Cine

‘Aparceros’, Saldías y el cine canario

El documental es, en su transparente sencillez estructural, una de las joyas del cine canario del siglo XX

Las condiciones de penuria que retrataba eran reales

Un instante de la proyección de ‘Aparceros’. | | LP/DLP

Un instante de la proyección de ‘Aparceros’. | | LP/DLP / Luis Roca

El documental ‘Aparceros’, filmado en 1972 y restaurado por Filmoteca Canaria, se exhibió en el Museo de la Zafra de Vecindario en el marco del Día Mundial del Patrimonio Audiovisual, con la presencia su director, Jesús Almendros; su director de fotografía, Ramón Saldías; y Maite Beltrán, mujer de Saldías, encargada de rodar el «making of», así como numerosas personas que habían sido aparceros.

En Canarias, en 1972, dos vascos treintañeros, Jesús Almendros y José Luis Arza, se echaron la cámara al hombro para registrar -y mostrar- lo que todos los ojos a simple vista, si miraban, podían ver. Lo hicieron apoyados en otro vasco que ya era hombre de cine, Ramón Saldías (Bidart, 1938), después de que empezara el grupo a colaborar en la revista canaria antifranquista Sansofé bajo el nombre de Equipo Ikastor, escribiendo las páginas de cine.

Fueron las personas ligadas a Sansofé quienes pusieron a Almendros, que trabajaba de aparejador construyendo el hotel IFA de Playa del Inglés, en la pista de filmar lo que se hallaba dónde el turismo no llegaba, esas plantaciones de tomates que identificabas cuando, de camino a sur de Gran Canaria, veías por la ventanilla del coche unas construcciones triangulares grises de palos de caña seca -cucañas- que muchos niños pensábamos que eran tiendas de indios como las que salían en las películas del oeste.

El miércoles pasado, 18 de octubre se proyectó una copia restaurada por Filmoteca Canaria del documental Aparceros en el Museo de la Zafra de Vecindario. Dura 18 minutos. Fue filmada en 1972, terminada en 1973 y estrenada en 1977, pues no pasó la censura franquista.

Al acto acudieron su director, Jesús Almendros, su director de fotografía, Ramón Saldías, y Maite Beltrán, mujer de Saldías, encargada de rodar el «making of», que también se proyectó, fundamentalmente imágenes de Saldías y Almendros filmando valiéndose del Seat 600 del productor. También se proyectaron unas imágenes filmadas por Saldías de movilizaciones de aparceros en 1982 frente a la presidencia del Gobierno de Canarias, cuando estaba en el palacete de San Bernardo de la capital grancanaria.

El próximo viernes se presentará el libro que Onintze Saldías, hija menor de Ramón, ha escrito sobre su padre

El acto se enmarcó en el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual, que cada año conmemora Filmoteca Canaria. Fue presentado por Onintze Saldías, hija menor de Ramón y Maite. El próximo viernes ella presentará el libro que ha escrito sobre su padre, editado por el Cabildo de Gran Canaria.

En el emocionante coloquio posterior a la proyección tomaron la palabra personas que habían sido aparceros, ya fuera siendo niños, ayudando a sus padres, o adultos. Alguien dijo que nadie en Vecindario debería no conocer el Museo de la Zafra. Y que las condiciones de penuria que retrataba el documental eran reales, que incluso se quedaban cortas, añadiendo que muchas veces para comer, el padre de la familia ordenaba una cabra, mezclaba la leche con gofio en una escudilla y de ahí, cada uno con su cuchara, cogían todos. Alguien quiso puntualizar que la zafra del tomate se extendía más de los siete meses que se le atribuyen oficialmente, porque, «por lo menos antes de que llegaran los invernaderos, había que sumarle al menos dos meses más de preparación de la tierra, trabajo que no era remunerado».

Un fotograma de la proyección. | | LP/DLP

Un fotograma de la proyección. / Luis Roca

Alguien afirmó sin tapujos que los patrones «eran unos ladrones», que muchas veces no cumplían con la paga a final de mes con cualquier excusa. También, que estos buscaban para el trabajo a los perfiles más sumisos y a las familias que tuvieran más hijos, porque los niños también trabajaban -en esa época no era obligatorio ir al colegio- y eso significaba más mano de obra, y gratuita.

Que a muchos los traían del norte de la isla con promesas de que no les faltaría de nada y que al empresario no le gustaba la gente revoltosa. Alguien dijo que el sumiso de mayor rango del patrón era el que llamaban «el encargado» y que, además, tenía a unos hombres que denominaban «topillos» para captar a los sumisos. Alguien dijo que el patrón escogía a chicas guapas de la aparcería si celebraba alguna fiesta privada y que se refería a las mujeres como cabras cuando se enteraba de que una había vuelto a parir. Parían en las cuarterías, entre los cerdos y rebaños de cabras que también cuidaban. Alguien dijo que había quien se ocupaba de seleccionar a los hijos más estudiosos de las familias para apuntarlos como seminaristas.

Alguien dijo que las mujeres trabajaban embarazadas casi hasta el momento del parto, y que, a diferencia de los hombres, seguían trabajando en la casa, con los niños y la comida, cuando la jornada había terminado –«de sol a sol y en muchas ocasiones también las noches»- mientras el hombre esperaba por la cena en la mesa con una botella de ron. Que el ambiente habitual en las familias en tales circunstancias era hosco. Una mujer dijo que «gracias a Dios» ella logró sacar a sus hijos adelante sanos, y que ahora trabajan en otras ocupaciones que no son la aparcería. Que con el dinero que fue ganando se construyó la casa en la que todavía hoy vive.

Alguien quiso puntualizar que la zafra del tomate se extendía más de los siete meses que se le atribuyen

Alguien dijo que en las infraviviendas donde vivían los aparceros, como muestra el documental, no había ni luz ni agua corriente. Alguien añadió que morían muchísimos niños, que si uno enfermaba había que llevarlo primero al médico de Agüimes y, si no estaba, al de Ingenio, si no, al del Carrizal, que tardaban en ir y venir todo un día, y que muchos niños morían en el camino. Que por ese motivo había una zona del cementerio habilitada para enterrar niños. Alguien dijo que las madres protegían a sus hijitos tapándolos con plásticos del azufre de los pesticidas que se echaban desde avionetas sobre las plantaciones. Y que no se sabe cuántos murieron por el efecto de estos pesticidas, porque es un asunto sobre el que se echaron toneladas de tierra y que alguien debería hacer hoy un documental para sacarlo a la luz. Alguien dijo que, como niña que fue de esa época, su infancia a pesar a las penurias fue feliz.

Alguien dijo que vivían en chozas que se mojaban por dentro cuando llovía y se protegían del frío con mantas roídas, qué enfermedades como la sarna y la tiña eran moneda común. Una niña aparcera, hoy mujer de 44 años, recordaba que muchos años sus padres no tuvieron para regalarles por Navidad y que, una vez, su padre los despertó para decirles que los Reyes Magos ese año sí habían venido y el regalo era una naranja y un palo de bizcocho. En el coloquio después de la proyección, lloraron muchas personas que tomaron la palabra, algunas desconsoladamente.

De izq., a dcha., Ramón Saldías, Jesús Almendros y Maite Beltrán, antes de la proyección. | | LP/DLP

De izq., a dcha., Ramón Saldías, Jesús Almendros y Maite Beltrán, antes de la proyección. | | LP/DLP / Luis Roca

Aparceros es, en su transparente sencillez estructural, una de las joyas del cine canario del siglo XX. Es una de las dos únicas muestras de documental político que ha dado la historia del cine de Canarias en el siglo XX -el otro es Tenerife (1932), de Yves Allegret y Eli Lothar-, una película de obligado visionado para conocer nuestro pasado y entender nuestro presente. Una pieza que da latigazos en los ojos al espectador, que le provocan dolor, rabia, asombro y emoción. Un filme casi enteramente mudo, acompañado en la banda sonora por canciones folclóricas, entre ellas la clásica Polka frutera de Los Sabandeños.

Una película en tres actos, el primero, la vida de los turistas en los hoteles del sur, bañadores, solaz, paella y botas de sangría; el segundo, la vida en la aparcería, escasez de agua, barrigas desnutridas, pies desnudos y espaldas encorvadas; y el tercero, las fiestas a las que acudían los aparceros en sus momentos de asueto, los cochitos de choque, la banda de música avanzando rodeada de chiquillos por el pedregal interpretando el «Y viva España» de Manolo Escobar, las peleas de gallos y la lucha canaria. Así termina, congelando la imagen de uno de los luchadores después de ser tumbado, por el contrario.

Pero el legado cinematográfico de Ramón Saldías, hombre de buen carácter, risa espontánea y espíritu conciliador, desde 1972 siempre acompañado por Maite Beltrán, va más allá de su trabajo en Aparceros. Es el primer cineasta profesional de la historia reciente de Canarias. También, el director y productor de la primera película canaria que compitió en el festival internacional de cine de San Sebastián, el más importante de España, El camino dorado (1979). Y el primero en hacer una película de kárate en España, Kárate contra Mafia (1981), que firmó como Sah-Di-A, y con la que, en 2016, a los 78 años, firmó autógrafos por primera vez en su vida, en París.

Ramón Saldías es también el último en hacer una serie de dibujos animados con celuloide en España (El chou de Cho-Juá, 1996). Además, su archivo fílmico privado, tanto de películas como de equipos, fruto de innumerables trabajos para televisión y publicidad con su empresa Aske Films, creada en 1973, retrata como ningún otro los años 70 y 80 en Canarias, especialmente en Gran Canaria, con una mirada universal comprometida con lo local adelantada a los tiempos.

Los canarios hemos tenido la suerte de que nos visitara cuando vino de Euskadi para trabajar para Televisión Española en la costa africana en los años 60 y pasara más de 30 años entre nosotros, manteniendo encendida, a golpe de claqueta, nuestra memoria. Y, para el gremio del cine, demostrando que no hay obstáculo infranqueable, que sí se puede. Desde 2003 vive en San Sebastián. El Gobierno de Canarias, el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria tienen ahora el deber moral de corresponderle como merece.