Arte

La poesía oculta de las cosas

Las fotografías que forman la exposición de Chema Madoz en La Regenta constituyan auténticas metáforas fotográficas a través de la magia de la imaginación

Una obra de Chema Madoz en ‘La naturaleza de las cosas’.

Una obra de Chema Madoz en ‘La naturaleza de las cosas’. / Chema Madoz

Fabio García

La exposición ‘La naturaleza de las cosas’, del fotógrafo Chema Madoz, reúne en el Centro de Arte La Regenta más de medio centenar de fotos en blanco y negro, creadas entre 1982 y 2016, con las que trata de cubrir dos épocas bastante diferenciadas y en las que, a partir de la combinación de los elementos más prosaicos, crea metáforas poéticas de una imaginación sorprendente

La obra de Chema Madoz, calificada como poesía visual, ha despertado la admiración unánime de quienes han tenido la oportunidad de asistir a sus numerosas exposiciones, pues Madoz que lleva más de 40 años experimentando a través de la fotografía.

Por eso, La naturaleza de las cosas reúne nada menos que 54 obras desarrolladas entre 1982 y 2016 con las que trata de cubrir dos épocas bastante diferenciadas en su trayectoria. La primera, producida en los años ochenta, recoge imágenes realizadas en exteriores, en las que por alguno de sus márgenes descuella tímidamente una extremidad humana.

La segunda, perteneciente a la década siguiente, muestra imágenes formadas por objetos a los que ha añadido elementos extraídos de la naturaleza sin que entre ellos medie ninguna interacción humana. Se trata de fotografías realizadas en taller, que precisamente por eso no dependen del azar climático ni de ningún modelo.

Entre ambas épocas Madoz experimentó una crisis creativa que resolvió produciendo una fotografía más personal y poética que posteriormente le llevaría a colaborar con el poeta Joan Brossa.

Esta evolución hacia la poesía de la imagen hace que, en mayor o menor medida, las fotografías que forman esta exposición constituyan auténticas metáforas fotográficas que a través de la magia de la imaginación convierten la caligrafía japonesa en las ramas de un sauce llorón, las notas musicales en fruta de un árbol, unas horquillas sobrevolando una larga melena en una lluvia sobre el mar, el césped sobre la arena en un paso de peatones o hasta un conjunto de macetas amontonadas en una palmera, demostrando hasta qué punto los objetos pueden cambiar su función, modificar su significado, si son manipulados convenientemente, prueba de que nada es estable, lo cual nos hace conscientes, con toda la intención, de la fragilidad de nuestro mundo, como ya nos lo demostró la última pandemia. Esta es la idea que subyace en la obra de Madoz: el cambio más pequeño puede suponer una transformación completa.

Pero en ocasiones las metáforas alcanzan el paroxismo, como sucede en Naturaleza muerta, en la cual vemos como una simple piel del naranja se convierte en un bodegón, o en otra sin título en la que un avestruz esconde su cabeza, pero no bajo tierra, sino en un huevo, metáfora del famoso dilema de qué fue primero.

Sin embargo, a pesar de toda su ironía y humor, estas metáforas no son nada realistas, pues por ejemplo, vemos una nube encerrada en una jaula que claramente recuerda un cuadro de René Magritte, ya que la fotografía de Madoz no está influenciada por el surrealismo, sino que es totalmente surrealista y no en el sentido erróneo que la mayoría atribuye al título este movimiento artístico –surgido de una mala traducción al español–, sino en el original francés surréalisme tal como fue acuñado por Guillaume Apollinaire hace más de un siglo y que significa ‘por encima del realismo’, altura que tan sólo alcanzan quienes, como Madoz, dejan volar la imaginación a las alturas más inspiradoras. Por eso, cualquier conocedor de este movimiento, que pretendía superar lo real mediante lo onírico y lo irracional, aprecia una clara influencia de la fotografía surrealista en general y de Man Ray en particular, influjo que Madoz convierte en un referente al partir del cual crea su propio estilo.

Por todo ello, a partir de los noventa, sus fotografías surgen de una idea que él materializa en imágenes pacientemente en su taller para a continuación fotografiarlas, lo cual lo convierte en un hacedor de imágenes, rompiendo la imagen del fotógrafo tradicional. Como consecuencia de ello estamos ante un artista que no usa Photoshop y cuyas fotografías pertenecen a un reino propio creado a partir de la unión de objetos pertenecientes a los reinos animal, vegetal y mineral. Un reino en el que los animales, las hojas, las ramas, la madera, las flores o las piedras se armonizan en combinaciones inimaginables por cualquier mente humana.

No en vano, La naturaleza de las cosas hace referencia a De la naturaleza de las cosas (De rerum natura), poema sobre el estudio de la naturaleza escrito por el poeta y filósofo romano Lucrecio.

Por ende, esta exposición, caracterizada por su belleza, luminosidad y armonía, supone un catálogo de imágenes fantásticas, que cuelgan en las paredes de la sala de exposiciones de La Regenta como ventanas abiertas a otro mundo en el que la imaginación reina por encima de las leyes de la naturaleza trastocándolas. Un mundo onírico, fantástico e irreal, evocadoramente poético, en el que el blanco y negro se transforma en un texto que como los hexámetros de Lucrecio reflexiona acerca de la dimensión natural que poseen los objetos y las cosas.