Crisis del coronavirus

El lado más oscuro del coronavirus golpea a una familia de Las Palmas de Gran Canaria

Esther Ramos, una mujer de 71 años residente en la capital grancanaria, relata el daño que causó el Covid-19 en su entorno

Sergio Daniel Britos, Esther Ramos y Paola Gómez, a la salida de rehabilitación.

La Provincia

El SARS-CoV-2 ha golpeado con fuerza a millones de familias en el mundo, que han tenido que enfrentarse a la muerte de un ser querido por las graves complicaciones que es capaz de provocar este virus. Esther Ramos, una mujer de 71 años que reside en la capital grancanaria, pone un claro ejemplo del dolor que puede de causar el patógeno en los hogares cuando muestra su lado más oscuro. Y es que la septuagenaria no solo tuvo que luchar contra el Covid-19 en la Unidad de Medicina Intensiva (UMI) del Hospital Universitario Insular de Gran Canaria junto con su pareja, Sergio Daniel Britos, también sufrió la pérdida de su hija mayor. «El coronavirus ha quebrado a muchas familias. Mi nieto y mi nieta, que tienen 15 y 16 años, se han quedado sin madre y yo sin una de mis hijas», lamenta. 

Según relata la paciente, todo ocurrió durante el pasado verano. Como era habitual, su primogénita, que tenía 45 años, se fue de vacaciones con sus hijos a un hotel del sur de la Isla. «Ella estaba divorciada del padre de los niños, que por circunstancias familiares viven conmigo, y aprovecharon su paso por el sur para quedarse un par de días más en su casa. En realidad, no sé si se contagiaron en el hotel al que fueron o en esa casa, porque él fue el primero en dar positivo a pesar de estar vacunado», apunta Ramos. 

Sintomatología

Cuando su hija llegó a su hogar de residencia, sus nietos le informaron de que había comenzado a manifestar síntomas similares a los que puede provocar un resfriado común. «El padre de mis nietos aún no sabía que estaba contagiado y no le di mucha importancia a lo que estaba ocurriendo. Yo he tenido mucho miedo durante esta pandemia porque mi marido es un paciente de riesgo y sufre enfermedades pulmonares, pero en ese momento no pensé que podía tratarse del Covid», confiesa. 

Al cabo de unos días, el padre de los niños «comenzó a sentirse mal» y se desplazó hasta su centro de salud. «Allí se desmayó y lo trasladaron al Materno. Finalmente, le hicieron la prueba y dio positivo», indica Esther Ramos. El hombre permaneció nueve días ingresado en la octava planta del centro. «Paralelamente, mi hija llamó a los niños y les contó que se encontraba peor, pero ella no quería ir al médico porque tenía mucho miedo. Al final entró en razón y el niño la acompañó a un centro privado, pero no le hicieron ninguna prueba y solo le mandaron medicación», enfatiza. A su juicio, esto hizo que perdiera un tiempo muy valioso, «ya que podría haberse salvado». 

El cuadro clínico de la mujer empeoró y decidió no tener más contacto con sus hijos para protegerlos. «Se desplazó hasta la casa de una amiga y ella dejó que se quedara, pero llegó un momento en el que tuvo que llevarla a Urgencias del Hospital Insular porque ya estaba muy mal». 

Al llegar, los profesionales confirmaron el diagnóstico positivo en la afección y fue derivada a la UMI. En el área, los sanitarios hicieron todo lo posible por salvar su vida, pero, lamentablemente, el coronavirus ganó la batalla. Todo sucedió muy rápido. De hecho, ingresó el jueves, 22 de julio, y la paciente falleció tres días después. «La víspera de su muerte, nos llamó una doctora para decirnos que mi hija había llegado muy tarde y no iba a sobrevivir», anota Ramos, que además afirma que su primogénita padecía obesidad y diabetes. «Yo no asimilé las palabras que me había dicho porque también estaba contagiada y no lo sabía, me sentía muy confusa y no era consciente de la realidad», añade. 

Esther Ramos perdió a su hija y estuvo hospitalizada junto con su pareja en la UMI del Insular

Sus nietos y su marido, que al igual que ella no había accedido a los sueros contra el virus, ya habían empezado a reflejar síntomas. De hecho, el 27 de julio, Sergio Daniel Britos, de 63 años, acudió a su centro de salud para realizar una revisión rutinaria del aparato que utiliza para controlar la apnea del sueño. Fue entonces cuando su médica de cabecera decidió que era necesario practicarle una prueba de Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR). «Tenía muy mal color y lo llevaron al Insular. Inmediatamente, lo trasladaron a la UMI y esa misma noche me llamaron por teléfono para pedirme autorización para poder realizarle una traqueotomía», apostilla la septuagenaria. Solo un día después, Esther Ramos, que ya tenía fiebre y apenas podía moverse de la cama, ingresó en críticos. «Yo estaba en otro mundo. Solo recuerdo que me encontraba sin fuerzas, que tenía tos y que me dolía todo el cuerpo», comenta la afectada. 

Ambos sufrieron cuadros neumónicos muy graves y permanecieron ingresados un mes en el área de críticos, donde precisaron intubación. Posteriormente pasaron a planta, si bien el varón recibió el alta el 27 de septiembre y Esther Ramos el pasado 4 de noviembre. 

En la actualidad, la pareja lucha cada día por superar las secuelas que les provocó la enfermedad y el hecho de haber permanecido tanto tiempo hospitalizados. «Aún sufrimos dolores intensos en los brazos y estamos yendo a rehabilitación. Mi marido, además, recibe sesiones de rehabilitación pulmonar», informa. La paciente, que se había sometido antes de padecer la infección por SARS-CoV- 2 a dos operaciones de columna, caminaba con ayuda de una muleta para poder realizar sus tareas cotidianas. Ahora, en cambio, debe desplazarse en silla de ruedas por haber perdido «fuerza» en las piernas. «Tengo la esperanza de recuperar la vida que tenía antes y poder caminar aunque sea con la ayuda de la muleta».

Teniendo en cuenta la experiencia vivida, la mujer no duda en poner de relieve la importancia de la vacunación y del diagnóstico precoz. «Estoy segura de que nos contagiaron los niños, pero ellos, afortunadamente, pasaron la enfermedad en casa. Esto nos ha servido para aprender que, además de tener que cumplir con las medidas de prevención que están indicadas, es importante estar vacunados y permanecer atentos a cualquier síntoma para poder notificarlo pronto a los médicos», asevera. 

"Aún sufrimos dolores intensos en los brazos y vamos a rehabilitación", dice la septuagenaria

Para Paola Gómez, la hija menor de Esther Ramos, la sucesión de acontecimientos ocurridos fue una «pesadilla». «Me costó muchísimo aceptar lo que estaba pasando. En realidad, parecía que estaba soñando y que de algún momento a otro me iba a despertar», afirma. Todo apunta a que también sufrió la infección. Sin embargo, el resultado del test de antígenos que se practicó mostró un resultado negativo. «Tenía síntomas similares a los que había tenido mi madre y yo también vivo con ella, por lo que los médicos creen que también me contagié, aunque no esté registrado en ningún sitio». Según garantiza, en ese momento tampoco había recibido la vacuna. 

El especialista en Medicina Intensiva Sergio Martínez, que ejerce sus funciones en el Insular, ha sido testigo del dolor que han sufrido muchas familias en la Isla por culpa del coronavirus. Por el área han pasado muchos matrimonios, varios miembros de una misma unidad familiar y personas jóvenes que no han podido superar la patología, lo que, sin duda, no ha dejado indiferentes a los que cada día luchan por salvar vidas ataviados con mascarillas y batas. «Yo he vivido muy de cerca esos sentimientos. Sin ir más lejos, en la cuarta ola, una mujer mayor afectada por el Covid estaba a punto de fallecer y llamé a sus familiares para que pudieran verla, pero también eran positivos y no pudieron venir. Sin duda esos momentos son muy duros para ellos, pero también para nosotros», subraya el facultativo.  

Cambios

Lo cierto es que el profesional forma parte del Grupo de Humanización, un movimiento que, en palabras del doctor, «surgió a nivel nacional» y tuvo como principal objetivo a los propios sanitarios. «Era necesario cuidar a los profesionales para poder ofrecer la mejor asistencia. Después fuimos avanzando y extendimos la iniciativa a los enfermos y a las familias, pero llegó la pandemia y ya los familiares no podían visitar a los pacientes Covid», recuerda. 

Por esta razón, en la primera ola, la Gerencia facilitó al colectivo tablets y teléfonos móviles. De este modo, los médicos podían realizar videollamadas con los familiares de los pacientes para que pudieran estar más cerca de sus seres queridos. «Con la llegada de nuevas olas, el sistema cambió y solo nos quedó el teléfono», dice el doctor Martínez, que además es consciente del gran reto que supone explicarle a las familias la situación de los enfermos sin que estas puedan ver con sus propios ojos cómo está el paciente. «Es cierto que en casos excepcionales permitimos que los familiares vengan, pero, en general, la comunicación se realiza por vía telefónica y es complicado».

Ahora, con la vista puesta en el futuro, y después de dos años batallando contra un enemigo que apenas da tregua, el doctor solo espera no tener que volver a descolgar el teléfono para comunicar la defunción de una persona por causas asociadas al Covid. Ese, sin duda, «sería el deseo más anhelado».

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