Los conflictos, las zonas de guerra, son el mejor caldo de cultivo para matar periodistas y buena prueba de ello la tenemos en los históricos secuestros que conocemos, muchos de cuales se han saldado con muertes. Pero en los últimos cinco años la crisis y la sutil y no tan sutil mordaza empresarial se ha convertido en una demoledora máquina de matar prensa, matar periodistas, matar compañeros. En la profesión silenciar es matar. ¿Si les dijera que tengo queridos jóvenes y valiosos colegas que cada día se juegan la vida en África en zonas en las que las enfermedades están devastando la población y los medios nacionales para los que trabajan en exclusividad les pagan 50 euros por escribir una página, se lo creen? Así es. Y sin seguro.

Trabajan como autónomos que costean ellos, claro. Eso, la crisis, está ejecutando periodistas y es bueno recordarlo para valorar muchísimo más si cabe el trabajo de esa gente, romántica y admirable, que merecen mucho respeto. Los que se le juegan. Es muy fácil sentarte una mañana cualquiera como la de hoy mismo a hilvanar unas palabras en forma de alegato, escuchado música, con la cafetera al suelo, cómodamente, con teléfono, conexión a redes, etc., Lo difícil, lo heroico, es intentar escribir desde esas zonas y en unas condiciones miserables y arriesgadas. Eso es lo duro. Y por 50 euros página. Al peso. No lo olviden.

Lo digo porque los hay que todavía creen que mis compañeros (yo viví años distintos, mucho mejores) son unos privilegiados. Y no lo son. Trabajan muchas horas para ganar la mitad de lo que cobraban hace cinco años pero son unos yonquis del periodismo a los que les brillan los ojos cuando saben que tienen una buena historia a la vista. Pese a todo, a los bajos sueldos, a las interminables horas de trabajo, el quebradero de cabeza de hallar el título justo que condense lo que has querido decir en dos páginas, ninguno tiene la menor duda de que ejercen el oficio más hermoso del mundo tal como lo calificó el genial García Márquez.

Estos días he visitado carpetas que andaban por ahí dormidas y de pronto he visto fotos de compañeros con los que he compartido lo mejor del periodismo de Canarias, la mejor época con los mejores amigos, cuando la noticia era cosa de todos y la redacción nuestra casa en la que prácticamente entraba y salían hijos, parejas, hermanos, sabedores de que no nos iríamos hasta que el periódico no tuviera el punto y final. Han sido mil exclusivas que estos dias con motivo de reportajes retrospectivos que veo en televisión reavivan mi memoria. Ayer mismo recordaba cuando a la redacción de La Provincia llegó la filltración de que el comisario Amedo (Trama Gal) se encontraba de vacaciones en el sur de la isla. Había que localizarlo como fuera y desde luego hacerle una foto. Su figura tenía entonces mucha fuerza en los medios y era de máxima actualidad. Movimos cielo y tierra para encontrarlo. Una filtraciión nos situó en un chiringuito de Meloneras y allá que nos fuimos. No estaba pero, nos dijeron, “hace nada estuvo aqui”.

Continúe leyendo en www.marisolayala.com