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La Revolución de los Claveles

La Revolución de los Claveles

La Revolución de los Claveles / La Provincia.

A las 00.25 horas de la madrugada del 25 de abril de 1974 el locutor Leite de Vasconcelos lee en el programa nocturno Límite, de Radio Renascença, los cuatro primeros versos de la canción «Grandola, vila morena», que pincha a continuación. Se oye la inconfundible voz del cantante José Afonso: «Grandola, vila morena, terra de fraternidade, o povo é quem mais ordena». Es la señal que esperaban los capitanes portugueses para poner en marcha el golpe de Estado. Si hubo un acontecimiento que marcó a toda una generación de españoles, jóvenes y menos jóvenes, en los años setenta ese fue, sin duda, la Revolución de los Claveles.

El próximo jueves se cumplirán 50 años de aquella madrugada de abril en la que un grupo de comprometidos militares portugueses, a los que se adhirió de forma inmediata y entusiasta la sociedad civil, acabó con la dictadura salazarista de forma pacífica. No hubo ni un solo disparo y los únicos cuatro muertos, todos ellos civiles, fueron provocados por desesperados policías políticos cuando se vieron acorralados por las masas en su propia sede. El golpe fue perfecto, de manual, gracias al ideólogo Víctor Alves, al estratega Vasco de Lourenço y al ejecutor del plan Otelo Saravia de Carvalho. Los tres eran en aquel momento capitanes de apenas treinta y poco años que representaban a una generación de oficiales mentalizados por la inutilidad de las guerras coloniales que mantenía el régimen de Marcelo Caetano en Angola, Mozambique y Guinea-Bisáu, y también por el atraso político, social y económico que vivía Portugal.

No había existido hasta entonces en la historia moderna un hecho tan singular: el que unas Fuerzas Armadas realizaran un golpe militar para devolver la soberanía al pueblo. La caída del régimen autocrático portugués provocó también una señal de esperanza para millones de españoles que creyeron ver en los hechos que sucedía al otro lado de la frontera el preludio de lo que podía pasar en España. Incluso algunos vieron en el general Díez Alegría la proyección hispana del general Antonio de Spínola, primer presidente de la Junta de Salvación Nacional en Portugal. Pero obviamente aquí no pasó nada, a no ser la detención y procesamiento de un pequeño grupo de valientes oficiales pertenecientes a la Unión Militar Democrática (UMD), entre ellos, un canario: el entrañable capitán Antonio García Márquez. España no estaba involucrada en guerras coloniales y el país había alcanzado con las políticas desarrollistas un nivel de vida muy superior al portugués. El dictador español moriría un año y medio después en la cama tras una cruel y dolorosa enfermedad. Pero hoy, medio siglo después, nadie duda que el ejemplo de la Revolución de los Claveles tuvo una gran influencia para que la transición española a la democracia fuera pacífica y ordenada. Fue el primer fogonazo de los cambios que sacudieron los cimientos de los sistemas dictatoriales que se mantuvieron durante largos años en la Península Ibérica.

En la actualidad el balance de aquel golpe militar en Portugal es sobresaliente: se superaron las guerras coloniales, el país es un ejemplo de democracia, la economía es estable y está integrado en la Unión Europea. Es verdad que muchos de los objetivos utópicos del Movimiento de las Fuerzas Armadas quedaron en el camino; pero es una ley histórica que las revoluciones terminan por sucumbir ante los dictados de la realidad. Lo que nada nos puede arrebatar de la memoria es el eco lejano de aquella canción de José Afonso que habla de una tierra de fraternidad y que fue elegida con acierto como la chispa que puso en marcha aquel sueño de libertad adornado por miles de claveles rojos.