Ramsford Fanday tiene 18 años aunque por su apariencia cualquiera diría que tiene unos cuantos más. Cuando era adolescente decidió salir de Sierra Leona para emprender una odisea que el pasado fin de semana le llevó a Gran Canaria. "Sólo pensaba en la vida y la muerte", dice en varias ocasiones para describir los tres días que pasó en alta mar en una minúscula patera en la que iban a otras 22 personas. El martes un juzgado les dejó en libertad y les soltó en la capital a su suerte. Pasaron aquella noche al raso en las inmediaciones de la plaza de Santa Catalina por la falta de plazas para acogerlos. Ahora, él y otros 34 subsaharianos duermen en la piscina 29 de abril de la calle Mariucha a la espera de saber qué ocurre con ellos. Tienen asegurado techo hasta el lunes. Entonces, las administraciones decidirán.

Fanday nombra a Dios en varias ocasiones. De religión cristiana, salió de Freetown en solitario en 2015 cuando era un adolescente -14 años-. Durante este tiempo ha ido pululando por el África Subsahariana y el Magreb. Cuenta que salió por Guinea, después entró en Malí, Costa de Marfil, Burkina Faso y Benin, para después dirigirse a Argelia y Marruecos. Siempre se movió por carretera. En el país del reino alauita se subió a una de las barcazas. Afirma que no sabe cuánto le pagó a las mafias. "Me cogieron y me dijeron que les diera lo que tenía y me metieron en el bote", declara en compañía de Coné Brica, un costamarfileño de 26 años que también llegó al sur de la Isla el pasado fin de semana.

El 'viaje' de Brica también empezó hace unos años. Concretamente en 2011. La situación política en su país, unido a la muerte de su madre, hizo que huyera de Abiyán -capital de Costa de Marfil- para intentar buscarse la vida. El único propósito era conseguir un buen trabajo para ayudar a sus cuatro hermanas menores. "Con 18 años ves que no tienes ninguna salida en tu país y decides abandonarlo porque quieres tener un futuro seguro". Los países que tocó coinciden en parte con los de Ramsford Fanday: Liberia, Guinea, Malí, Mauritania y Marruecos. En la costa marroquí coincidieron ambos. Llegaron a un punto que no sabrían situar en el mapa. Allí esperaron hasta que la pasada semana se dieron las condiciones idóneas para partir; el mar estaba como un plato. Las mafias les avisaron el jueves, subieron a sendas pateras y emprendieron una travesía que nunca olvidarán. Por delante un único objetivo: una vida mejor.

El trayecto fue "duro, muy duro", enfatiza Ramsford Fanday. Las organizadores les dieron agua y comida para aguantar algunos días y les ordenaron que siguieran un rumbo hasta ver una luz. Una luz que significa Europa. "En tres días sólo piensas en la vida y en la muerte", cuenta, para añadir que pasó gran parte de esos tres días en alta mar rezando a Dios. Dios, a quien tanto Fanday como Brica no paran de mencionar durante la entrevista.

En el trayecto, Fanday reconoce que apenas comió. El estómago lo tenía cerrado. "Sólo rezaba". Y pensaba en la muerte. "Cualquier error y nos íbamos abajo". El agua estaba a unos pocos centímetros de que entrara en la patera. Y cuando lo hacía, que a veces ocurría, achicaban con lo que tenían. "Cogíamos una taza y la sacábamos", señala. Unos chalecos salvavidas les permitía albergar alguna esperanza de salvación si la barca zozobraba, aunque también sabían que cualquier error les llevaría a la muerte porque nadie les encontraría en medio del inmenso océano. Tampoco tenían espacio para moverse. Recuerda que para levantarse y sentarse tenían que hacerlo al unísono bajo una sonata. "Cualquier fallo hacía que se moviera", con el peligro de volcar y hundirse. Si ocurría, Fanday asegura que en su caso nadie se hubiese enterado. "Mi familia no sabe donde estoy, no sabía que había cogido ese bote, nadie lo sabía", apunta a veces en inglés a veces en un correcto francés que aprendió para poder sobrevivir en los países por los que deambuló durante los últimos años.

Si Fanday pasó tres días en el mar, Coné estuvo cuatro. "Todo estaba en la mano de Dios", dice el segundo. Fanday señala que cuando vio el barco de Salvamento Marítimo se emocionó. "Lloré, estaba muy feliz, estábamos salvados", cuenta. "Le di las gracias a Dios, había vuelto a nacer", añade. "Le di las gracias a Dios porque habíamos visto la luz", declara Coné. Gracias a Dios, quien para ellos era su único guía, el único que les podía mantener con vida.

Salvamento Marítimo les rescató, Cruz Roja les atendió en primera instancia y después permanecieron entre uno y dos días en la comisaría de la Policía Nacional. Cuando el juez les puso en libertad -están todos identificados- caminaron sin rumbo fijo por el parque de Santa Catalina. Era un grupo de una treintena de personas que no sabía adonde ir, que pedía ayuda, que pedía comida. "Fuimos a la Policía Local". Después Cáritas se interesó por ellos. Durmieron la noche del pasado miércoles en la parroquia de Santa Isabel de Hungría en compañía de otras 33 personas, entre ellas siete mujeres. Y el pasado jueves, después de que la oenegé alertara a las distintas administraciones de la grave situación en la que se encontraba este grupo de africanos, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria cedió el pabellón hasta el próximo lunes, cuando se espera que la Delegación del Gobierno ya tenga una solución para ellos. La Cruz Roja está en todo momento pendiente de las 35 personas que se encuentran en la instalación deportivo. Todos están bien de salud, aunque alguno ha tenido que ser trasladados a los centros de salud por las molestias provocadas al beber agua de mar durante el trayecto.

Ellos tampoco saben qué va a ocurrir. Ramsford Fanday asegura que está completamente solo. Era el único sierraleonés que iba en la patera. Aún no ha podido hablar con su familia para dar señales de vida. Lo mismo les ocurre a Coné y Fofana, otro marfileño. Algunos tienen teléfonos móviles, otros lo perdieron o se les estropeó durante el trayecto al mojarse con el agua del mar, pero aún no han logrado conectarse a internet para decirles a los suyos que están bien, que han llegado a Europa, pero que se han jugado la vida.

- ¿Lo volvería a hacer?

- "Ahora que conozco la experiencia, nunca se lo recomendaría a nadie. Es un suicidio", sentencia Fanday.