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Silenciar publicaciones e historias

La camaradería, he descubierto con los años, se construye mejor sobre los odios y las penurias compartidas que sobre ninguna otra cosa

Ilustración de silenciar publicaciones e historias.

Ilustración de silenciar publicaciones e historias.

Conocí a @m hace más de un lustro en la red de microblogging conocida como Twitter, ahora X. Me genera una vergüenza extraña referirme a esta red social por su nuevo nombre, prefiero seguir llamándola Twitter. Qué pésima decisión de rebranding, les diré. En la mayoría de las ocasiones, si algo funciona bien tal y como está lo mejor es no tocarlo; se corre el riesgo de estropear para siempre un artefacto que costó mucho tiempo construir.

Por aquel entonces esta red social aún no se había convertido en la granja de bots ultraderechistas y noticias falsas que es ahora, todavía se podían mantener conversaciones agradables con gente extraña e ir sentando, tuit a tuit, las bases de una relación cordial. A veces incluso las de una amistad. En algunos rarísimos casos, estas amistades traspasaban las pantallas de cinco pulgadas de los usuarios de la app y se desarrollaban cara a cara. Somos animales muy raros, los seres humanos.

No queremos que nadie sepa mucho sobre nosotros y, sin embargo, nos la pasamos ansiando conexiones íntimas, reales y verdaderas, que nos comprendan y nos conozcan de verdad. En las conversaciones con desconocidos con los que se comparte uno o dos intereses muy concretos existe algo que no se da cuando se habla con alguien que nos tiene demasiado vistos ya. Dos avatares –de vez en cuando tres– sobre el fondo negro o blanco de una conversación por mensajes directos tienden a ser mucho más libres y honestos que dos personas sentadas a una mesa. Aquí no importa tanto cuánto dure nada, creo.

@m y yo teníamos en común algo que une muchísimo más que la ideología o los hobbies: nos caían mal las mismas personas. La camaradería, he descubierto con los años, se construye mejor sobre los odios y las penurias compartidas que sobre ninguna otra cosa. Qué liberador es poder despotricar ante un público que no solo acepta nuestra perorata sino que además no tiene forma alguna de jugarla en nuestra contra en la vida real. Quizá sea esto lo que más echo de menos de Internet, no ser un nombre propio asociado a un rostro y una vida sino un conjunto de números y letras, un arroba, una imagen pixelada.

También lo fácil que es deshacerse de alguien. Silenciar o bloquear a una persona son opciones reservadas únicamente para la vida digital, a menos que estemos en un episodio de Black Mirror. Una pena. Por aquella época yo había comenzado a ser muy consciente de mi condición de peón en la maquinaria corporativa; muy válida para ser explotada a destajo, pero perfectamente prescindible en el momento en el que formulara alguna queja. Mi jefa de esos años también era consciente de esto, para su total alegría y satisfacción. @m por su parte, llevaba más de una década marchitándose en el funcionariado. No hay nada como el ejercicio de la función pública para perder la fe en la humanidad, supongo.

La primera vez que nos vimos en persona fue en el verano de 2018, en un agosto infernal y tan caluroso que mientras iba al lugar en el que habíamos quedado llegué a ser muy consciente de cómo las suelas de mis playeras se iban desgastando sobre el asfalto. De ese primer encuentro recuerdo la sensación tan extraña de estar frente a alguien de quien sabía demasiadas cosas pero a quien no había visto sonreír, caminar, llevarse una taza de café a la boca o pasarse una mano por el pelo; también lo rápido que naturalicé todo.

La segunda vez que nos vimos fue en la primavera de 2023, en su ciudad natal. Me vi esta vez sentada frente a una persona cuyos peores defectos tenían cualidades similares a las de un arma de destrucción masiva. Nuestra amistad duró muchos años, una gráfica de picos altos en los que hablábamos varias veces al día y curvas inferiores en las que nos perdíamos la pista durante semanas, a veces meses. Me gusta pensar que nos seguimos la pista en la distancia para las cosas buenas y nuestros respectivos éxitos mientras imaginamos y esperamos que no haya nada malo sobre lo que tengamos que ponernos al día.

Seguimos teniendo en común lo fundamental, no obstante. No llevamos muy bien el tema este de tener que trabajar.

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