La Calle Real de Arrecife vivió ayer entre el sobresalto y los sonidos festivos de las antiguas canciones marineras. Los carnavales de la capital lanzaroteña volvieron a hacerle un hueco a las tradiciones encarnadas en los Diabletes de Teguise y la parranda marinera de Los Buches. Es el carnaval más tradicional, la fiesta que se hunde en las raíces isleñas y que se resigna a perderse entre los disfraces made in china, los mogollones y la música caribeña y brasileña.

Los diablos carnavaleros por excelencia de Canarias los encontramos en la villa de Teguise.Inicialmente ligados a la celebración del Corpus Christi sufrieron una traslación de fechas hacia el carnaval y transformaron parte de su vestuario: las pieles de cabra que los cubrían inicialmente se tornaron en trajes de lona pintada con rombos.

De igual forma, la careta ya no es un macho cabrío, sino un toro con sus cuernos y su lengua.Aún así, conservan la raíz, no solo en sus complementos (esquilas, cencerros, zurrones...) sino por el espíritu catártico que implica asustar, transgredir, hacer correr a los niños... Simbolizan el sentido primigenio, festivo y esencial del antiguo carnaval.

Los Diabletes de Teguise son un grupo de hombres ruidosos, provistos de cinturones de cuero cargados de cencerros y una llamativa careta con cuernos.Portan un palo del que cuelga un zurrón (llamado el garabato), con el que golpean a diestro y siniestro al que se le pone por delante.

Y es que cuando un diablete se para de repente y empieza a acechar hacia un punto fijo es la señal de que ya ha elegido a su víctima. Y cuando menos te lo esperas sale disparado como alma que lleva el diablo . La pequeña María González estaba aterrada. Y no era para menos después de que un extraño animal con cuernos y lanzando bufidos se le acercara casi a traición. "La pobre no había visto nunca a un diablete", justificaba su madre que lejos de enfandarse sonría ante el primer encuentro de su hija con uno de los personajes más carismáticos de los carnavales conejeros. Y es que los lanzaroteños le perdonan todo a los diabletes, da igual que te dén un zurriagazo o un susto de muerte porque precisamente son los que recuerdan que el carnaval no son solo plumas y caretas de plástico.

Más pausados iban los componentes de la parranda de Los Buches.Como hace ya más de 50 años partían de la zona de las Cuatro Esquinas, junto al Charco de San Ginés, donde se reunían los viejos pescadores, para recorrer con su música la calle comercial de Arrecife. "La batea de gofio yo la traigo aquí y el que quiera gofio yo la traigo aquí", cantaban Los Buches que cerraban el desfile lejos de los bramidos y sustos de los Diabletes.

"Y dicen que el matrimonio es un castigo que da el demonio, era una de las letras de Los Buches que más se acercaba al frenesí de Los Diabletes que seguían a lo suyo. En más de una ocasión esos bichos del infierno se acercaban a los turistas y residentes muy despacio, simulando ser unos dulces angelitos, pero al final todo era puro teatro porque sin mediar palabra lanzaban un alarido casi de ultratumba que hacía temblar a más de uno..

Con menos ímpetu pero igual de certeros en Lanzarote también se recibe buchazos. Los danzantes de la parranda marinera de Los Buches utilizan para golpear grandes vejigas de pescado infladas y secadas al sol, en un rito carnavalero del que hiciera referencia el viajero francés René Verneau a finales del siglo XIX.Fueron siempre gentes del mar los actores de esta tradición que se mantiene viva por parte de Los Buches desde hace más de 50 años..

Aunque el director de Los Buches, Juan Carlos Alonso habla con magua del poco apoyo que reciben. "Esto es algo nuestro que no se puede olvidar", afirma.