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Mulligan, cerebro del 'cool'

La Gran Canaria Big Band homenajea junto a Francisco Blanco al saxofonista y arreglista que moldeó el jazz de los cincuenta

Mulligan, cerebro del 'cool'

La historia del jazz, tan jalonada de héroes y abismos, muestra a menudo una patológica racanería a la hora de reconocerle méritos a quienes no dan para un biopic de autodestrucciones y algaradas. La Gran Canaria Big Band nos propone mañana la inmersión en el universo del saxofonista, arreglista y compositor Gerry Mulligan, forjador de una pasión fría que decantó la evolución del género en los años cincuenta hacia el estilo cool. Es posible encontrar a Mulligan en la reverberación que sus hallazgos tuvieron en las grabaciones de colegas como Chet Baker o Miles Davis, pero su propia obra es lo suficientemente amplia y elocuente para permitirnos leer en ella los signos de una profunda renovación estética.

Una parte importante de su trabajo problematiza la interpretación de la música de jazz en el contexto de conjuntos instrumentales altamente formalizados. Escritura frente a improvisación, sujeción a la masa sonora frente a la exhibición del talento individual, polaridades que pueden ser aprovechadas como pedernal de creatividades. Así las contempló Mulligan, quien cuestionó la idoneidad de la big band como vehículo hegemónico para poner en juego estas fuerzas y experimentó con otras formaciones de diferentes envergaduras y combinaciones tímbricas, atisbando una serie de soluciones que tendrían largo alcance en el trabajo de otros.

Los talentos sumados de Mulligan dan como resultado una de las figuras más completas y fascinantes de entre las emergidas en el jazz, abriendo generosos espacios a una generación de músicos que brujulearían siguiendo sus orientaciones y, por citar el tópico de Ornette Coleman, darían forma al jazz por venir tras la Segunda Guerra Mundial.

Por aquel entonces, el incendio del bebop lo había dislocado todo: el swing, la armonía y el discurso del solista, que ahora cabalgaba desbocado y angélico, pendiente sólo de la espiral de su vuelo. Embridar ese fuego, hacer inteligible el álgebra era indispensable si el jazz de posguerra pretendía reconciliarse con un gran público desconcertado ante la glosolalia de los boppers, turbión de notas inaprensible para el profano.

En esa tarea se embarcaron Mulligan, el arreglista Gil Evans y otros músicos amamantados en las ubres del bop. Las grabaciones resultantes de su trabajo, registradas en 1947 por un noneto comandado por Miles Davis, saludaron el cambio de sensibilidad. Aquella música, relajada y retraída a la vez, rehuía cualquier énfasis y reestablecía cierto equilibrio entre el sonido de conjunto y las irrupciones solistas. La estilización que proponía no estuvo exenta de críticas -al fin y al cabo limar al bebop de aristas era mutilarlo- pero a las nuevas sonoridades no les costó conquistar adeptos, en especial en la costa oeste estadounidense. Gerry ahondaría en estos logros con otras formaciones posteriores, muy en especial su célebre tentette (diez músicos), que desafortunadamente legó un parco testimonio discográfico.

Como intérprete, dio alas a un instrumento fangoso, el saxo barítono, que en sus manos dejó de trastabillar para alzarse en un diálogo fluido con sus compañeros. Las grabaciones en un cuarteto sin piano junto a Chet Baker son tan tópicas como bellas. Sin el anclaje del teclado, saxo y trompeta juguetean entrelazándose e insinuándose el colchón armónico. A menudo es Gerry quien surge más cerebral frente al pathos de Chet, pero en no pocas ocasiones los papeles se invierten.

Para revivir el sonido mulliganiano, la Gran Canaria Big Band cuenta en su concierto de mañana con un aliado muy especial. El saxo barítono Francisco Blanco 'Latino' le hincará el diente junto a la formación isleña a un repertorio de muchos quilates, con standards como Line for lyons o Walkin' shoes. Y es que el poliédrico Mulligan fue también un excelente compositor.

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