felón estará marcado por el deseo de no alejarse de su patria de adopción, la marroquí, a la que tanto le debe y de la que tanto calla, como tampoco ha de distanciarse de Lanzarote, la ínsula que acogió, en otra década prodigiosa, a su padrino ideológico, el inefable Zapatero. En sí, la elección de Canarias es coherente, pero maldita la gracia que le hace a este columnista que lo peor del socialismo hispano se cobije en el terruño que le vio nacer. Así que, caído el sanchismo, y si Dios lo permite, tendremos en nuestro archipiélago al representante cualificado del sectarismo rampante que ha gobernado este país durante más de un lustro.

El señor Sánchez-Castejón hará buenas migas con los compañeros de siglas en unas islas que serán ya conocidas como la Santa Helena de Napoleón o el retiro de Copito de Nieve en el Zoológico de Barcelona, más esto último que lo primero, para qué nos vamos a engañar, por grande que sea la voluntad del protagonista en rivalizar con el genio corso. El temor de unos cuantos, entre los que me cuento, es que, al igual que al gorila albino, vengan en su búsqueda ingentes cantidades de turistas, curiosos de estar en presencia del mayor felón de la historia de España desde la llegada de Fernando VII al trono.

Con la derrota en Galicia, precedida del fracaso del proyecto estrella de la legislatura, el de la Ley de Amnistía, el bochorno del caso Koldo y la sospechosa actuación del que fuera número dos del partido de la rosa, José Ábalos, en las mordidas de los contratos de suministros de mascarillas en plena pandemia, el sanchismo se acerca a su final. Y uno, por seguir con la alegoría, recuerda las palabras del Informe para una Academia, de Franz Kafka, en las que un espécimen recién liberado de su condición es obligado a recuperar la experiencia vivida en su etapa como chimpancé. Alejado de lo que fue la actividad política, el felón rendirá cuentas de un tiempo que para muchos supuso la peor pesadilla de la convivencia en años. ¿Pronunciará lo mismo que el personaje kafkiano o se aventurará en la justificación? Creo que se decantará por el ejemplo del autor de La metamorfosis, ya que «su naturaleza simiesca aún no está del todo reprimida».

Décadas atrás, el Mono Felipe deleitaba a los más pequeños de la capital grancanaria, concretamente, en las inmediaciones del actual Parque Doramas, pero ahora tendremos al Felón Patrio en la cercana Isla del Diablo. Ni en el mejor de los guiones cinematográficos cuadraría una estampa así.