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La memoria de los pobres

Jacques Ferrandez adapta al noveno arte la última novela de Albert Camus en la que refleja su niñez y juventud en Argelia

Camus, durante el pasaje de su infancia, en el que recuerda instantes relacionados con la dura disciplina materna. LP/DLP

El 4 de enero de 1960, un accidente automovilístico acababa con la vida del escritor francés Albert Camus. El siniestro fue tan aparatoso que el coche en el que viajaba acabó destrozado, pero por fortuna un maletín que llevaba consigo salió despedido del vehículo. Dentro se hallaba el manuscrito de su última novela.

El primer hombre, pues así se llamaba, era una obra póstuma, inconclusa y fuertemente autobiográfica que permaneció oculta 34 años y cuya versión gráfica resulta tan escalofriante como en su momento lo fue El extranjero.

Establezco esta comparación porque su autor, Jacques Ferrandez, es el mismo que adaptó dicha obra, de modo que no sólo conoce a fondo el estilo del Premio Nobel francés sino que se ha enfrentado con anterioridad al reto de realizar la adaptación de uno de sus títulos al noveno arte.

El argumento refleja la juventud de Camus con todo lo que eso significa: la pobreza, la ausencia de su padre muerto en la Primera Guerra Mundial, la convivencia con una madre analfabeta durante su niñez en África.

Todo ello está encuadrado dentro del regreso de Jacques Cormery, alter ego del escritor, a su Argelia natal, lo que aviva los recuerdos de una dolorosa infancia en la que los únicos alivios del protagonista fueron la escuela y la influencia de un maestro que lo encaminó hacia la literatura.

Pero El primer hombre también supone un fuerte alegato contra la élite cultural francesa, a la que a pesar de su éxito Camus nunca llegó a pertenecer. Esta crítica gira alrededor de la frase 'el tiempo perdido sólo lo recuperan los ricos. Para los pobres, el tiempo sólo marca los vagos rastros del camino de la muerte', lo cual supone una clara alusión a la obra de Proust. Y precisamente porque los pobres no tienen memoria, su voluntad de mostrar la situación que vive su familia supone tanto un golpe certero a toda esa burguesía, como una respuesta a quienes le acusaban de falta de compromiso con la causa argelina.

Las líneas angulosas con las que Ferrandez dibuja los rostros de sus torturados personajes son las más apropiadas para un título que asimismo refleja fielmente la vida en la antigua colonia francesa, especialmente en los vestuarios y la arquitectura, no en vano el autor, como Camus, nació en aquella tierra que un día dejó de existir.

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