La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Collado, adicto a las cabras

Pastor, de 59 años, recorre desde Lomo Catela parajes de Telde con un rebaño de 360 cabezas

En la imagen superior, José Collado en la sala de ordeño. Debajo, a la izquierda, delante de la entrada de corral con una de sus cabras y a la derecha conduce todo el rebaño hasta una explanada donde se encuentra el pasto. YAIZA SOCORRO

"Cuando siento el agua caer no duermo de la alegría". José Collado no puede esconder su regocijo cuando llegan las lluvias otoñales. Como hombre que ama la tierra, el campo y los animales recibe con absoluta normalidad "este maná del cielo". Las 360 cabras y 11 machos cabríos que guarda en Lomo Catela, un pequeño barrio teldense donde se respira paz y tranquilidad, también agradecen que la borrasca que ha visitado las Islas en los últimos días contribuya al crecimiento de la hierba que les sirve de alimento. Un alivio que hace respirar con calma a este teldense ya que con el pasto no tendrá que sentirse "apurado" para recolectar la comida de sus fieles compañeras.

Collado es uno de los pastores que aún resiste en la Ciudad de los Faycanes a pesar del paso del tiempo. Y por mucho tiempo, asegura. De pequeño solo conoció el oficio dedicado a "guardar cabras y pastorearlas por diferentes lugares" y no se plantea elegir otro camino. Su padre, además, no se retiró hasta los 83 años. Él, próximo a las seis décadas, se siente pleno, feliz y completo. No le hace falta nada más para vivir ni cambios en una vida que se antoja sacrificada pero gratificante. Él es el único de su familia que continúa con esta tradición. Su abuelo, su padre y sus tíos se la inculcaron y ahora no sabría que hacer sin ellas. "Si no tengo cabras me falta algo", apunta con rotundidad.

De hecho cuenta entre risas como una vez las vendió y no soportaba su ausencia: "No me hallaba, así que le dije a mi mujer que ese día dormirían aquí cabras saliera el sol por donde saliera".

Por eso esgrime que jamás daría marcha atrás en su vida para dedicarla a otra profesión. Una temporada trabajó en el sector de la construcción pero reconoce que nunca le convenció esta parcela económica y decidió apostar de nuevo por el pastoreo y sus cabras, aunque siempre mantuvo algunas para entretenerse. "Es más, si pudiera ponía más", sostiene.

Collado, como buen amante de las costumbres, se siente apenado por la escasa continuidad que tiene esta tradición en el presente. "Me da pena que llegue a desaparecer el pastoreo y que las cabras o cualquier otro animal no campe a sus anchas por nuestros campos", expone, "porque aporta una belleza inigualable". En este sentido incide en que son muchas personas las que se acercan a preguntarle por su trabajo y sus cabras. Defiende, a su vez, que ayuda "a mantener limpio el campo", una circunstancia que evita que se produzca muchos incendios a la vez que se abona la tierra.

Cachorro y garrote

Cada día José Collado saca del corral a sus cabras para pastorearlas. A las cuatro y media de la mañana ya está en pie para comenzar la faena y cuidar a unos animales que surten la economía de su hogar. Una ordeñadora mecánica les extrae la leche que vende a Queso Flor Valsequillo. "Cuando las cabras paren obtengo más de 200 litros", esgrime. Y para ahorrar lo máximo posible en millo, avena y alfalfa en grano, les echa de comer el césped y la poda que Parques y Jardines le cede tras retirarlo de las zonas verdes del municipio. Y antes de llevarlas por diferentes parajes se hace con dos elementos imprescindibles para llevar a cabo su labor. Su cachorro, "porque protege tanto del frío como del calor", y su garrote, "no para castigar, sino para poder subir las laderas, un risco o bajar por una pendiente".

Pero junto a él sale un perro bardino. "Si no fuera conmigo se reirían de mí", indica entre carcajadas. Para entretenerse lleva a su espalda un batijero hecho por él mismo. Es una especie de zurrón hecho con cuero de cabra curtido en el que carga "diferentes piezas de las cencerras para montarlas". Y esta rutina, por muy dura que sea, es la que le llena de vida. "Es sacrificado porque es una esclavitud diaria, pero como soy adicto a ellas no las pienso dejar", concluye.

Compartir el artículo

stats