Jesusito de mi vida. Niño nacido en Belén. Todas las que van al baile zúrrale, zúrrale, bien. A las puertas del Casino de Agüimes un grupo de chiquillos, alentados por el párroco José Cárdenes Déniz, jalea a las jovencitas que entran al baile durante las fiestas de invierno, seudónimo bajo el que se esconden las Carnestolendas. El país continúa bajo el signo del yugo y las flechas y la Iglesia impone su moral cristiana siempre que puede. El Carnaval está prohibido desde 1937, pero hay rincones de la Isla en que las mascaritas esquivan la orden gubernativa cada año y se gastan bromas en calles, casas particulares, casinos y sociedades culturales y recreativas. Es el Carnaval clandestino que se mueve por Agüimes, Cardones, Telde y Las Palmas de Gran Canaria y que perdurará hasta que la Democracia devuelva la fiesta a la calle y al pueblo.

La coplilla, a ritmo de la oración que recitaban los niños del franquismo al irse a acostar, forma parte de la memoria de los años cincuenta y sesenta de Teresa Ruano Suárez, vecina de Agüimes. "Lo cantaban para avergonzarnos porque entonces la Iglesia no veía bien lo del baile. Si te ibas a confesar el Miércoles de Ceniza y se enteraban de que habías ido al Casino no te daban la absolución".

Los recuerdos de Teresa corresponden a su etapa de veinteañera porque entonces "a las mujeres nos dejaban participar en muchas fiestas; por lo menos en mi casa". Durante la República -época en que los Carnavales estaban permitidos- cuenta que su padre y unos familiares montaron ya una carroza.

En su memoria carnavalera están las tortitas de Carnaval - "todo Agüimes olía a tortita"- y los vestidos nuevos para acudir al baile del Casino en un periodo en el que el libertinaje antes de que llegara Doña Cuaresma se circunscribía al Domingo, Lunes y Martes de Carnaval y Miércoles de Ceniza aprovechando la ropa vieja que había en casa.

Rafael Bordón, marido de Teresa, salió al encuentro de Don Carnal siendo muy chico -nació en 1933- porque a su madre siempre le gustó la fiesta.

"Era la primera que se vestía y salía a casa de los familiares a hacer la broma. Entonces no nos comprábamos nada. Usábamos la ropa vieja y nos tiznábamos la cara con un corcho", relata.

En sus explicaciones, quiere dejar claro que el Carnaval estaba prohibido, pero que en Agüimes siempre se hizo "la vista gorda". "Ni se detuvo ni encarceló nunca a nadie. Había un respeto y un orden; algo que falta hoy en día", aclara.

Rafael recuerda que se salía a la calle y que si alguien veía venir a los municipales se daba la voz de alarma y que todos corrían a esconderse, pero sin mayores problemas.

Entonces, el disfraz era el primer trapo viejo que había en casa o el traje al revés. También valía la ropa de un familiar cercano o el intercambio de ropajes entre sexos.

El historiador tinerfeño Ramón Guimerá Peña -que ha escrito varios libros sobre las Carnestolendas isleñas- asegura que el Carnaval de Agüimes "nunca sucumbió a la prohibición franquista" y que las veladas de baile que se celebraban en los años 40 y 50 en las tres sociedades recreativas que existían en el municipio durante los tres días de Carnaval eran conocidas en otros municipios, de donde venía gente.

Fernando Artiles, vecino también de Agüimes, corrió de chico por las calles esquivando a los tres policías locales que entonces controlaban el orden público. "Salíamos con ropa vieja a comer tortitas y arroz con leche por las casas de familiares y vecinos; de paso comíamos".

En los años cincuenta formaba parte de la directiva conocida como la del Centro, en la que se agrupaban la mayoría de los obreros del municipio. Fernando recuerda que se pedía permiso a las autoridades para celebrar durante aquellos días de Carnaval baile y que la gente acudía sin problemas con la cara tapada con una talega, un trozo de sábana o una careta hecha con un cartón.

"Antes de entrar al salón tenían que pasar por la secretaría, donde se les tomaba nombre y apellido a cara descubierta", apunta, mientras indica que en la Sociedad de Arriba, donde se concentraba la gente del campo más liberal, bastaba sólo con descubrirse antes de entrar.

Fiestas de invierno

En Las Palmas de Gran Canaria también se vivía el Carnaval clandestino antes de que en 1976 Manolo García, líder vecinal en La Isleta, convenciera al Gobernador Civil apenas dos meses después de la muerte de Franco de que había que celebrar las Fiestas de Invierno.

Francisco Dávila, presidente de Los Chancletas durante más de 30 años, señala que era muy joven cuando empezó a disfrutar del Carnaval legal. "Corría el año 1980 y ya habíamos fundado la murga. Pero antes de que llegara la democracia ya salíamos disfrazados de casa en casa".

Corría el año 1955, Francisco era tan sólo un niño cuando agarraba "alguna falda o un pañuelo de mi madre y salíamos todos los amigos a la calle". Siempre con cautela para no toparse con "un guindilla".

Cualquier trapo entonces valía para divertirse unas horas con la cara tapada y preguntando "¿me conoces, mascarita?" En esas fechas, las carnestolendas se vivían más de día que de noche. Aunque ya con los 20 años cumplidos iba hasta Cardones o Agüimes, donde "se permitía en recintos cerrados hacer bailes o verbenas".

Benito Falcón, carnavalero de pura cepa y documentalista del mismo, también echa la vista atrás 50 años. "Cuando yo tenía sólo cinco o seis años ya me disfrazaba con lo que me dejaba mi madre y salíamos a la calle a tocar a las puertas de los vecinos para pedir tortillas de Carnaval y huevos duros", explica.

Tanto Benito como Francisco ven tremendas diferencias con lo que se conoce hoy como Carnaval. "Antes con cualquier cosita salías a divertirte, ahora uno se gasta más dinero en el disfraz y te conviertes en otra persona. Hace años solo necesitabas una máscara y tenías suficiente para pasarlo bien y engañar a la gente".