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Sucesos históricos

Un alférez mata a una prostituta en Navidad en Las Canteras

El 25 de diciembre de 1940 un suceso histórico conmovió a Las Palmas de Gran Canaria en plena Navidad

Calle Sagasta, en 1951, 11 años después del asesinato del alférez. En la imagen se ve la antigua sede del Club Victoria.

En la madrugada del día de Navidad de 1940, la sangre corrió en la calle Sagasta, en las inmediaciones de la Playa de Las Canteras. Un alférez del Ejército mató a una prostituta con la que desde hacía tiempo mantenía una relación sentimental. Despechado, no pudo resistir que la mujer de la que se había enamorado charlara amigablemente con un nuevo amante. Tres puñaladas acabaron con su vida. Luego él trató de suicidarse.

El invierno de 1940 empezó pronto en Gran Canaria, con un viento gélido que despojaba a los árboles de sus hojas doradas en Nochebuena.

Adentro, en un bar de la calle Sagasta, en la playa de Las Canteras, vestida con un traje de colores y los labios pintados de rojo carmín, Antonia Rodríguez conversaba con un nuevo cliente cuando varias cuchilladas acabaron con su vida.

Su agresor, un exmilitar del Ejército español, donde alcanzó el grado de alférez, había incurrido en la descomunal inocencia de enamorarse de aquella mujer de la vida unos meses antes de ser movilizado para la guerra.

Cuando Miguel Aurelio Bustamante Rincón, de 39 años, cometió el asesinato hacía dos días que la mujer que yacía ensangrentada en el suelo había tomado la determinación de poner fin a la relación sentimental que ambos mantenían ante las continuas amenazas y malos tratos de los que era víctima.

Ni una sola línea de este sórdido suceso apareció escrita en la prensa del momento, censurada durante el franquismo, cuyos protagonistas eran un mando militar y una prostituta. Por fortuna, la sentencia criminal número 134 hallada en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas y un libro escrito por el abogado de la defensa, Manuel Padrón Quevedo, ya fallecido, sobre Casos prácticos de Derecho Penal dejaron para la historia los detalles de este tratado entonces como crimen pasional que nunca fue publicado en prensa y que hoy sería un caso de violencia machista de libro.

Aquel joven abogado se convertiría con el tiempo, en plena transición política en España, en procurador en Cortes hasta las postrimerías del franquismo, además de ser presidente del Gabinete Literario durante cuatro décadas y uno de los impulsores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Fuera de sí

Aquella madrugada del 25 de diciembre de 1940 Miguel Aurelio Bustamante estaba fuera de sí. Con el coraje encendido, esperó en las inmediaciones del bar Farol, situado junto a la playa de Las Canteras, a que Antonia Rodríguez saliera de dicho establecimiento y aprovechando el momento en que subía al automóvil de su nuevo acompañante, estacionado en la esquina de la calle Sagasta, irrumpió en la escena y le asestó tres puñaladas que le atravesaron el corazón y le partieron el hígado. La muerte fue instantánea.

Acto seguido, Aurelio Bustamante huyó en dirección a la playa.

Y una vez allí se hizo varios cortes con el cuchillo aún ensangrentado que portaba. Una de las heridas incisas se la hizo en el cuello, tratando de cortarse la yugular. Sobre la arena quedó tendido, donde fue hallado por varios agentes de la policía que ya estaban tras su pista. Antonia Rodríguez, la víctima, hacía dos días que había decidido abandonar el domicilio que compartían. Aquella firme determinación produjo un gran disgusto en el alma de Aurelio que no quería perder la dicha de seguir sintiéndola respirar dormida en su mismo lecho.

De hecho, el día anterior al crimen la pareja mantuvo una acalorada discusión en plena calle, muy cerca del Gobierno Civil. El enfrentamiento tomó tal cariz que una amiga de ambos se vio obligada a pedir el auxilio de un guardia que de servicio allí se encontraba: "¡Es mi mujer!," dijo Aurelio con vehemencia, dirigiéndose al agente. Antonia negó que fuera su esposa y dijo que simplemente vivían juntos. El guardia pidió al agresor que abandonara el lugar, acompañando a continuación a las dos mujeres para que cogieran un taxi, que las llevó hasta la casa.

Tras este episodio llegó la noche del 24 de diciembre de 1940.

Antonia charlaba amigablemente con un conocido, con el que ese día había estado en diferentes lugares de la ciudad antes de decidir tomarse unas copas. Apenas media hora permaneció la pareja en el bar Farol. Pero ya sus pasos eran seguidos muy de cerca por un hombre ofuscado. Pocos minutos pasaban de las doce de la noche cuando unos gritos desgarradores quebraron la quietud de Las Canteras.

El abogado Manuel Padrón Quevedo.

"Una pasión deformada"

El juicio oral y público celebrado en la Audiencia Provincial de Las Palmas despertó una cierta expectación aquella mañana del 28 de abril de 1942, dos años después del asesinato. Un joven abogado, Manuel Padrón Quevedo, hizo una exacerbada defensa del procesado. "Aurelio merece, más que el castigo, la conmiseración, porque es el sujeto, activo o pasivo, de una pasión erótica, quizás deformada, a la que supedita carrera, posición e incluso su propia vida, en un malogrado intento de suicidio", dijo ante la concurrida sala de vistas. La pena de muerte que solicitaba el ministerio fiscal fue reemplazada por una condena de 17 años y cuatro meses de reclusión menor, además de las 15.000 pesetas que, en concepto de indemnización, debía satisfacer el reo a los familiares de la víctima.

El militar le enviaba dinero desde el campo de batalla

Aurelio Bustamante Rincón hacía vida marital con Antonia Rodríguez, a la que, después de rescatarla de un prostíbulo de Santa Cruz de Tenerife "puso tal empeño y demostró tan puras delicadezas y atenciones que la consideró como si de su legítima esposa se tratara".

Sus amigos y compañeros de armas le hicieron desistir de la gran afectividad que sentía hacia aquella bella mujer que trabajaba de rutina en un burdel de la ciudad. Pero Antonia era una morenaza tan espléndida que en un lugar menos evidente se hubiera confundido con una estrella de cine. Aurelio se había enamorado de tal forma que ella era su vida y su razón de ser. Y así, en estas circunstancias, el militar puso en su petate una foto de su amada y se fue al frente. España se había partido en dos aquel 18 de julio de 1936.

Su compañera se hospedó, entretanto, en el domicilio de sus padres, al tiempo que Aurelio le enviaba una parte de su paga de militar desde el campo de batalla.

Acabada la guerra, regresó al acuartelamiento de Tenerife y allí debió enfrentarse a un grave problema laboral. Aurelio fue condenado como cómplice de tres delitos de estafa, tratando de encubrir a unos conocidos de su compañera. Expulsado del Ejército, no tuvo más remedio que buscarse la vida con trabajos esporádicos de venta de mercancías hasta que se estableció con su chica en la capital grancanaria. Era marzo de 1940.

La pareja vivió durante un tiempo de los ahorros guardados y alguna que otra venta lograda por Aurelio. Pero el 22 de diciembre de 1940 la relación se quebró definitivamente. Antonia abandonó el hogar familiar, dejando escrita una carta sobre la consola.

En la misiva expuso las razones de su decisión que no eran otras que la falta de dinero, evitar que siguieran tratando de chulo a Aurelio y, también, su propósito de ganar dinero siguiendo una vida licenciosa.

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