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De discípulo a maestro

De discípulo a maestro La Provincia

La personalidad de Eugenio Padorno se ha forjado en la memoria y la transmisión, a las que se ha entregado desde que fue consciente de la llegada de la poesía a su vida. Fue durante una clase de Literatura en segundo de Bachillerato en la que se leía en voz alta la Odisea cuando imaginó la arribada de Ulises a la playa que divisaba a través de los ventanales de la sede del Puerto del Colegio Viera y Clavijo. Desde entonces la palabra ha dado cuerpo a un existir que, en muchos sentidos, puede interpretarse como la prolongación de aquel preciso instante.

Las primeras inquietudes las compartió con su hermano Manuel, que iba reuniendo una biblioteca en la que el número de libros de lírica se igualaba a los de filosofía y que puso a su disposición. También fueron decisivos los amigos, que tantas horas pasaron hablando de arte en la casa familiar al calor de la generosidad de doña María: Henry Robert, José María Benítez, Manolo Millares, Martín Chirino y Arturo Maccanti cultivaron una hermandad que los años solo acrecentaron. Lo mismo sucedió con algunos compañeros de su amado colegio, donde conoció a dos de los cofundadores del «Club los amigos», José Luis Pernas y Jorge Rodríguez Padrón, en cuyas viviendas organizaron lecturas poéticas, representaciones teatrales y exposiciones pictóricas. En «el Viera» también aprendió grandes lecciones de figuras de la talla de Alfonso Armas Ayala, Ernesto Cantero, José Doreste, Agustín Martinón, Juana Padrón y Pedro Cullen, quienes, con una metodología excepcional y un trato afectuoso, lo enseñaron a razonar, educaron su oído y lo instruyeron en el rigor intelectual y el amor por las Humani- dades.

Las experiencias en torno a la palabra y el pensamiento que había cultivado en su primera juventud se ampliaron durante sus años como estudiante en la Universidad de La Laguna. La convivencia con Francisco Hernández y Emilio Lledó en el Colegio Mayor San Agustín, las horas de estudio junto a Alberto Pizarro, José Luis Pernas, Miguel Martinón, José Abad y José Luis Fajardo y las tertulias en los domicilios de Pedro García Cabrera, María Rosa Alonso y Carlos Pinto fueron para él una confirmación de lo vivido años atrás y reforzaron una manera de habérselas con el mundo basada en la escucha y el diálogo que construyen lo común.

Terminada su licenciatura, Eugenio Padorno optó por la docencia, una elección que pudiera estar relacionada, al menos de forma inconsciente, con el momento en que la poesía irrumpió en su vida. Buena parte de ella se desarrolló en el aula, espacio en el que se fue perfilando un magisterio particular, basado en lo aprehendido como discípulo, que es abiertamente relacional y encarnado y ha marcado a varias generaciones: primero en los institutos de la Isla, después en el IBAD, en París, posteriormente, en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria; y, tras su jubilación, en los encuentros a los que acude, muchas veces invitado por sus discípulos.

La celebración del nacimiento de Eugenio Padorno, autor de una obra fundamental, supone conmemorar una vida consagrada a la cultura. En el necesario repaso de su trayectoria que implica la efeméride, es de justicia reconocer la labor de aquel discípulo hospitalario que, desde sus años de bachiller hasta hoy, acoge la poesía que llega a la orilla, la hace palabra compartida y, en su gesto, ejerce un magisterio indeleble y merecedor de una gratitud inmensa.

Belén González Morales es profesora de Filología Hispánica en la ULPGC

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