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CRISIS DEL CORONAVIRUS

Errática comunicación en tiempos de virus

El Gobierno de Pedro Sánchez no logra dominar el relato sobre la lucha contra la pandemia

Fernando Simón. EFE

La epidemia de coronavirus está empezando a ofrecer una tregua en España y dando un respiro, en lo sanitario, al tensionado y erosionado Gobierno de Pedro Sánchez. Aunque la gestión de la desescalada del confinamiento está siendo aún muy complicada para el Ejecutivo de coalición de PSOE y Unidas Podemos, al menos tiene la ventaja de que juega con el horizonte epidemiológico y sanitario a favor, por ahora. No es lo mismo actuar en un marco en el que todos los indicadores remiten a un control de la epidemia, y de conquistar poco a poco esa "nueva normalidad" que permitirá gradualmente recuperar la actividad laboral y productiva del país , como está sucediendo ahora, que enfrentarse a la toma de decisiones en un marco de contagios galopantes y muchos centenares de muertos todos los días, con la ciudadanía encerrada en sus casas y llena de incertidumbre, como ha estado ocurriendo la mayor parte de las siete semanas de pandemia que llevamos vividas.

Durante todo este tiempo, el Gobierno de Sánchez no ha conseguido en ningún momento dominar el escenario, ni imponer un relato propio sobre su actuación, ni en relación con las medidas que estaba adoptando para afrontar la epidemia y sus consecuencias económicas y sociales, ni en la transmisión de mensajes potentes que indicaran a la población que se sabía por dónde se iba, qué se estaba haciendo, y que dieran la impresión de que había un liderazgo sólido al frente en una situación histórica, jamás vivida y de dimensión global. Esto fue así especialmente durante las primeras semanas de la crisis, a finales de febrero y primeros de marzo, en las que el Gobierno, y en particular el propio Sánchez, se escudaron en el necesario análisis científico del problema y se pusieron "en manos de los expertos" para mantener un perfil muy bajo en la respuesta política.

Cambio de rumbo

De hecho, hasta ese momento apenas hubo debate político en torno al coronavirus porque nadie intuyó que la epidemia fuera a entrar con tal facilidad y letalidad en España. La estrategia de comunicación del Gobierno hasta ese momento fue la de minimizar el riesgo de contagio, y menospreciar la gravedad de la enfermedad, dejando toda la responsabilidad de las explicaciones al director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencia Sanitaria, el doctor Fernando Simón, que a fuerza de colocarse tras el atril a diario durante ya más de dos meses, salvo los días de baja por haber contraído él mismo la enfermedad, se ha incorporado ya a la lista de objetivos políticos de la oposición, que le responsabiliza de haber menospreciado los riesgos del virus.

Todo cambió en la estrategia del Gobierno a partir del 8-M y la manifestación feminista de ese día en todas la capitales españolas, excusa (ideológica) para algunos para iniciar las críticas. Tras varios días de contagios galopantes en distintos puntos del país, sobre todo País Vasco, Madrid y Cataluña, del inicio del posterior colapso de los hospitales y de la escalada insoportable de fallecimientos, Sánchez decidió por fin el día 14 decretar el estado de alarma y el confinamiento de la ciudadanía. Con el establecimiento del 'mando único' en la toma de decisiones para gestionar la situación, las comunidades autónomas quedaron en un segundo plano y la oposición, en especial Vox y PP, y los gobiernos regionales de Madrid y Cataluña, entraron a saco en la batalla política y de desgaste al Gobierno. En esos primeros días de estado de alarma, el propio Sánchez y, sobre todo, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, empezaron por fin a dar la cara, y los estrategas de comunicación de Moncloa generaron dos consignas sobre las que pilotar el confinamiento. Esos dos mensajes centrales fueron: "estamos en guerra contra el vírus", y "mientras no haya vacuna, la vacuna es quedarse en casa". A diario se establecieron comparecencias públicas del comité técnico de crisis, en las que dos elementos llamaron mucho la atención: que las preguntas de los periodistas llegaban por vía WhasApp y eran filtradas por el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, y que predominaba un discurso de tono bélico y militarista por parte de algunos de los representantes del Ejército y de los Cuerpos de Seguridad del Estado que daban cuenta de las actuaciones de sus respectivas unidades. También se empezaron a programar multitud de comparecencias de los ministros implicados en la gestión, igualmente sin preguntas directas de los medios de comunicación, y con la consigna de llamadas a la unidad del país, evitando entrar en confrontación con el resto de fuerzas políticas y de los mandatarios autonómicos críticos.

Los ministros se rectifican

Pese al esfuerzo, el Gobierno nunca logró enganchar tras de sí a casi nadie, en parte por su escaso nivel de comunicación y consulta con el conjunto de los partidos políticos, y por la ausencia de complicidad también con las comunidades autónomas pese a las Conferencias de Presidentes telemáticas de los domingos. Sánchez no ha logrado nunca poner en práctica la "empatía" que proclama ejercer.Y tampoco ha ayudado el hecho de que el propio Ejecutivo daba muestras de vivir una tensión interna entre los ministros del PSOE y los Unidas Podemos, sobre todo en relación con las medidas a adoptar en materia económica y de protección social y laboral por el parón de la actividad productiva del país, o sobre las fases para el desconfinamiento. Se han dado en este sentido ejemplos muy claros como la puesta en marcha del ingreso mínimo vital, o con la salida de los menores durante una hora desde el domingo. Con frecuencia ha habido mensajes contradictorios e incluso rectificaciones públicas entre ellos.

Una de las líneas estratégicas de comunicación más discutidas, según los expertos en la materia, es la de exponer al presidente en demasiadas comparecencias para simples anuncios o explicaciones técnicas, sin que nunca llegara a hilvanar un discurso de fondo que tratara de dar certidumbre y dibujara un horizonte de futuro a la ciudadanía.

Las comparecencias de Sánchez no han tenido ese cariz de liderazgo que, aseguran, sí han tenido las de otros líderes europeos como Macron en Francia, Merkel en Alemania, Costa en Portugal, o incluso Conte en Italia. El mantra gubernamental de perseguir la máxima transparencia y de tomar decisiones en base a las recomendaciones de los científicos no ha logrado convencer a la mayoría, mientras que las críticas a la gestión de las ruedas de prensa obligó a organizar un sistema de preguntas directas de los periodistas por videoconferencia.

Entre tanto, la idea de intentar unos nuevos Pactos de La Moncloa para la reconstrucción del país ha sido un fracaso absoluto y su impacto a efectos de estrategia de comunicación ha sido contraproducente, porque ahora esa cuestión ha quedado relegada a una comisión parlamentaria que la oposición más radical, Vox y el PP, quiere convertir en un ajuste de cuentas al Gobierno por la gestión de la crisis.

El cuadro de mandos de La Moncloa en materia de comunicación, dirigido por el jefe de Gabinete de Sánchez, Iván Redondo, ha puesto sus nuevos objetivos estratégicos en dominar el llamado proceso de 'desescalada', para el que mantienen a Sánchez no solo como director de escena, sino también como actor principal encima de las tablas, con el riesgo que ello conlleva. La idea fuerza la sintetiza ese concepto de "nueva normalidad" de tintes orwellinos que se persigue con las medidas y pasos a dar durante las próximas ocho semanas, siempre que la epidemia no se salga de los actuales márgenes de contención. A lomos de ese concepto se busca recomponer la imagen del Ejecutivo y del propio Sánchez coincidiendo con el regreso, pausado y cauto, a la actividad en la calle. Una imagen lastrada quizá más por su errática e inconsistente comunicación, que por los comprensibles errores de gestión en una situación como esta.

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