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Las casi memorias de Carlos Saura cimentan su pasión por las imágenes

El libro autobiográfico del realizador fue escrito durante la pandemia cuando estaba a punto de cumplir 90 años

El cineasta Carlos Saura.

El cineasta Carlos Saura. / EFE

Elena Hevia

La muerte de Carlos Saura, tan solo un día antes de que la gala de los Premios Goya reconociera que era uno de los grandes autores del cine español, devolvió al autor a una consideración pública mayoritaria. El cine español llegó clamorosamente tarde al homenaje y eso que había tenido tiempo de sobra porque el cineasta no solo había logrado alcanzar los 91 años sino que lo había hecho en el todavía pleno ejercicio de su creatividad con un documental, ‘Las paredes hablan’, estrenado pocos días antes de su fallecimiento, ese mismo febrero del 2023. Una película que señalaba, a través de los muros pintados, desde Altamira hasta los últimos grafiteros, la importancia que la imagen tuvo para él. No en vano era el hermano menos del pintor Antonio Saura y, como él, solía recordar, por sus intereses, eligieron vías que fácilmente hubieran podido ser intercambiables, uno con sus dramas oscuros y sus fotografías, el otro con sus lienzos poco dados a policromías. Marcados ambos por el pesimismo de su admirado paisano, Francisco de Goya

Ahora y para abundar en que su pasión creativa se ha mantenido intacta hasta el final, a lo largo de siete décadas, aparece el libro ‘De imágenes también se vive’ (Taurus), nombre dado a lo que se presenta como unas ‘casi’ memorias. Un casi que revela que el proyecto, aunque muy avanzado, no llegó a completarse. Iniciado en el 2020 cuando el director, obligado por la pandemia, se encontraba recluido en su casa con jardín en la sierra de Guadarrama, Saura trabajó en él hasta poco antes de su muerte y hay algunos aspectos –un capítulo dedicado al director de fotografía Vittorio Storaro que apenas esbozó- que quedarán ya sin escribir. Un ictus y una caída sufridos a finales del 2022 le impidieron hacerlo. El conjunto es una serie de fogonazos fragmentarios que funcionan como confesión íntima (con poco cotilleo) y como testimonio de una época en la que la lucha de los creadores y artistas españoles por salirse del encorsetamiento de la dictadura y buscar una modernización era como picar piedra, si no algo más peligroso.

Carlos Saura y Luis Buñuel, en México en 1982, cuando el primero rodó 'Antonieta'.

Carlos Saura y Luis Buñuel, en México en 1982, cuando el primero rodó 'Antonieta'. / ARCHIVO CARLOS SAURA

Saura se evoca a sí mismo como un “niño tímido y sensible”, hijo de un abogado republicano y una pianista que dejó su vocación por los cuidados familiares, al que la guerra civil dejó huellas definitivas en su carácter. Buena parte de estas memorias está marcada por esa experiencia. A ello obedece, según el director, su carácter un tanto hosco que le alejó de los actos sociales y que hizo que le tildaran de orgulloso, distante e inaccesible: “Entender la vida en soledad me ha deparado grandes placeres y algunas incomprensiones […] por mi desinterés por la promoción y el escalafón […] que a veces es pereza y desgana”.

La imaginación de Buñuel

Pasean por el libro, apenas esbozados, sus siete hijos, habidos con cuatro mujeres distintas y una atención particular a Anna, la última y única chica: “Ver crecer y hacerse una mujer a Anna ha sido una de las experiencias más gratificantes que me ha proporcionado la vida”, pero también las amistades fundamentales que le inspiraron y le acompañaron. Por encima de todo está su paisano Luis Buñuel, cuyo nombre escuchó el cineasta por primera vez cuando tenía 12 años y a quien conoció en el festival de Cannes en 1960, cuando el joven realizador presentaba su primera película ‘Los golfos’. “Ahora que otra generación, la actual, tiene la oportunidad de ver la obra de Buñuel, les diría a los más jóvenes que vieran sus películas no como un hito cultural, sino como un hombre honesto, vital, poderoso y sensible que supo rescatar del páramo viejas y nuevas ideas, que se enfrentó con los tópicos, que utilizó la imaginación como el arma poderosa que es, dándoles vuelos con alturas difíciles de alcanzar”, escribe. 

Un momento en el rodaje de 'Elisa, vida mía', con Geraldine Chaplin.

Un momento en el rodaje de 'Elisa, vida mía', con Geraldine Chaplin. / ARCHIVO CARLOS SAURA

Más íntimo fue su trato con Charles Chaplin, padre de Geraldine –“una mujer compleja, insegura”-, a quien Saura, siempre llamó Gerarda, que fue su pareja de 1967 a 1979, y madre de su hijo Shane. Su fascinación por el director de ‘Tiempos modernos’ no le impide reconocer que es “un ególatra y obsesivo, inteligente y trabajador voluntarioso”, mientras escucha absorto a un Charlot de 80 años leer o más bien interpretar el guion de ‘The Freak’, un proyecto que Chaplin no llegaría a rodar. Tampoco hay que olvidar la amistad que mantuvo con Antonio Gades que se concretó en una trilogía coreográfica musical, en la que afloraría uno de las grandes querencias del realizador, el flamenco. Saura intentó en su juventud aprender a bailar, pero la bailaora La Quica le disuadió tras ver sus primeros intentos: “Es mejor que te dediques a otra cosa”.

Sus películas metafóricas

Respecto a su primera etapa como cineasta, cuando se erigió como uno de los portavoces del Nuevo Cine Español, con títulos como ‘La caza’, ‘Peppermint Frappé’, ‘El jardín de las delicias’, ‘La prima Angélica’ ‘Ana y los lobos’ que disparaban metáforas e imágenes clave para entender el descontento y las inquietudes de las nuevas generaciones, Saura se topó varias veces con la censura. Fueron aquellos los años más intelectuales y cosmopolitas que correspondieron a su relación con Geraldine Chaplin. Sus últimas parejas, Mercedes Pérez y en los últimos 30 años Eulàlia Ramon, también marcaron etapas posteriores más apasionadas y vitales. 

Carlos Saura con Sara Montiel en 1966, en la cena de celebración del Oso de Plata del Festival de Berlín, a 'La caza'.

Carlos Saura con Sara Montiel en 1966, en la cena de celebración del Oso de Plata del Festival de Berlín, a 'La caza'. / ARCHIVO CARLOS SAURA

En las últimas páginas de estas memorias, el realizador constata un momento de plenitud muy cercano a un final que presume. Pensar que la muerte es algo cotidiano le hace valorar el momento: “Respiro y mis pulmones se llenan de aire fresco saludable. Estoy vivo, estoy limpio. Lo sé porque respiro y porque dentro de mi cuerpo todo parece en orden. ¿Qué más quieres?".