Arnold Toynbee, el gran historiador inglés, explicaba cómo los pueblos, las sociedades, a lo largo de la historia, se enfrentan en determinados momentos críticos a importantes retos que les obligan a ofrecer una respuesta a la altura del desafío que sufren. "El reto y la respuesta", decía Toynbee, se convierte así en uno de esos mecanismos que explican el devenir de la historia. Si la respuesta es la adecuada y logran superar el desafío, los pueblos progresan; si, por el contrario, la respuesta es débil y no lo supera, los pueblos inician un largo y doloroso ciclo de declive.

Creo que a la sociedad canaria le conviene reflexionar sobre esto y preguntarse si está viviendo uno de esos momentos críticos que ya vivió en otros periodos históricos. Y pensar, también, si estamos dando el nivel de respuesta que corresponde al grave y difícil reto al que nos enfrentamos.

¿Cuál es el reto?

Después de un ciclo de tres décadas de democracia y autonomía, Canarias sale del subdesarrollo y construye en el tiempo de una generación una sociedad moderna. Pero de repente, casi sin darse cuenta, se ve abocada a una crisis económica, social y política de extrema gravedad. Un retroceso de cinco años que nos lleva a 400.000 parados, a una crisis económica y social que nos convierte en una de las regiones europeas en situación más delicada.

Hemos descubierto también que la crisis canaria es más profunda que la española y de más difícil recuperación, porque a la crisis general se suma la del modelo económico canario. Ya resulta evidente que nuestro actual modelo de desarrollo ha quedado desfasado, los instrumentos económicos y fiscales con los que actualmente contamos, en parte ya no sirven. Y sobre todo no nos permiten adaptarnos al mundo nuevo de la globalización que viene después de la gran crisis. A un mundo de intensa competitividad, lleno de incertidumbres y que plantea fuertes y complicados desafíos.

¿Cuál es la respuesta?

Observemos el escenario político canario de las últimas semanas. El Parlamento discute los presupuestos para 2014, es decir, los mismos tópicos y la misma rutina, un debate insulso que evita cuidadosamente entrar en los grandes problemas que ahogan nuestro futuro. Los diputados parecen más atentos al esperpento de las mociones de censura en cabildos y ayuntamientos que en buscar soluciones rápidas a problemas urgentes.

El Senado, en estos días, cierra los presupuestos del Estado, en los que Canarias queda otra vez humillada y ridiculizada. Al mismo tiempo, el nuevo líder del PP canario, señor Antona, da una conferencia con un estimulante título: Los desafíos de Canarias. Pero el señor Antona no entra en ninguno de los desafíos y se pierde en un rosario de propuestas del manual del PP que podría haber explicado igual en Extremadura, La Rioja, Murcia o Ceuta y Melilla. Los problemas específicos de Canarias, como si no existieran. Por lo que se le entendió, el único problema de las Islas es su Gobierno: lo hace tan mal que a Canarias le va fatal; lo que al señor Antona no le produce angustia o preocupación, solo una disimulada satisfacción. Parece entender que a eso se limita la labor de la oposición.

En medio de la triste y aburrida película, aparece Paulino Rivero, presidente del Gobierno, dirigiendo dos cartas, solemnes y dramáticas, al Rey y al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. "La lealtad de las Islas no es correspondida", advierte Rivero con dolor. "Se está convirtiendo a Canarias en un territorio de ultramar postergado" y, en consecuencia, advierte el presidente canario, "un creciente sentimiento de desafección hacia España se está gestando en Canarias". Y aún más contundente: "En caso de romper el Gobierno de España el pacto institucional con Canarias, se abriría un escenario de incertidumbre en las relaciones Canarias-Estado".

Una carta así merecería que se le prestara una especial atención por los gobernantes de España, pero sorprendentemente no ha generado ni comentario ni respuesta de Rajoy. Un silencio que no se si expresa preocupación o desprecio. Más bien parece lo segundo, al ocurrírsele enviar a las Islas a María Dolores de Cospedal, que ayer, en su estilo habitual, que prefiero no calificar, resume todo el problema en una frase: "Hay algunos que quieren que en Canarias nunca cambie nada". Sin comentarios.

En los cinco siglos de integración de Canarias en España, ha habido muchos y largos períodos de olvido, marginación e incomprensión. Se ha dicho que "los canarios son distintos, porque están distantes". Pero este que estamos viviendo es uno más de esos momentos. Lo grave no es el tono arrogante y superficial con que nos tratan los políticos españoles cuando nos visitan, me parece mucho peor que eso la incomprensión con que reaccionan ante nuestra situación, ante nuestros problemas, a la gravedad especial de nuestra crisis, a no entender en absoluto la profunda crisis de identidad que empieza a sufrir la sociedad canaria.

Eso ya lo hemos vivido antes. Pero también es verdad que nunca lo hemos resuelto con cartas lamentando la lealtad no correspondida, el amor no compensado, el triste lamento del buen súbdito ante el mal señor. Estas formas y este tono nunca convencen ni conmueven al poder central, más bien les suena al discurso del general que da la batalla por perdida, a la región que expresa con dolor su derrota.

La historia, la gran maestra, nos enseña que los canarios solo hemos sido escuchados y entendidos en Madrid cuando hemos sabido presentar con firmeza y claridad nuestros derechos, convertidos en exigencias razonables. Y así, nuestros fueros nunca han sido cartas de derechos otorgados, sino cartas de derechos conquistados. En nuestra historia, cuando hemos ganado, es porque la hemos sabido escribir nosotros, y no que nos la escriban otros. Cuando, como dice el poeta, hemos sido voz y no eco.

Enseñanzas de la historia

En 1852, rompimos el yugo comercial de España y conquistamos los puertos francos, con razones y exigencias, y no con lamentos. En 1972, los canarios de derecha e izquierda, unidos, fuimos los únicos en arrancar a la dictadura de Franco el Régimen Económico y Fiscal. En 1986, peleamos hasta conquistar un Protocolo Especial de integración en la Unión Europea que, con el tiempo, se convirtió en nuestro estatuto de ultraperiferia en los tratados europeos. En 1994, luchamos hasta el punto de provocar una crisis de gobierno en Canarias y forzar en el Congreso de los Diputados un nuevo Régimen Económico y Fiscal. En su preámbulo, se dice que 22 años después del primer REF del 72, éste había quedado desfasado y Canarias necesitaba actualizarlo.

Y ahora, otros 20 años después, con profundos cambios en el escenario mundial, transformaciones en nuestro escenario geográfico y un agotamiento de nuestro modelo de desarrollo, ¿no ha llegado el momento de un nuevo REF, de un Estatuto Especial para las Islas, pactado y apoyado por toda la sociedad canaria, que consolide nuestros fueros históricos y lo adapte a un mundo en profunda transformación?

Solo reformas puntuales

Y si es así, ¿cómo andamos intentando negociar con España y la Unión Europea unas simples reformas puntuales, pequeños remiendos a un traje que ya no nos sirve, anticuado y estropeado? El reto enorme que tiene Canarias para las próximas décadas, para los próximos 25 años, para toda una generación, exige -como diría Toynbee- que la respuesta esté a la altura del reto. La solución no es una carta: es un nuevo Régimen Económico y Fiscal, una nueva ley orgánica que recoja los instrumentos y políticas necesarias para empezar a construir un nuevo modelo de desarrollo. Esa ley debería estar redactada ya. Estamos perdiendo un tiempo precioso. Debería aprobarse en el Congreso de Diputados inmediatamente después de las autorizaciones europeas. Refundiría las leyes del 91 y del 94, como contempla la propia del 94. Sería el Estatuto Permanente de Canarias ante España y la Unión Europea.

En la negociación actual con Bruselas no hay que negociarlo todo, sólo habría que presentar aquellos aspectos que sean competencia de la Unión Europea, que son los menos. Y ante España, el resto: todos los nuevos instrumentos económicos, fiscales, competenciales e institucionales que nos permitan vivir, progresar y desarrollarnos. Esta es nuestra carta. Y no la independencia. No andamos jugando con soberanismos inútiles. Solo planteamos, para poder sobrevivir, la defensa de una identidad diferenciada como pueblo español y europeo. Nuestros fueros y derechos, que no se apartan ni un milímetro del marco constitucional español. Las exigencias de una sociedad madura. La decisión responsable en este momento histórico. En definitiva: nuestro derecho a decidir.