"Castellano, qué bueno baila usted". La orquesta Golosina le da salsa a mansalva al mediodía del Martes del Carnaval, ayer, en la trasera del Edificio Miller. Unos cuantos cientos de máscaras, mascaritas y mascarones, como Castellano, le dan baile al cuerpo, en un cita eminentemente familiar. Tanto, que al fondo hay una parentela vestida de ciento y pico mil dálmatas que abre un tupergüé con macarrones.

Todo parece rodado, como que es así de la misma manera que llueve o deja de llover. Pero detrás del escenario se abre un mundo de cables, contenedores-oficinas, cuartos de quita y pon que ejercen de camerinos y enormes listados con nombres, carnés de identidad, teléfonos, horarios... Un alambique más propio del trajín de una gran industria que de un simple martes de belingo.

Nati Santana es la productora de los conciertos nocturnos y explica la mecánica para engrasar la enraladera. Tiene 47 años, es natural de la capital y con esta edición cumple 18 años moviendo no los hilos, sino los cables del quince que permiten que los acontecimientos se sucedan sin ningún suceso que reportar, sino todo lo contrario.

Antier se recogió a las seis de la mañana, desayunó, se refrescó y ahí está de nuevo -"nací para esto"- en perfecto orden de revista bajo un chaparrón de vatios de sonido, explicando cómo se cocina una megafiesta de semanas sin que se fundan los plomos. "Si vamos a preparar un buen estofado, lo primero es la verdura", ilustra tras confesar que su plato estrella son los callos, según le dicen sus invitados. "Vas al súper, y eliges, pero también a la frutería para seleccionar bien las papitas y luego a la carnicería a por los mejores cortes. Y luego a rehogar. Lo único que, en este caso, los ingredientes son infinitos".

Y el rehogado interminable.

El caldero se pone al fuego en septiembre. Tiene que llenar de contenido las actuaciones musicales que se ofrecen tras las galas en tres escenarios diferentes, coordinando a un total de 18 orquestas.

Durante no menos de cuatro días se suceden las llamadas para formar el tetris del calendario de actuaciones, consultando las disponibilidades, y cuadrando días y horas según las necesidades de cada grupo. Luego viene la ficha de las formaciones, con el nombre, DNI y teléfono de sus componentes y equipo técnico, para ir confeccionando las acreditaciones y preparar las pulseras identificativas.

"En un día puedo gastar hasta 72 pulseras", unos chismes con caducidad de apenas horas porque desde que acaba la actuación termina su vigencia, lo que implica todo un ejercicio de logística que implica a... "sería imposible contar el número de personas".

Una vez esto, a por los contratos. Uno por uno. Con reuniones posteriores con el técnico de sonido de cada formación. Y entre estos y los de la Sociedad del Carnaval, que incluye gerentes, directores artísticos, coreógrafos, escenógrafos, para conocer si la fecha de cada actuación, o el micrófono que se pone delante, o el micrófono que camina para atrás son compatibles con las necesidades de esta o aquella orquesta. Todo un ejercicio de armonía, de armonía show, para que la cosa se encarrile.

Ponga usted que ya hemos llegado al día de la actuación, o de las actuaciones, con una retahíla de artistas, músicos y técnicos entrando y saliendo. Hay que hacer las pruebas de sonido. Empiezan desde por la mañana, unos requieren hasta dos horas, con lo que la jornada de Nati Santana llega a días. "El primer grupo que sale es el último que hace estas pruebas, para no cambiar los parámetros". Todo multiplicado por tres, en el escenario principal, en el del Bulevar y el del Chill Out.

Llueva o solaje. O, como ayer, haga luto por Manolo Feo, gerente del teatro Guiniguada fallecido inesperadamente, "y que ha dejado muy triste al mundo de la cultura isleña", resalta Santana para levantarse y resetear: "La vida, que es así, pero me encanta y es una profesión en la que quiero estar".

Ahí Nati arranca con fuga. La Golosina está acabando y da paso a la siguiente por venir. Tal cual como la vida misma.