*LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A LOS CIELOS:

15 de Agosto:

--Es la Asunción de la Virgen un argumento que prueba, como todos los hombres, de quien ella es Madre, estaremos en el Cielo –con nuestro cuerpo glorificado-, si aprendemos a gastar nuestra vida en el cumplimiento de la voluntad de Dios y en el servicio a los demás, como ella lo hizo.

María es nuestra esperanza; pues se ha dado con plenitud y, es también nuestro consuelo, ya que podemos dirigirnos a aquella que, antes que nosotros, recorrió este valle de lágrimas y, ahora fija sus ojos en la luz Eterna. Nuestro refugio por excelencia, porque con su ternura nos devuelve la paz y con su poderosa intercesión, no sabemos amparados: glorificados anticipadamente. Ya que vive en el cielo con una solicitud maternal y amorosa par todos sus hijos. Subió al cielo como “Abogada nuestra”, para ejercer y tratar, como Madre del Juez y de la Misericordia, lo negocios de nuestra salvación.

A veces nos preguntamos: ¿María de Nazaret está en cuerpo y alma en el cielo? ¿Por ser la Madre de Dios, o por qué? Y si nos remitimos a los pasajes Evangelios nos encontramos con las siguientes frases: "¿Quién es mi madre y mis hermanos?: preguntó Jesús cuando le dijeron: "Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera". Y el mismo da la respuesta: "El que pone por obra el designio de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre" (Mc. 3,31-35).

Pues entonces: ¿No está a nuestro alcance el ser "Madre de Dios", "Inmaculada"? Pero todo el que se esfuerce con la gracia y misericordia de Dios, por no oponer resistencia al Señor, por estar siempre a sus órdenes, por ser instrumento dócil en sus manos, por "bailar, en su vida, al son que él le marque", aunque no le sea nada fácil, es como María, que dijo siempre “SI” a Dios, hasta el final. Porque: “La Misericordia de Dios llega a sus fieles generación tras generación y exalta a los humildes de corazón" (Lc. 1,50.52). De ahí el que María sea la "llena de gracia", obra de Dios. Y también el que nosotros podamos decir siempre “SI” a Dios.

La propaganda de nuestra sociedad consumista "glorifica" a la mujer, como "reina" en los concursos de belleza, como "objeto sexual", seductor, que vende; con un igualitarismo reivindicativo que no pocas veces se reduce a asumir lo peor del varón: su libertinaje. Por la injusticia de nuestra sociedad machista, otras ponen toda su esperanza y gloria en "conseguir un hombre y tener un hijo varón". ¿Es alguna de esas la gloria de María?

La gloria de María no es el poder ni la gloria de los reinos de este mundo; no es tampoco la gloria que se dan los instalados y seguros. La "gloria" de María que está a nuestro alcance es: La fe en Dios: "¡Dichosa tú que has creído!" (Lc. 1,45). El “SI” consecuente a Dios: "¡Dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen! El esforzarse diariamente por seguir a Jesús, “siendo buenos del todo”, como es bueno su padre del Cielo: amando y sirviendo a los que nos rodean.

Es a éstos a quienes el “Poderoso, Misericordioso, el Santo, el Salvador”: glorifica, exalta, salva, resucita y sube a los cielos. María, humilde y pobre en el Señor, fue elegida por Dios. Dios tomó en cuenta su vida, de punta a cabo, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción a los Cielos. El Padre, por Jesús, su Hijo querido, la hizo grande y bella con la "gloria de su gracia".

Como a María, Dios sigue eligiendo a los humildes y pobres en el Señor, gratuita y generosamente, para ser también un "himno a su gloria”. El poder de la gracia de Dios ha sido efectivo en María, Inmaculada y Asunta al cielo, más poderoso que el pecado y la muerte. Si ello es verdad sobre una, es verdad sobre todos (lee Romanos 5,12-21). María, en la lucha contra el pecado y la muerte es una señal de esperanza segura.

Por ella, ya sabemos el camino, nos lo señala María: "¡Dichosos nosotros los pobres, porque tenemos a Dios por Rey! La fe es eso precisamente: peregrinar, subir, llorar, dudar, esperar, caer y levantarse, siempre caminar como los seres errantes que no saben dónde dormirán hoy y qué comerán mañana.

Como Abraham, como Israel, como Elías, como María. Pero la peregrinación, normalmente, es desierto. Eso mismo ocurre entre nosotros: “Un desierto”. Muchas almas tuvieron en otras épocas visitaciones gratuitas de Dios, experimentaron vivamente su presencia, recibieron gracias infusas y gratuidades extraordinarias, y aquellos momentos quedaron marcados como heridas rojas en sus almas. Fueron momentos embriagadores. Pasaron los años y Dios calla: pero escucha.

Estas almas son asaltadas por la dispersión y la tentación. La monotonía las invade. Se prolonga obstinadamente el silencio de Dios. Tienen que agarrarse, casi desesperadamente, al recuerdo de aquellas experiencias vivas para no sucumbir ahora. Pero la grandeza de María no está en imaginarse que ella nunca fue asaltada por la confusión. Está en que cuando no entiende algo, ella no reacciona angustiada, impaciente, irritada, ansiosa o asustada. Como lo hacemos nosotros en tantas ocasiones.

En lugar de eso, toma la actitud típica de los “Pobres de Dios”: llena de paz, paciencia y dulzura, toma las palabras, se encierra en sí misma, y queda interiorizada, pensando: ¿Qué querrán decir estás palabras? ¿Cuál será la voluntad de Dios en todo esto? La Madre es como una de esas flores que cuando desaparece la claridad del sol se cierran sobre sí mismas: así ella se repliega en su interior y, llena de paz, va identificándose con la voluntad desconcertante de Dios, aceptando el misterio de la vida, consigue resistir los imposibles. Es en esos momentos cuando nos corresponde actuar como María: cerrar la boca y quedar en paz.

Creer es confiar. Creer es permitir. Creer, sobre todo, es adherirse, entregarse. En una palabra creer es amar. Creer es "caminar en la presencia de Dios" (Gén 17,1). La fe es, al mismo tiempo, un acto y una actitud que agarra, envuelve y penetra todo cuanto es la persona humana: su confianza, su fidelidad, su asentimiento intelectual y su adhesión emocional. Compromete la historia entera de una persona: con sus criterios, actitudes, conducta general e inspiración vital. A mi entender, las palabras más preciosas de la Escritura son estás: " He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según su palabra " (Lc 1,38).-

¡Que el Señor, junto a su Madre asunta al cielo y Madre nuestra, nos enseñen a comprenderlas y ponerlas en práctica!

-Fdo: Eleuterio Jesús Santana Déniz.-