Lucia di Lammermoor aúna las cualidades que Guillermo García-Alcalde habría apreciado en una partitura musical sin paragón: maestría, pasión y una reflexión profunda sobre las vicisitudes del pensamiento y el alma humanas. El reciente fallecimiento del periodista, crítico y compositor ha golpeado a la Ópera de Las Palmas y los Amigos Canarios de la Ópera, asociación a la que estaba muy unido, por lo que su último homenaje es la dedicación de las tres funciones —ayer, jueves y sábado— de esta nueva producción que sobresale en la 56º temporada como una entrega memorable.

"Figura única e irrepetible de la cultura canaria por su labor periodística como crítico musical y divulgador excepcional de todas las bellas artes. Siempre fue un gran amigo de ACO desde sus comienzos, contribuyendo a su gestación y colaborando con generosidad extrema cuando la ocasión lo requería", expresaron al inicio por los altavoces del Teatro Pérez Galdós. "Guillermo nos acompañó con su inteligencia, su sabiduría y su amistad", manifestaron con un aplauso cerrado como tributo.

La partitura de Gaetano Donizetti atravesó la escena belcantista a principios del siglo XIX como un soplo de aire fresco que lo encumbró entre los compositores de la época. Ese canto acontece en Escocia, donde una joven Lucia di Lammermoor lucha por permanecer fiel a su amor, Edgardo di Ravenswood, y cumplir con el mandato que le ha impuesto su hermano Enrico para casarse con lord Arturo.

La desavenencia entre destino y deseo vuelve a engendrar uno de los dramas más lúgubres de la escena operística, con la que soprano australiana Jessica Pratt debutó por primera vez en los teatros europeos hace una década. Ahora, brilla con luz propia. La cantante, conocida en las tablas canarias, mantuvo el temple y enriqueció los agudos con una interpretación llena de matices que mostró la complejidad técnica de un personaje que, más que presa de la locura, termina enajenada por la imposibilidad de ser.

Ovación unánime

La obra en tres actos fue ganando una confiada fuerza a medida que los minutos pasaban y la batuta de Lorenzo Passerini dirigía como un faro a la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Con soltura, amoldable y atenta a los cantantes, el maestro insufló ánimos a los intérpretes para encumbrar las grandes arias que marcan esta historia.

Sonó con ligereza Regnava nel silenzio y acometió el sexteto Chi me frena in tal momento con minuciosidad, sopesando y manteniendo los pesos vocales entre el joven tenor Xabier Anduaga, que tomó el testigo de grandes como Pavarotti o Alfredo Kraus con brío e intensidad, el barítono Youngjun Park, inmenso en los aterciopelados pianos y mayúsculo en su expresividad, además del bajo Mirco Palazzi, la soprano grancanaria Rosa Pérez y el tenor tinerfeño David Barrera —en sustitución de Francisco Corujo—. Un conjunto coral que mereció una ovación y el propio guiño de Passerini desde el foso.

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La fluidez del entramado escénico, ideado por Bruno Berger, permitió el diálogo constante entre los cantantes, con especial armonía del coro, mientras se metamorfoseaban en fantasmas dentro de la escenografía victoriana compuesta por Carmen Castañón, misteriosa y naturalista en un principio entre los árboles y los lagos del norte, y oscura y austera al adentrarse en las habitaciones palaciegas de la familia. La atmósfera atrapaba al espectador en esta novena reposición de la composición en el Teatro Pérez Galdós, inmerso en las letras de Walter Scott cuando escribió la novela The Bride of Lammermoor que luego serviría a Salvatore Cammarano para hacer el libreto.

Ensangrentada ante el asesinato, vuelta Lucia un mito, Pratt hizo resonar el interior del Galdós con un "¡brava!". Un vítor que hubiera acompañado García-Alcalde en este templo de la cultura donde tanto disfrutó de la belleza y la creación humana.