La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Salvado por las flores

Una oferta de trabajo en un invernadero en Gran Canaria salvó al sueco Lennart Loven de luchar en Vietnam

Lennart Loven, entre flores. José Carlos Guerra

El destino ‘escribió’ a Lennart Loven, nacido y criado en un invernadero de Suecia, dos cartas con sólo un día de diferencia, cuando siendo un joven residía en EE UU. En una lo reclutaban para luchar en Vietnam. La otra era una oferta de trabajo en un invernadero de Gran Canaria.

En el siglo XVII el rey Erik de Pomerania quiso que Landskrona, Corona del Rey, al sur de lo que ahora es Suecia, fuese la capital de Escania; pero sus planes se truncaron y hoy en día es un desconocido y precioso pueblo del sur del país donde viven cuarenta mil habitantes. Allí nació el 3 de noviembre de 1944 Lennart Loven, en una casa llena de flores e invernaderos. Sus padres poseían una finca desde donde acabarían dedicándose exclusivamente a los crisantemos, que como Lennart, nacen en otoño. “Al nacer, caí de la cuna sobre una cama de flores, y toda mi infancia transcurrió entre crisantemos. Hacía los deberes en la zona de empaquetado”, cuenta este sueco que ahora está jubilado y vive en Gran Canaria.

Aquellas eran flores difíciles, que sólo duraban tres semanas cortadas; el resto del año vendían esquejes a otros agricultores. Sobre el año 63 se rumorea que en Inglaterra se habían logrado unas variedades que se cultivaban durante todo el año. Así que como muchos otros jóvenes que no tenían recursos para seguir estudiando, Lennart se marchó a la isla británica, a Sussex, cerca de Brighton, sin saber apenas unas palabras de inglés para aprender esos nuevos cultivos.

Allí se aloja en casa de dos señoras con un dominio del idioma mucho más refinado que el de sus compañeros de invernadero, y aprende muy deprisa gracias al trato frecuente con ellas. Pese a las carencias del país, se acostumbra a Inglaterra. “Una vez pagado el alquiler, de mi sueldo me quedaban 14 chelines mensuales para comprar pasta de dientes e ir una vez al cine. Hacía también trabajos en la casa para pagar la comida y que descontaran algo del alquiler”.

La idea del joven Lennart era terminar su año de prácticas, volver a su país y utilizar las nuevas técnicas en el invernadero familiar; pero, un par de meses antes de regresar a casa, un americano visitó la finca: el señor Pomeroy Thomson, dueño de W.W. Thomson Company, famosa empresa especializada en claveles. Comenzaron a hablar y descubrieron un conocido en común, un vecino sueco que cultivaba claveles. Thomson le ofreció un trabajo en Estados Unidos; pero Lennart le dijo que no tenía dinero para el billete. “Me pidió mi dirección y que obtuviese un permiso de trabajo. Una semana más tarde recibí una llamada: tenía un billete para Nueva York y me fui a finales de abril de 1964”.

Lennart se trasladó a Hartfore, Connecticut. Le habían arreglado el hospedaje en casa de un profesor de música y conocido organista: Clarence Waters, quien vivía con su mujer. Hijos de ingleses, primera generación de inmigrantes, se sentían solos porque su hija se había casado el año anterior. “Querían ruido a su alrededor. Empecé a habitar en dos espacios totalmente distintos: el invernadero y la casa de los Waters, con un ambiente más cultural, donde casi me adoptaron”.

El invernadero de los Thomson estaba dirigido por Sam, un inmigrante italiano de segunda generación. La plantilla de trabajo la formaban, además, dos polacos, un canadiense y un grupo grande de puertorriqueños, además del propio Lennart. “Allí comenzó mi pasión por la cultura latina. Por ese entonces hacía poco que había muerto Kennedy, y en Estados Unidos aún había mucho racismo”. Sam lo nombró enlace con los puertorriqueños, así que él empezó a tratar con Juan Torres, el único que hablaba inglés.

Por esa época, Lenn ya sabía que nunca dejaría la profesión: “Aunque en un principio había sido la única opción, a esas alturas me encantaba mi trabajo. Recuerdo a Juan Torres decirme: ‘Lenn, ¿te das cuenta de que trabajamos mano a mano con Dios?’ Los Thomson tenían fama por las numerosas variedades patentadas, claveles de todos los colores que daban la vuelta al mundo. Yo esperaba ansioso para ver las semillas de los cruces que habían hecho. A veces, sólo un uno por ciento era aprovechable; pero eso ya valía la pena”. Le gustaba Estados Unidos y, cuando llevaba más de un año allí, su plan era quedarse definitivamente.

Un día al llegar a casa encontró una carta en la que se le comunicaba que, como inmigrante, le tocaba -por no estar casado ni estar cursando estudios superiores- alistarse para ir a la Guerra de Vietnam. Había pasado por el gabinete de reclutamiento al llegar a Estados Unidos como dictaba la ley; pero lo veía lejano. Fue angustiado al trabajo al día siguiente y mientras cortaba las orquídeas pensaba qué hacer y cómo. No quería dejar Estados Unidos como desertor, pero tampoco quería ir a la guerra.

Pero al día siguiente recibió otra carta: la empresa para la que había trabajado en Inglaterra le ofrecía un puesto en Gran Canaria, en unos nuevos invernaderos. No dudó a la hora de tomar la decisión, a pesar de que sólo sabía de la isla que era parte de un archipiélago español y, de nuevo, su destino estaba marcado por las flores, como le ocurriría durante toda su vida.

Tras salir de EE UU, pasó por Suecia para ver a su familia, que había estado muy preocupada pensando que Lenn podía ir a Vietnam. Luego fue a Inglaterra a aprender nuevas técnicas que debía enseñar a los trabajadores canarios y allí cogió el vuelo directo que salía los domingos de Gatwick a Gran Canaria con la British United Airways. Empezó a trabajar al día siguiente.

La empresa le pagó 20 horas de clases de español. “En la clase número 20 invité a mi profesor a tomar cañas a Triana, que fue la clase en la que más aprendí. Fueron las únicas 19 horas que realmente estudié de español. Pronto me empezó a gustar mucho más estar con los canarios que con los ingleses y fue allí donde conocí a Yolanda, una mujer de Agüimes que trabajaba también en los invernaderos y con quien empecé a salir”. Estuvo dos años trabajando allí, pero al jefe no le gustaba demasiado el carácter del sueco. “Yo era demasiado familiar con los nativos, según él, y eso no encajaba con la mentalidad inglesa de la época. Yolanda y yo nos casamos en 1967, y a los seis meses me despidieron del invernadero”.

En el trabajo conoce a Rafael Romero Rodríguez, director de la Escuela de Capacitación Agraria y, junto a él, su cuñado Rafael Domínguez y otro amigo, Francisco Estévez, inauguran una finca de flores en Gáldar. “Así iniciamos lo que luego sería Galflor, empresa que dirigí durante 38 años. Francisco era abogado de profesión, un hombre dialogante, determinado, y que se arriesgaba con cualquier proyecto en el que creyese. A Rafael lo admiraba por su firmeza. Fue uno de los que impulsaron la modernización de los cultivos. Llegó a ser delegado ministerial de Agricultura”.

Lennart trabajó en Galflor hasta su jubilación, pero nunca ha dejado la floricultura, así que decidió tomar Union Fleurs, una organización mundial de flores y plantas con 50 años de existencia, y abrir una sede en Bruselas. “Ahora la organización tiene una nueva vida, un nuevo sentido. Tratamos el libre comercio de flores con Colombia, con Kenia y otros países. En la sede hay una oficina de la Floriculture Sustainability Initiative, donde se aconseja sobre temas como el uso de químicos, se vela por los derechos de los trabajadores y se dan certificaciones para que el que compra flores sepa que todo está en regla: los derechos laborales en la finca, los salarios, todos los consumos, los abonos, los plaguicidas, etc. Para mí el mundo de las flores es un ejemplo claro de la globalización. No existía la palabra cuando yo era pequeño: recuerdo a mi padre escandalizado por ver papas canarias en Suecia… Al principio sólo podías abarcar lo que veías. Éramos artesanos cultivando flores. En Suecia ya no hay floricultura y nuestra finca desapareció también. Sólo se cultivan tulipanes en invierno”.

Hoy Lennart sigue ayudando en la empresa familiar a Cristina, su hija, diplomada en Floricultura por la Universidad de Míchigan. “No tengo hobbies más que mi pasión por las flores”, dice. Hace años que creó junto con otros amigos La Tertulia Agrícola, que se reúne tres o cuatro veces al año. Pero los Loven siguen recorriendo mundo. El último en coger el testigo ha sido el hijo de Lennart, que se ha marchado a Australia, donde es ingeniero técnico. Lennart dice que la vida le ha enseñado a ser optimista: “Las oportunidades siempre existen, sólo tienes que identificarlas. Siempre hay una puerta entreabierta que tienes que empujar y meterte”. Siempre sin olvidar sus raíces, aquellos primeros días entre crisantemos en un pequeño pueblo de Suecia que pudo ser la capital del país nórdico hace más de cuatrocientos años.

Compartir el artículo

stats