La historia de por qué se conoce a Canarias como Islas Afortunadas

En la mitología griega era el lugar donde las almas encontraban el descanso eterno, caracterizado por paisajes verdes, floridos y soleados

¿Por qué se conocen como las Islas Afortunadas? En la mitología griega las “Islas Afortunadas” o “Islas de los Bienaventurados” eran el lugar donde las almas encontraban el descanso eterno, caracterizado por paisajes verdes, floridos y soleados, a diferencia del Tártaro, donde iban los condenados a sufrir.

En su intento de asignarle a este entorno un espacio real ubicado en su mismo mundo, encontraron unas islas salvajes con tierras fértiles lejos de las columnas de Hércules situadas en el Estrecho de Gibraltar y a las que se llegaba atravesando el Océano Atlántico. Estas islas coinciden geográficamente con la Macaronesia, formada actualmente por las Islas Canarias, Islas Azores, Madeira, Islas Salvajes y Cabo Verde.

El primer documento escrito con una referencia directa a Canarias se debe a Plinio el Viejo, que cita el viaje del rey Juba II de Mauritania a las islas en el 40 a. C. y se refiere a ellas por primera vez como Islas Afortunadas (Fortunatae Insulae). En este documento también aparece por primera vez el término Canaria, utilizado para hacer referencia a la isla de Gran Canaria.

Más allá de este la mitología de la Antigua Grecia, en la actualidad siguen conociéndose coloquialmente así por el buen tiempo durante todo el año, con temperaturas primaverales con inviernos cálidos y veranos frescos; las playas paradisíacas, costas vírgenes con aguas turquesas y arena blanca; o incluso los microclimas dentro de cada isla con un contraste de paisajes único en el mundo.

Su redescubrimiento

El redescubrimiento de las Islas Afortunadas, en 1312, gracias al navegante italiano Lanzarotto Malocello marca, desde un punto de vista histórico-geográfico, el inicio de los grandes descubrimientos de la navegación oceánica más allá de las Columnas de Hércules. Las islas que en la antigüedad habían representado un codiciado e inalcanzable paraíso terrenal situado en el misterioso límite del mundo habitado, pronto se convertirían en el trampolín hacia el llamado Nuevo Mundo: situado al final del viejo mundo y cerca del nuevo, las Islas Afortunadas constituyeron una frontera entre el mundo clásico medieval de míticos lugares paradisíacos y el renacentista moderno de descubrimiento.

El tema de las Islas Afortunadas, por tanto, surge por primera vez en la historiografía del descubrimiento, en el siglo XVI, en la obra del humanista italiano Pietro Martire d'Anghiera como tema privilegiado en el contexto del intento más general de escribir una "historia" del Nuevo Mundo. Este autor, amigo de Colón, fue precisamente el primero en escribir una historia de los descubrimientos, llamada Decadi de orbe novo, entre 1511 y 1530.

A continuación se muestra la versión final del pasaje sobre Canarias de la edición definitiva del trabajo:

“Las Islas Afortunadas, como muchos creen, llamadas Canarias por los españoles, y descubiertas mucho tiempo atrás, están a mil doscientos mil pasos de Cádiz en alta mar, según cuentan, porque dicen que están a trescientas leguas, y expertos en el arte de la vela deducen de sus cálculos que cada legua contiene cuatro mil pasos. La antigüedad las llamó islas Afortunadas por la temperatura de su cielo, pues no sufren ni el crudo invierno ni el tórrido verano, por estar situadas al mediodía fuera del clima de Europa por completo. Pero hay quien cree que estas Islas Afortunadas son lo que los ingleses llaman Cabo Verde: yo creo que son las Hespérides Medusas. En estas Islas Canarias, habitadas hasta ahora por hombres desnudos, y viviendo sin religión alguna, Colón se detuvo a buscar agua y aparejar sus naves, antes de lanzarse a tan extenuante trabajo. Me parece que, ya que hemos llegado a Canarias, no nos molesta contar cómo de desconocidos se hicieron conocidos, y de los baldíos cultivados, que el largo intervalo de años les había hecho olvidar cómo eran desconocidos. Estas siete islas, llamadas Canarias, fueron recibidas con buena suerte en 1405 por un francés llamado Bethancourt por permiso de la reina Catalina, tutora de su hijo el rey don Juan, que era un niño. Bethancourt ocupó y colonizó dos de ellos: Lanzarote y Fuerteventura. Muerto él, su heredero los vendió a ambos por dinero a unos españoles. Posteriormente, Fernando Peraza y su mujer ocuparon la isla de Ferro y La Gomera; y en nuestros tiempos Pietro de Vera, noble ciudadano de Jerez, y Michele de Moxica hicieron lo mismo con Gran Canaria, y Alonso de Lugo con Palma y Teneriffa, a expensas del rey. La Gomera y la isla de Ferro fueron sometidas sin mucho esfuerzo. Alonso de Lugo obtuvo la sumisión por medios duros, pues aquella gente, desnuda y salvaje, guerreando con piedras y palos, una vez puso en fuga a su ejército, matando unos 400 hombres; pero al final salió victorioso. Así todas las Canarias fueron añadidas a las posesiones de Castilla”.