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danza

Y el pueblo, entretenido

La función de fin de curso de la Universidad Popular da pie a una inevitable reflexión sobre el destino de un proyecto educativo que cumple su 30 aniversario

El coreógrafo estadounidense Jerome Robbins durante el rodaje de West Side Story en la ciudad de Nueva York, en el año 1960 . LP/DLP

Hace ya quince años, en un acto celebrado en el entonces llamado Club Prensa Canaria, una atildada figura de la cultura local dijo unas palabras que se me quedaron grabadas, no por su novedad, sino sobre todo por el contexto en que fueron pronunciadas. He vuelto a recordarlas tras reflexionar sobre la significación cultural de otro acto celebrado hace algo más de diez días en el Teatro Guiniguada. Hablo de la muestra con la que concluye, como viene siendo habitual, el curso escolar para los alumnos del proyecto de artes escénicas de la Universidad Popular Juan Rodríguez Doreste. Las líneas que siguen constituyen más una reflexión que una crítica escénica al uso y aspiran a aportar un poco de luz en el año en que se conmemora el 30 aniversario de este proyecto educativo nacido en sintonía con Las Misiones Pedagógicas de la Segunda República Española.

Áquel veintitrés de abril del año 2001 un grupo de estudiantes de Filología Hispánica había aprovechado la conmemoración del Día del Libro para dar a conocer sus inquietudes a través de un manifiesto al que llamaron "Palabra y vida desde Canarias". Eran los fundadores del grupo Calibán, cuyo canal de expresión fue durante algún tiempo la revista universitaria del mismo nombre. Entre ellos se encontraban alumnos que con el paso de los años empezarían a realizar aportaciones interesantes y necesarias para comprender sin prejuicios quiénes somos (y atisbar quiénes podríamos ser) los canarios. El caso es que a ellos y a todos los asistentes a aquel acto se nos planteó desde el público una disyuntiva en la que muchos permanecemos aún atrapados en mayor o menor medida. La cuestión era, como confesó alarmada aquella oyente, que si prestábamos atención a cuestiones "locales" podíamos acabar por abandonar esa mirada "cosmopolita" que tan buenos frutos ha dado siempre. Tal vez se entendió mal a aquellos estudiantes de Filología. Estoy seguro de que ellos nunca han querido apartarse de aquella fórmula que invita a encontrar lo universal en lo local. Tanto es así que, quienes desde su inconsciencia nos siguen situando frente a esta disyuntiva, en realidad nos están forzando a elegir entre prestar a atención a las creaciones culturales foráneas (no voy a decir "ajenas") o a las locales (no voy a decir "propias").

Con alguna saludable excepción, como Alquimia, la coreografía de estilo contemporáneo que abrió el espectáculo, la función mencionada constituye una muestra representativa de ese callejón sin salida en que nos encontramos por padecer una secular falta de autoestima colectiva. Además, esta carencia nos vuelve más sensibles a la desertización producida por la industria del entretenimiento; así sucede al suelo que una vez fue fértil. Aunque en principio la variedad de los géneros prometía un buen espectáculo, antes de llegar al final de la función el crítico se revolvía de impaciencia en el asiento; porque a esas alturas ya habían aparecido las dos expresiones artísticas que muy bien podrían representar esa disyuntiva a la que antes nos referíamos. Como muestra del más rancio localismo, La burra me la quedo yo. Esto es, como se podrá imaginar, un buen pedazo de teatro costumbrista escrito según el modelo popularizado por En Clave de Já. Como alternativa, es decir, en representación del "cosmopolitismo", la función de fin de curso ofreció tres fragmentos de tres musicales que, a estas alturas, se han convertido en las expresiones más populares del género: Cabaret, Chicago y el más reciente de los tres... ¡Mamma Mía!. Entremedias disfrutamos de algunos minutos de alivio gracias a la interpretación de una de las piezas que componen Ballet for Life, la obra creada por Maurice Béjart a finales de los noventa para homenajear a dos artistas derrotados por el SIDA, Jorge Donn y Freddie Mercury. Debemos esos momentos de felicidad al chisporroteo de vitalismo que desprende A Kind of Magic y a la limpieza de los movimientos realizados por las bailarinas más veteranas del proyecto de artes escénicas de la UP. Pero esto, por desgracia, no tira abajo nuestra reivindicación. No fue suficiente el Arrorró de Aida Lustres, bailado con dignidad; ni el renacentista "Baile del canario". Me pareció tan simbólico que esos dos miembros del grupo Cadentia no pudieran realizar con gracia su característico zapateo...

El autor de La burra me la quedo yo es Chago Rodríguez, responsable, también, del Taller de Danza Moderna de la Universidad Popular y del proyecto de artes escénicas creado para encauzar el gusto por las tablas de los alumnos más veteranos. La obra ya fue representada el pasado mayo en la Sala Insular de Teatro, dentro de la III Muestra de Teatro Popular y su efecto cómico reside en los equívocos a que da lugar la confusión de una muchacha casadera con la burra a la que su padre ha puesto el mismo nombre. La hija quiere que su padre sea manso con el pretendiente y éste quiere sacar algo de dinero vendiendo a la vieja burra. Puestos a pedir, yo hubiera preferido que el animal pasase sus últimos días junto a quienes la vieron envejecer. Sufrir una representación como esta sirve para preguntarnos si lo popular es esto, si este es el significado que debemos dar al adjetivo "popular" cuando acompaña a términos tales como "universidad" o "teatro". ¿Acaso podemos decir que el objetivo se ha cumplido cuando logramos sacar unas risas al público? O volviendo a los musicales, ¿podemos darnos por satisfechos cuando el público celebra el glamour sexy que exhiben las aficionadas que escenifican un fragmento de Cabaret? ¿Acaso no merecen esas parejas, hermanas, hijas, o amigas algo más que el aplauso garantizado de antemano por sus allegados? Nadie va a juzgarlos a ellos como profesionales. Este no es el punto de vista. En lugar de esto, lo que se pide es que la Universidad Popular les ofrezca las herramientas adecuadas para que puedan subir se a ese carro del continuo reaprender y autodescubrirse.

Ambos géneros, el cabaret y el teatro costumbrista ofrecen posibilidades que, a poco que pensemos en ellas, ilusionan mucho. Si uno no tiene talento, ganas o tiempo para hacer algo, no debe hacerlo. ¡Siempre se puede pedir ayuda! Y ya existen obras escritas como, por ejemplo, las creadas por los hermanos Millares Cubas. Pero también estamos muy necesitados de que los autores -ya sean profesionales o aficionados- dirijan su mirada a las realidades de cada día; hablo de realidades, no de estereotipos. Entonces, aúpando este tipo de propuestas, la Universidad Popular podría dar voz a quienes viven cerca de esos centros que el proyecto tiene en barrios como Lomo Blanco, Guanarteme, San Cristóbal, La Isleta, Tamaraceite... ¿No podría plantearse este profesor la opción de la creación colectiva? ¿Ha pulsado él las inquietudes y necesidades de su alumnado a la hora de dar forma al repertorio en que se trabajará durante todo un curso?

Puedo estar equivocado, pero creo que esas mujeres y hombres podrían haber subido al escenario con más convicción. Y también, sin duda, con más preparación. Es posible que haya habido cursos más productivos, pero el autoabandono de docentes y gestores ha acabado multiplicando el efecto negativo de la tendencia al absentismo del alumnado canario. Para que no todo sean caras largas, lanzo una propuesta. ¿Qué tal una reinterpretación de Oklahoma, el famoso musical de Agnes B. de Mi- lle enraizada en la realidad urbana e histórica de las Islas? Como genial precedente - en lo que al humor paródico se refiere- tenemos las parodias de los clásicos del Oeste que realizara Calero para su programa La Azotea. El ensayo general podría hacerse en nuestro Cañón del Águila . Bueno, seamos serios, mejor sería representar un West Side Story que sirviera para dar cauce a nuestro romanticismo y a nuestras tensiones.

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