Una negligencia médica dejó a Rafael Torres hace ocho años en una silla de ruedas. Cuando le tuvieron que amputar una pierna decidió hacer la promesa de que si salía bien de la operación ayudaría a aquellas personas discapacitadas que no pudieran costearse los aparatos ortopédicos. La promesa era para un año, pero lleva ocho haciendo la vida más fácil a los ciudadanos con menos recursos de la capital a través de la asociación Contigo Caminamos.

Rafael lo deja bien claro desde el principio: Todo el dinero lo saca de su bolsillo, exactamente 300 euros cada mes de su pensión de ex policía local. Con este dinero repara sobre todo sillas de ruedas en medio de su pequeño salón de su casa de La Isleta. "Sólo hago cosas pequeñas y no le cobro nada a nadie. Con el tiempo he llegado a conocer muy bien el mecanismo de estos aparatos", explica. Y es que a lo largo de ocho años ha dejado como nuevas cientos de sillas de ruedas que pueden llegar a costar en el mercado más de 4.000 euros y cuyos arreglos en tiendas especializadas son también muy costosos.

El presidente de la asociación Contigo Caminamos aclara que las personas que reciban estos regalos tienen que devolverlos cuando ya no los utilicen para que él pueda repararlos y adaptarlos a los nuevos usuarios. Además, Rafael, de 63 años, ayuda también con el papeleo de las ayudas sociales a la gente que lo necesite. "Aquí en el barrio me conoce todo el mundo. Intento ayudarles porque muchas veces desconocen cómo son estos trámites", dice en su vivienda de La Isleta.

Este canario trabajó durante seis años en una empresa de ortopedia, Salud Factory, hasta que cerró hace cuatro meses. Allí había llegado a un acuerdo por el que trabajaba para la tienda pero también le dejaban seguir ayudando a las personas que llegaban con sus aparatos con algún desperfecto. Pero desde que cerró el negocio se dedica a hacer los arreglos en su pequeño salón que está lleno de herramientas y de expedientes de los solicitantes.

Asegura que nunca ha recibido ni un euro de las administraciones públicas, pese a que han ofrecido su colaboración. "Hago más yo aquí en mi casa que a través de todas las vías burocráticas que no sirven para nada. Así es mucho más fácil. Si alguien tiene un problema y no puede financiárselo, yo se lo arreglo. No hace falta nada más", dice.

Rafael, que fue 30 años policial local, reconoce que "es una ilusión ayudar a todas estas personas", pero que ya está "cansado" y adelanta que posiblemente este año será el último que se dedique a esto. "Lo mejor de todo es ver la cara de las personas cuando le entregas una silla nueva o recién reparada. Eso es lo único que me da fuerzas para continuar".