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Entrevista.

Manuel Lobo: "Con las tropas de la Conquista venía un señor a construir molinos de agua"

"La Corona obligaba a los dueños de los ingenios a disponer de cereal para alimentar a la población", indica el catedrático de Historia Moderna

Manuel Lobo en el edificio de Humanidades de la ULPGC. SABRINA CEBALLOS

Va a relatar usted una entretenida historia sobre los molinos de agua en Gran Canaria, ¿qué me cuenta de especial?

Bueno, tienen de especial que todos ellos eran privados, que se ubicaban en los cauces de los barrancos o en las acequias, bajo autorización de las Heredades de Agua, desde el primer momento de la Conquista. Para que usted se haga una idea, en la propia hueste militar (o ejército en campaña) que intervino en la isla viene un señor específicamente para construir molinos porque el pan era la riqueza de los pueblos y para que hubiera pan se tenían que moler los cereales.

Ah, con ingenieros y todo.

Bueno, eran los que edificaban, labraban las piedras, buscaban el lugar idóneo donde levantarlo y también desviaban el agua de los barrancos para que pudiera impulsar el movimiento de las piedras.

Unas piedras que también fabricaban los indígenas, como muestran las minas de Agaete, por ejemplo.

Sí, es verdad que los indígenas hacían piedras de molino, pero eran muy pequeñas. Ellos hacían la molienda a mano, con unas piezas de unos 50 centímetros de diámetro, y los colonizadores usaban ejemplares de entre un metro y veinte a cincuenta centímetros. De ahí que para moverlas tuvieran que recurrir a corrientes de aguas con suficiente fuerza, y cuando no la había, pues se construía un embalse o un estanque, se llenaba y se soltaba. Con esa energía lo ponían en marcha.

Es de imaginar que en los primeros momentos de la colonización la isla de Gran Canaria tendría un buen número de caideros y barrancos corriendo.

Eso quizá se ajuste algo más a la isla de La Palma, donde había una zona con muchísimos molinos. Aquí, sin embargo, se crea un sistema de ingenios con dos tipos de infraestructuras, una horizontal levantada justo por donde el agua pasa por la acequia y que mueve unas paletas, y otro con rueda vertical bajo un caidero que la impulsa y mueve.

Según la propuesta del título repasará con algo más de detalle el del Conde, en la ciudad de Telde. ¿Asunto de qué?

Pues por varias cosas. Es uno de los pocos que quedan del tipo vertical que le acabo de explicar, y que no fueron abundantes con relación al otro. En segundo lugar porque lo construye en el siglo XIX, en el año 1829, el cuarto conde de la Vega Grande, Agustín del Castillo Bethencourt, un hombre además muy inquieto y uno de los personajes más importantes de su época. A él se le deben otras cosas importantes, como el llevar a París las aguas de Teror, las de San Roque y las de Sabinosa para su análisis y conocer sus propiedades, que por cierto le llevaron a recibir varias medallas en las exposiciones internacionales, y también es el que impulsa algunas potentes industrias, como la excavación de minas de agua en los barrancos o la propia noria de Jinámar. Y luego tiene la particularidad, de que el molino del Conde con el tiempo se adapta para una doble energía, la hidráulica y la de un motor diésel, alternando ambos sistemas. Y por último, que a día de hoy se trata de un edificio singular promovido al Gobierno de Canarias para declararlo Bien de Interés Cultural.

Y yendo un poco más atrás, y a falta de otro tipo de energías, habría uno allí donde quiera que se fuera la vista.

Los primeros molinos que se implantan lo hacen en los ingenios azucareros, de tal forma que hay tantos molinos como ingenios, dado que las autoridades obligaban a los propietario de las fincas a aprovisionarse de cereal para alimentar a la población.

Vaya, se adelantaron a las políticas sociales del XXI.

Era una de las preocupaciones más importantes de la época, la del abastecimiento. No podía faltar ni el pan ni el vino porque eran los dos alimentos básicos, los de la última cena de Jesús.

Con ese menú el personal andaría un poco piripi, si se me permite la observación.

(Risas) No crea, no crea. Le puedo decir que el vino siempre tomado en pequeñas diócesis (sic) es bueno.

Cuenta el arqueólogo Valentín Barroso que la tecnología de los primeros años instalada en Canarias era como la de la industria aerospacial de hoy, refiriéndose al ingenio de la villa de Agaete, ¿qué me dice de la ocurrencia?

Pues que ese ingenio incluye una rueda con un agua que llega a través de un acueducto. Tenga en cuenta que el azúcar fue toda una revolución en Europa, al tener un objeto económico muy importante. Y es que se sabía conservar la carne con sal, pero faltaba preservar la fruta, que por fin se consigue con el azúcar, de ahí las mermeladas o el almíbar.

¿Se ha hecho un censo quizá de las instalaciones de la isla?

En el siglo XVI ya existían entre 24 y 30 molinos en Gran Canaria, y ese número va aumentando a medida que la población crece, al existir mayor demanda de harina y gofio, y que funcionaron hasta el siglo XX. Yo me acuerdo de ir a un molino a llevar millo en El Batán, también propiedad del Conde. Ahí lo tostaban y ahí lo molían.

De elegir uno, con cuál se quedaría.

Pues el de Firgas, del siglo XVII que aún está en uso, que es uno de los más antiguos y más espectaculares aunque ha sufrido muchas transformaciones. También el del Conde en Telde, por sus singularidades. o los de Sanmarín, en el barranco de las Tirajanas, que hoy están abandonados.

Un patrimonio que se ha ido perdiendo, ¿a causa de qué? ¿Por entubar los barrancos?

Sí, pero también por otras muchas causas, como por la llegada de los equipos eléctricos, o los molinos que se llamaban de fuego, que son los movidos por plantas de gasoil, aunque aún quedan algunos que siguen funcionando con la fuerza del agua como en La Orotava, o el ya citado de Firgas, que por cierto también era del Conde y que llegó a tener hasta siete para poder abastecer a la población que trabajaba sus tierras.

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