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La mágica lana de Mendoza Pérez

María de las Nieves, de Caideros de Gáldar, es la última tejedora de la comarca norte de Gran Canaria

María de las Nieves Mendoza Pérez llegó al mundo vía Caideros el 5 de agosto de 1928, el mismo año en el que se descubrió la penicilina. Son, en Mendoza Pérez, 88 años de materia recia, memoria fresca y risa contagiosa. María de las Nieves es una fiesta de ver y de sentir y que dejó recién de darle batacazos a un telar de más de 300 años acreditados, y con el que comenzó a tejer hiladas de lana cuando galletona para ver qué tal y cómo se le daba.

Caideros de Gáldar y su entorno en el primer tercio del siglo XX era una suerte de factoría hilandera, con casi una decena de tejedoras que vendían sus contundentes telas a proveedores y sastres que llegaban lo mismo de Tenteniguada que de la capital.

De las casas y cuevas se intuyen los taponazos de las maderas de tea, los golpes de los pedales y el singuío de las lanzaderas construyendo hilacha a hilacha unos paños llamados a formar parte tanto de los chalecos y chaquetas de individuos importantes, como de las alforjas para burros, todo esto en un tiempo en el que el pueblo, colgado entre cumbre y costa, sobrevivía a golpe de tránsito.

La propia María de las Nieves relata su niñez de porteadora. Con solo siete años bajaba acompañando a su tía a Agaete, "a vender hierbas como el tomillo o el poleo, o también unos quesos", que compraba en la zona y aplicaba una plusvalía a la llegada a la villa, convertidos en sardinas y frutas a la vuelta. "A veces llovía y se nos metían unas piedrillas en los dedos", ñames que bajaban a rente del suelo por falta de zapatos. "Mi tía nos animaba y nos prometía que si llegaba un barco nos compraba unas alpargatas". Un ilusorio barco que "nunca llegó".

Con el tiempo se hizo una "feligresía" a cuenta de los quesos, con clientes habituales con los que hacía unas pesetas, "pero ponga que no más de tres", o con sacos de estiércol de hasta 50 kilos que acarreaba desde lo alto de la isla a Guía. Su vida pretelar, pues, fue puro kilometraje, de tal forma que si le llegan a coger los tiempos de la Trasgrancanaria revienta los registros incluso prescindiendo de las chanclas.

En ese endemoniado trajín de arriba y abajo y de este y a oeste permanecía estática en el telar su abuela Teodora Gil González, o chá Teodora, quién a su vez aprendió la mecánica del asunto de su respectiva abuela, con lo cual rián atrás otro siglo y pico.

Y todas ellas exactamente con el mismo telar que mantiene vivito y coleando María de las Nieves en una cueva de su casa de los altos.

Ah, pero chá Teodora hilaba fino. "Muy finito, porque era más de chaqueta". Y no quería chiquillas díscolas trastocando los pedales del telar. "No me dejaba poner porque le hacía traspiés, y aunque no me viera lo notaba".

Y tiró por la opción 'b'. Poniéndose a la vera de Pepa l a chica, "otra señora viejita", de hilar más grueso, y encomendada a la incombustible trapera. "Oiga, que me fue entrando y se me fue metiendo en la cabeza". Dice María que aquella entrega colectiva a la tejeduría en el lugar de Caideros fue producto del mismo sistema con el que se reproducen las epidemias: "Una que compra un telar y va otra y pone otro, eh, como las gripes".

El asunto es que de allí se despachaban ya no solo las toscas jergas para bestias, sino también telas para la ropa de cama, con prendas que incluso se adelantaron a lo que hoy se conoce como obsolescencia programada, esa planificación del fin de la vida útil de un producto con ánimo de tener que dar otro viaje al pueblo para hacerse con uno nuevo.

"Sí, había quién hacía algunas cosas más suaves para los burros. Porque entre más suave, antes rompían. Que eran los truquillos de antes". Y vengan risas.

Con su abuela ya en cama y el telar desalmado la animaron a recomponerlo, al fin y al cabo, "tu no sos más boba que las otras". La propia Teodora dirigía la maniobra desde el catre. De aquello hace medio siglo, si no más, como apuntan su hijo Isidro y su nuera Inma.

De sus manos y sus pies salieron kilómetros de paño que se alargaban desde las pieles de oveja de Caideros hasta plazas como Sevilla, o Madrid, para alicatar a un novio en boda con una de sus cotizadas chaquetas, armadas tras caldar, hilar, ovillar y atravesar los hilos con la espadilla.

Su obra viste desde a curas como don Roberto a pastores y romeros de alta gama, pero sobre todo a agrupaciones folklóricas, como Los Gofiones y Los Sancocho, a los que ella hacen protagonistas del resurgir de las prendas antiguas en los años 80, al punto que la requirieron en la capital para dar unos cursos. "Oh, era en 1986, hasta hice el bolso y bajé".

- ¿Y le vendió a algún personaje conocido?

- Aquí nos conocemos todos.

Hace un año, y sin mayor asunto, dejó de tejer. Pero mantiene su telar horizontal en forma. Con ella, la última de todo el norte grancanario, termina una raza de siglos, la que arropó durante cuatro siglos no sólo a los propios isleños, sino a los que también en tránsito se avituallaban de prendas y ropas de casa para hacer las américas.

Mañana viernes Gáldar le rinde un homenaje en la Casa Museo Antonio Padrón. Aunque el homenaje es en sí misma la propia María de las Nieves. Toda ella.

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