Literatura | Adiós al escritor más querido de Canarias

La Isla Bonita, último testigo del ímpetu cultural de Alexis Ravelo

El festival Aridane Criminal fue una de las iniciativas más ambiciosas del escritor | El autor entendía la cultura como un bien común

Alexis Ravelo en la clausura del Festival Aridane Criminal, en Los Llanos de Aridane.

Alexis Ravelo en la clausura del Festival Aridane Criminal, en Los Llanos de Aridane. / ANDREW GALLEGO

Enero, tan eterno y frío, ha encogido el corazón en su última exhalación. El fallecimiento este lunes del escritor canario Alexis Ravelo dista apenas unas semanas de la última entrega del Festival de Novela Negra y Policíaca Aridane Criminal en Los Llanos de Aridane... ¿Quién querría hacerse cargo de un encuentro literario en La Palma? A pesar del cambio de ruta del panorama cultural que intenta abarcar el Archipiélago al completo, el escritor sabía que aquello era un proyecto ambicioso, casi imposible, al que, por mucho que quisiera...

No podía decirle que no. Porque en él, en su convicción como lector que había abierto mundos intocables e inalcanzables gracias a su imaginación, que estudiaba la cartografía y dibujaba otros paisajes desde el barrio de Escaleritas, estaba el afán por abrir y expandir el acceso cultural en cualquier rincón de esta sociedad. Y La Palma, pandemia mediante y volcán acaecido, era el lugar que necesitaba de un encuentro que mediante la reflexión y el diálogo trajera crítica e imaginación, camuflado en el filón de la pluma y las balas perdidas, a sus habitantes.  

La ocurrencia fue culpa del nacimiento de Patricia Highsmith un 19 de enero. Con la bruma y la humedad bajo los laureles de indias, era la fecha idónea para que escritores y escritoras se dieran cita en la plaza del pueblo, tanto en mesas redondas, entrevistas y talleres. La idea había sido de la concejala de Cultura Charo González Palmero, quien pensó en Ravelo como el ejecutor idóneo. Luego admitirían entre risas que aquello estaba planteado como un acto, algo modesto, tal vez una jornada especial.

Pero los viajes del escritor grancanario por los festivales de novela negra desperdigados en el territorio durante la última década le habían dado suficiente perspectiva y confianza para aventurarse a plantear una iniciativa cultural de calidad que convirtiera a la Isla Bonita en el epicentro del género, con el permiso de su querida Pamplona Negra. «Yo siempre pensé que querías que te montara un festival, ¡la liamos!», rió el día de la clausura. En parte, cumplía también con el empeño del escritor Antonio Lozano, amigo que tanto le había insistido en que montaran un festival. Por fin, había cumplido.  

A lo largo de estos tres últimos años han pasado autores de la talla de Rosa Ribas, Alicia Giménez Bartlett, José Luis Correa, Carlos Álvarez, Domingo Villar, Teresa Cardona, Oyinkan Braithwaite, Carmen J. Nieto, Carlos Zanón, Marcelo Luján, Esther García Llovet. La presente entrega, la más nutrida, volvió a la normalidad con Claudia Piñeiro, Francisco Zamora, Jon Arretxe, Diego Ameixeiras, Carlos Bassas, Valeria Correa, Núria Bendicho, Marta Prieto, Javier Díez, Julieta Martín y Juan Esteban San Juan. Un plantel lleno de prestigio y experimentaciones literarias que contaba con el cuidado de la organización y, sobre todo, del presupuesto económico que recibía por parte de la corporación pública. Esto último, era una cuestión indiscutible para su comisario, ya que entendía que la cultura, como cualquier otra iniciativa, debía hacerse en unas condiciones dignas.  

Ante todo, la comunidad

La Pérgola era el lugar de encuentro por las mañanas. Una especie de toma de contacto para visitantes y habituales a los que Alexis Ravelo siempre abrazaba con una sonrisa en mitad del desayuno, una broma que se le ocurría en la ducha y que tenía que contar nada más llegar, o el diálogo vehemente acerca de cuestiones actuales que tocaban su nervio crítico como ciudadano y escritor cabreado con el mundo. La injusticia, como transmitía a sus personajes de novela, era uno de los límites que no estaba dispuesto a permitir.  

En esos días, tan claros, anunció lo sabido. «Hasta el tercer año no hay festival, antes, son intentonas, ¿verdad, don Carlos? Que es perro viejo... Tenemos tradición, públicio que va repitiendo y, en aquel primer momento, lo dije: lo monto y salgo corriendo, porque soy muy gandul en realidad», soltaba con voz ronca, exhausto después de semanas al pie del cañón.

«Me bastaba con comisariar tres ediciones, por lo que permanecer más tiempo es prolongar una vinculación personal que no es buena. Aunque sé que los proyectos lo hacen las personas, pero es bueno que anden solos. Aridane Criminal es de la ciudad de Los Llanos de Aridane y de su gente, es de ustedes. Así que me toca decir: me jubilo». Los aplausos vieron cómo le entregaba el testigo al periodista y crítico literario Eduardo García Rojas, «el señor de los ojos bonitos», al que ofreció como «pocos saben más que él, con una inteligencia y ecuanimidad a prueba de modas». 

El agradecimiento al equipo de Aridane Criminal se reiteró con el orgullo de quien camina a hombros de unos gigantes, personas comunes y valientes, talentosas, que lo hacían avanzar en una aventura que envolvía a una comunidad. Tanto a la concejala de Cultura, a los técnicos Guacimara León, Judith Fabrer y Ricardo Suárez, a las librerías Ler, El Estudiante y Arcoiris por permanecer contra viento y aviso ineficiente de lluvias, «porque estas cosas sin libros no tiene sentido», y al fotógrafo Andrew Gallego, el diseñador Nano Barber, los recursos de SonoArte y SixtyMedia, o Julia Rivero Padilla, mano derecha con su «pelo de colorines, asistente, conductora de ganado, ¡hace de todo!», los nombró. 

Esa vida, esa revoltura, era el terreno de batalla de Ravelo. Defensor del acceso a la cultura, confiaba en el lema de Aridane Criminal: Al Golpito. En ese golpito estaba Canarias, donde las tropelías encuentran la resistencia de sus habitantes y alimentan futuras historias; estaba la literatura negra, a la que hay que saborear con tiento, más cuando había marcado su destino; y el ritmo propio con el que se dirigía a su gente, despacio, porque el tiempo, su bien más preciado, era lo que regalaba tanto a sus letras, a sus lectores, y a quienes ahora lo guarden.

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