Paulino Rivero deja la presidencia de Canarias a Fernando Clavijo. Cierra una etapa de su vida política. Pero ni se jubila ni se retira. Sigue arrimando el hombro. Hay que contar con la experiencia de este maestro del Sauzal, una de las trayectorias políticas más distinguidas de las Islas en este siglo. Rivero que escuchó el pasado domingo en el Evangelio que nadie es profeta en su pueblo, ya habrá dispuesto de oportunidades para reflexionar sobre lo que ha dado a Canarias y lo que ha recibido de sus compañeros. Hombre de un momento crítico, de la más aguda crisis que soportó el Archipiélago desde la segunda Guerra Mundial, el hoy expresidente ha sido una figura singular, con una personalidad natural y profundamente canario, según quienes le conocen de cerca. Fortaleza, integridad, constancia y perseverancia se le suponen tatuadas con sangre familiar. Cercano, modesto, trabajador y orgulloso, como experimentado corredor de fondo demuestra un control extraordinario de emociones y sentimientos, que nunca deja de sorprender a sus íntimos. Su dominio y equilibrio personales rayan la frialdad. No se quiebran ni cuando festeja un ascenso del CD Tenerife, aunque se ablandan cuando ejerce como padre. No encaja bien la injusticia y se revela frente a la prepotencia y superioridad mal entendida. Innecesario ofrecer nombres y circunstancias. Con los suyos está a partir un piñón. Los defiende con uñas y dientes, pero ni olvida ni perdona las traiciones de los que estima más próximos. El suyo ha sido un mandato doble, único en historia autonómica insular, en el que ha trenzado una auténtica red por toda Canarias, sus ocho islas y sus 88 municipios. No quedó rincón sin pisar ni vecino sin mirar a la cara. Al menos, lo intentó, aunque algunos le retiraran el saludo. Fue Presidente de todos y en todos los pueblos. Así pagó facturas que le pasaron en los tradicionales cenáculos del poder tinerfeño, como los ajustes de cuentas por financiar el envidiado Gran Canaria Arena. No han podido con él. Sigue la máxima que Camilo J. Cela ofreció al rey Felipe VI siendo aún Príncipe: “Alteza, el que resiste gana”. Y Paulino Rivero aguanta. Va ligero de equipaje, sin cohortes ni ataduras. “Como la gente humilde de esta tierra”, describe uno de sus leales colaboradores, “cerrará los puños, apretará los dientes y... al final sonreirá”. Desde que nos conocimos hemos mantenido una buena relación. Siempre el hoy expresidente ofrecía una palabra, un saludo cordial, educado y sereno. Nos queda darle las gracias por las oportunidades que nos brindó. Y recordar estos años de gobierno con afecto.