Con la perspectiva de los años, el cronista se percata de que ha sido testigo en primera persona de muchos acontecimientos que con el paso del tiempo han pasado a configurar el patrimonio natural, cultural e intangible de las cumbres de la isla de Gran Canaria: observar el proceso de la repoblación forestal; ver los profundos cimientos de las presas del Parralillo y Candelaria; presenciar la colocación de la primera piedra de la ermita de Candelaria, origen del núcleo urbano de La Vega; ver la construcción de las torres y la elaboración de las pinturas murales de la iglesia de San Matías; presenciar la construcción y apertura del Mirador de la Cilla.

Como dijo el poeta Rabel Alberti, "me voy con los ojos llenos de acontecimientos de un siglo, pero no me quiero ir". En este sentido, el "yo estuve allí" o el "yo lo vi", es una de las circunstancias que se valoran, además de las indagaciones en memorias personales a la hora de elaborar la crónica y dejar el testimonio para los tiempos venideros.

El 1963, se celebró el nombramiento de la Virgen de La Cuevita como Patrona de las agrupaciones folclóricas canarias, y el cronista, aún sin serlo, estuvo allí, en aquella primera fiesta que ahora, cincuenta años más tarde, se ha convertido en una tradición arraigada en la ruta festiva de la identidad isleña.

Las fiestas son expresión del sentimiento popular. Las de La Cuevita tienen su origen en una devoción doméstica a una imagen traída probablemente del Caribe hacia 1780 y que escogió por morada una pequeña gruta en las cumbres de la isla. Tras la consagración del pueblo a la Virgen llevada a cabo en 1912 por una misión de los padres Paúles, las fiestas comienzan en 1928 con el compromiso de los estudiantes locales con ocasión de la colocación de la campana en la fachada rocosa de ermita por iniciativa del entonces seminarista Bernardo Domínguez Jorge. Luego, en el año 1939, la fiesta pasa a ser protagonizada por los excombatientes de la Guerra Civil como acción de gracias por haber regresado con vida del campo de batalla. Es este compromiso una muestra más de la connivencia entre política coyuntural y administración litúrgica de los sentimientos y la fe colectiva.

Sin embargo, a comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado se produce la propuesta de nombramiento de la Virgen como patrona de las agrupaciones folclóricas canarias. La iniciativa partió de doña María Paz Sáenz Tejera, excepcional devota de esta Virgen cumbrera y primera pregonera de la fiesta en el año 1959, y contó con la acogida del párroco Domingo Báez González y del alcalde Manuel Luján Sánchez.

Ya desde 1963, con el nuevo párroco José Cástor Quintana Sánchez, se produjo un histórico giro en su celebración al concretarse el patronazgo y convertirse básicamente en fiesta del folclore. Ese año, con el patrocinio del Cabildo de Gran Canaria, se publica un folleto de 32 páginas, con amplia ilustración gráfica, titulado La Virgen de la Cuevita, que incluye una presentación; el trabajo de carácter histórico Artenara y Santa María de la Cuevita, firmado por Sebastián Jiménez Sánchez; el texto del pregón pronunciado por Juan Sánchez Pérez; los textos de la Consagración de los excombatientes de Artenara y de los conjuntos típicos canarios a su patrona, y Artenara (canción canaria), cuya letra y música son del propio párroco y poeta José Cástor Quintana.

En la primera fiesta de 1963, durante la solemne función religiosa en la que predicó monseñor Antonio Socorro Lantigua, párroco de la villa de Teror, se llevó a cabo la Consagración de los excombatientes de Artenara, texto que leyó el capitán de Caballería e, hijo del pueblo, Manuel Díaz Bertrana. La procesión de la imagen contó con la presencia de autoridades locales y provinciales (ver fotografía en esta página), numerosos excombatientes, banda de música de Teror y diversas agrupaciones folclóricas, que rodeaban el trono de la Virgen. Las mujeres, jóvenes y mayores, lucían la tradicional mantilla canaria, blanca y negra.

Ya por la tarde, la primera ofrenda folclórica se celebró en el pórtico del templo parroquial, con asistencia de quince conjuntos y agrupaciones, incluyendo el Rancho de Ánimas de Arbejales (Teror). Ese día se llevó a cabo el acto de la Consagración a la Virgen y una participante de la agrupación Princesa Guayarmina de Guía leyó el texto, del que ofrecemos este párrafo: "Oh, Virgen de la Cuevita€, venimos con el anhelo de conseguir de tu amor a nuestra tierra, que nos ayudes a seguir recorriendo sus caminos, esparciendo nuestros típicos cantos y bailes regionales que extasían a cuantos los admiran en la tierra. Haz que seamos dignos de recibir tu abrazo maternal cuando, después de haber mantenido bien alto el pabellón de nuestra tierra, en tu trono de gloria te cantemos nuestros más puros y canarios acentos por toda la eternidad".

Al finalizar la ofrenda, y antes de llevar la imagen en procesión nocturna a su ermita, pronunció un emotivo discurso el presidente del Cabildo, Federico Díaz Bertrana, hijo del pueblo, quien expresó el compromiso de impulsar la fiesta en colaboración con la parroquia y el Ayuntamiento. A partir del siguiente año, se colocó en la fachada de la casa parroquial un escenario (el mismo que se utilizaría en las fiestas del Pino), donde cada año se llevó a cabo la ofrenda hasta 1994 en que se trasladó al nuevo parque municipal, hoy dedicado al timplista José Antonio Ramos. En años posteriores, las fiestas fueron adquiriendo una mayor divulgación y dimensión insular al ser propuesta en 1964 la Virgen como Patrona del Ciclismo Gran Canario, evento del que el próximo año se conmemora el cincuentenario. Desde entonces, la fiesta de La Cuevita tiene un marchamo netamente folclórico. El párroco, poeta y músico, José Cástor Quintana, compuso el himno y plegarias a la Virgen y se estableció el acto del pregón de manera continuada. En este medio siglo, más de doscientas agrupaciones y conjuntos típicos de todo el Archipiélago han subido hasta Artenara el último domingo de agosto a postrarse ante los pies de la Virgen, a cantarle sus canciones, a elevar su plegaria en forma de canto y aires de la tierra.

Así fue la fiesta fundacional de las emociones colectivas y de apuntalar, desde un pueblo más pequeño y encumbrado de la isla, las señas de identidad de la cultura popular.