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Una vida de ilustraciones

La artista Elena Odriozola, Nacional de Ilustración 2015, desgrana su trayectoria en un encuentro con los lectores

"Ilustrar también es contar historias, pero a partir de mi propia interpretación de lo que leo", revelaba ayer la artista donostiarra Elena Odriozola, Premio Nacional de Ilustración 2015, durante su encuentro con los lectores de la Biblioteca Insular por la Semana Ilustrada. "Lo importante es decidir qué voy a contar y, luego, resolver el cómo, porque no basta una estética bonita sin una buena historia que contar", apunta.

Para representar esta idea, la ilustradora despliega las páginas su lectura gráfica del Frankenstein de Mary Shelly, una edición de Nórdica (2013) ilustrada por Odriozola, que presentó arropada por los sonidos de Falling de Nick Cave. "Para mí, la historia representa el miedo a la maternidad y el sentimiento de culpa que genera la irresponsabilidad", explica. El resultado es un teatro de papel ilustrado que se desdobla y que ha inspirado a los artistas gráficos de todo el mundo. "Hay libros que se prestan más o menos a la literalidad, depende de la mirada del ilustrador, pero creo que lo que realmente le importa al lector es que cuentes algo", añade Odriozola, quien atesora un bagaje de más de 100 libros ilustrados a lo largo de 20 años. Una trayectoria multipremiada que engloba desde los versos de Pablo Neruda o el universo de Julio Cortázar hasta autores clásicos infantiles, como Hans Christian Andersen, y los grandes nombres de la literatura, como León Tolstói.

¿Y cómo se dignó finalmente a ilustrar cuentos?, le pregunta una pequeña lectora, entre el público. "Lo cierto es que fue algo que vino solo, pero era algo que siempre he sabido que iba a hacer, y que sólo tenía que llegar", confiesa. "Pero siempre he dibujado, desde que era muy pequeña, porque mi padre dibujaba y mi abuelo era pintor". Así, desde su formación en Artes y Decoración transitó luego por el mundo de la publicidad hasta recalar, "porque así tenía que ser", en la ilustración editorial. "Por aquel entonces, no había tantos ilustradores como ahora", añade. "En mi caso, comenzaron a llegar encargos y más encargos, y así he seguido, por suerte, hasta hoy".

"La mayoría de ilustraciones de mis inicios me espantan", reconoce, entre risas. "Pero al mismo, tiempo tengo que dejarlas reposar durante un tiempo para poder volver a ellas". Entre sus trabajos predilectos, destaca La princesa y el guisante (H. C. Andersen, 2003), La bella mandarina (L. Pons Vega, 2006) y Aplastamiento de las gotas (J. Cortázar, 2008). Además, conserva con especial cariño Eguberria (J. Kruz, 2013), una recreación de los cuentos, músicas y mitos del País Vasco, que recibió el Premio Nacional del Ministerio de Cultura al libro mejor editado en la categoría de libros infantiles y juveniles.

"Es difícil definir mi propio estilo pero, a lo largo de los años, he ido minimizando mis dibujos y eliminando cosas", explica. "Mis ilustraciones son ahora más limpias, porque creo que es mejor ser directa y decir sólo lo esencial". En cuanto a su multiplicidad de estilos, advierte que "mientras el texto sea bueno, me da igual si se trata de poesía o narrativa".

"Lo único que me da miedo es acomodarme, no entiendo que algunos hagan siempre lo mismo, yo busco cambios; aunque, al mismo tiempo, se da una coherencia en la línea de muchos ilustradores que me gusta, porque no es comodidad, sino un lenguaje propio, y eso se percibe, como por algún tipo de magia", concluye.

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