Estaba yo en mi ventana asomado. Sintiendo el suave frescor de la noche tras un cálido día, como si se tratase de una noche más.

Entonces, vi a lo lejos, la silueta de una bella mujer a lo lejos.

Como flotando sobre las nubes, y buscando entre ellas algo que no podía ni imaginar. De pronto, alzó su mano, que parecía alargarse como algo extraordinario. Se elevaba más y más en la oscuridad del inmenso cielo. Y cuando llegó a lo más alto que podía alcanzar con mi vista, cogíó con su mano a la más brillante estrella del firmamento. La tomó entre sus finas manos. Las cerró fuertemente como para que no se le escapase.

¿Para qué la habría cogido? ¿No tiene sentido? Es de locos.

Aunque encendida su cara con lágrimas de angustia, y que su vida parecía vacía y triste, se acercaba como ilusionada a una muñeca que permanecía dormidita en su camita. La tenía sobre una pequeña nube blanca que flotaba plácidamente.

Acercó sus manos a uno de los bolsillos de la linda muñeca, y allí escondió la estrella. Como para que iluminara su alma, y que le diera el poder de ver la vida de una forma diferente. Que le hiciese sentir más cerca y más imprescindible a la mujer que le trajo tal regalo.

En uno de los momentos, al agacharse la mujer, noté algo que brillaba de una manera especial en su cabello. Al averiguar lo que era, entendí lo que pasaba. Era una corona, se trataba de una reina. La reina de un paraíso mágico que sólo había cogido una linda estrella del firmamento, que lo hizo oscurecer aún más en la noche. Pero no lo hizo por egoísmo, lo hizo por amor. Por amor a su princesa. Para que la joven princesa, al tener tan preciado talismán en su bolsillo, pudiese sentirse especial, diferente, imprescindible para muchos. Para el mundo, para quienes la rodean, para su reina.

Ella es reina de los sueños, pero le es vital el apoyo de su princesa, ella lo sabe, ellas lo saben, y se necesitan.

Y ahora, después de esta noche, lo serán aún más. La una iluminará a la otra. La reina con su bella corona, la princesa con su preciada estrella.

Olvidaron penas, malos sentimientos y viejas heridas. Y a partir de ese momento, se sintieron más cerca y más cómplices de sus sentimientos, porque entendieron que están amarradas la una a la otra, hoy, mañana y siempre.