El accidente de aviación ocurrido en Alpes-Alta Provenza con 150 pasajeros a bordo me ha trasladado a uno de los días más amargos de mi vida profesional. Las crónicas que hemos leído estos días son un espanto añadido que me han recordado el horror que no olvidaré jamás. La tragedia del vuelo JK5022 de Spanair que se estrelló en la pista de Barajas el 20 de agosto de 2008 cuando iniciaba el vuelo hacia Gran Canaria.

Un accidente aéreo cuyas dramáticas consecuencias ha marcado a fuego el dolor de Gran Canaria en especial y Canarias en general. 154 personas perdieron la vida. Al hilo de aquellos recuerdos toda la solidaridad para las víctimas y para sus familiares. Desgraciadamente nuestra isla sabe lo que es vivir ese dolor. A la noticia de la tragedia en Los Alpes hay que añadir ahora, desde ayer, las dramáticas circunstancias en la que se desarrolló el siniestro, con un piloto enajenado, de lo contrario no se entiende su comportamiento, lo que desconcierta todavía más.

No falló ningún control técnico; falló la mente de una persona joven a la que le dieron responsabilidad en un avión sin saber que el aparato en sus manos era un arma letal. Por destacar algo positivo de ese siniestro tal vez la celeridad de las autoridades galas que en menos de dos días sacaron de dudas al mundo que observaba con estupor lo sucedido. En cambio otros tantos accidentes de dimensiones igualmente dramáticas acaecidos en España siguen en una nubelosa, con investigaciones que no concluyen, como el JK5022 de Spanair que tantas muertes dejó en Gran Canaria y cuyas familiar siguen desde el 2008 exigiendo respuestas a preguntas que no contesta ni el gobierno español ni las aseguradoras. Siniestro total, oscurantismo máximo. Tamaña diferencia. Sea como sea desde Gran Canaria toda la solidaridad y el apoyo a las víctimas de Los Alpes. En esta isla sabemos de lo que hablamos, sabemos qué es ese dolor, lo hemos vivido.

Termino con un párrafo de terror. Lo destacó ayer El País y leyéndolo no hay consuelo alguno: “Brice Robin, el fiscal de la República en Marsella, compareció a mediodía con las lágrimas a punto de estallar, las manos y la voz temblorosas. A las cuatro de la mañana, había recibido la grabación de lo ocurrido en la cabina del Airbus desintegrado el martes en los Alpes y ya no había podido pegar ojo. De la grabación se deducía que el copiloto de la aeronave, Andreas Lubitz, de 27 años, había decidido tirar el avión con 150 personas a bordo, entre ellos medio centenar de españoles. El descenso duró 10 minutos. Los gritos de los pasajeros solo se oyeron en el último momento”.

D.E.P.