Maticemos de entrada, pues, como señala Ortega, "la palabra es un sacramento de muy delicada administración". Por ley y sobre el papel, en Marruecos es obligatorio para todos los partidos políticos ser de obligada "referencia islámica", a la vez que ninguna formación política puede arrogarse la representatividad del Islam. Si en el primer caso la peculiar "democracia islámica" limita y reprime el inalienable derecho a la libertad de conciencia ("liberal" en Marruecos y otros países islámicos significa solamente "no islamista"), en el segundo y dada la máxima autoridad religiosa del rey, Mohamed VI, como Amir Al Moumenin (Emir o Príncipe de los Creyentes, una suerte de "Papa" para entendernos), ello impide legalmente y por fortuna que ningún partido pueda alzarse en exclusiva con la representación de la religión.

No obstante, dos son en el país los partidos de acendrada "referencia islámica" (islamista sin duda en el segundo caso) que comparten tanto la ideología conservadora, ambos son de derechas y un soterrado panarabismo como el neosalafismo religioso, más moderado en el caso del tradicional partido del Istiqlal (Independencia) y abiertamente militante en el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), al frente del gobierno oficial (el auténtico sigue a la sombra de palacio) tras las últimas elecciones del 25 de noviembre de 2011 que elevaron a su fogoso secretario general, el islamista parlamentario Abdelilah Benkirán a la jefatura nominal del ejecutivo. Paralelamente nos encontramos a otras tres pequeñas formaciones en el ruedo político: el PRV (Partido del Renacimiento y Virtud), escindido del PJD en diciembre de 2005 y liderado por Mohamed Jalidi, de carácter más centrista y veladamente berberista, pues no en vano pretende entroncar con el fagocitado MPDC (Movimiento Popular Democrático y Constitucional) del fallecido doctor Jatib, al lado de Al Badil al Hadari (Alternativa Civilizacional) y Hibz al Umma (Partido de la Umma), partidos prohibidos en 2008 y que desde 2012 esperan su inscripción al amparo de la legislación vigente, a los que habría que añadir el embrión del partido fundado por Mohamed Fizazi, ex detenido salafista de ideología abiertamente derechista y wahabí, muy en sintonía con el modelo representado por Arabia Saudí. Tras la muerte el pasado 13 de diciembre del emblemático jeque Abdeslam Yassin, fundador y guía supremo de Al Adl Wal Ihsane (Justicia y Espiritualidad), importante formación islamista tolerada pero no legalizada en Marruecos, la Yamaâ "adilista" ha señalado rápidamente y de forma inequívoca en boca de su portavoz y vicesecretario general, Fhatallah Arsalán, su intención de legalizarse como un nuevo partido político, alegando el nuevo marco legal tras las aprobación de la Constitución refrendada mayoritariamente el 1 de julio de 2011. En recientes declaraciones al semanario Maroc Hebdo y al diario Al Quds Al Arabi (Jerusalén Árabe), publicación arabófona pero editada en Londonistán (disculpe el lector, quiero decir Londres), Arsalán insiste en que "el Estado debe asumir sus responsabilidades y autorizarnos en tanto que partido político", "nuestra formación quiere participar legalmente en política", "somos legalistas, respetamos las leyes en vigor", en clara referencia al ordenamiento jurídico que emana de la Carta Magna.

Frente al islamismo político (en contraposición al insurgente yihadista), el resto de formaciones parlamentarias marroquíes presenta un perfil claramente fragmentado, bien a la sombra del Neomajzén (los tradicionales partidos de la administración, incluyendo obviamente al PAM y a la izquierda domesticada de la USFP junto a los ex comunistas del PPS), bien sorteando las inclemencias de la calle, como es el caso del PSU (Partido Socialista Unificado) liderado en la actualidad por la única mujer al frente de la secretaría general de un partido político en el mundo árabe, la profesora universitaria Nabila Mounib, quien, además de rechazar su participación en las últimas elecciones, prestó cierto apoyo logístico en 2010 y 2011, en la medida de sus magras fuerzas, al Movimiento del 20 de Febrero (M-20-F) y su liderazgo sobre la mal llamada "Primavera Árabe" en el Reino de Marruecos. ¿Hacia dónde camina el vecino país....? Es indudable que, salvo una minoría generalmente urbana, las calles en Marruecos laten con el sentir islamista. Pese a sus diferencias no puede descartarse a corto plazo, y en ello se está trabajando, una convergencia de voluntades al modo de un "frente islamista", generador de una sinergia que pueda darle un vuelco a la situación. De ahí el secular rechazo del Estado e incluso dentro del PJD ("los islamistas de palacio") hoy en el gobierno, a la inclusión de nuevas formaciones "islamistas" en las medidas reglas electorales que limitan el juego político "a la marroquí". Y si a éste acaban llegando los "adilistas" de Justicia y Espiritualidad, no me cabe duda de que, pese a la flamante Constitución, con rey o sin él, Marruecos emprendería un incierto futuro parejo a la inquietante realidad que sufren hoy Túnez y Egipto, pues el populoso país del Nilo parece el modelo a seguir. Es lo que hay y como tal se lo cuento. Visto.