Amalgama

Dios y la ciencia

Una recreación del ‘Big Bang’. | |

Una recreación del ‘Big Bang’. | | / JOAQUÍN A. VALLINA

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

Acaba de publicarse en español el libro Dios - La ciencia - Las pruebas (Editorial Funambulista), escrito por Michel-Yves Bolloré, ingeniero, y Olivier Bonnassies, teólogo, que ha vendido cientos de miles de ejemplares en Francia. El libro está prologado por Robert W. Wilson, premio Nobel de Física de 1978, y, en la edición española, por la historiadora Elvira Roca Barea. Robert W. Wilson, junto con Arno Penzias, descubrieron en 1964 la radiación del fondo cosmológico, el supuesto eco del Big Bang, y replantearon que el Universo tenía un inicio, lo que siempre fue un problema porque exigía un Dios creador, y los oponentes ateos no querían un Universo con principio por ese motivo. Ponen Bolloré y Bonnassies el ejemplo de Engels: «Convencido por el carácter evidente de ese razonamiento, el célebre filósofo marxista Friedrich Engels le escribió a Karl Marx el 21 de marzo de 1869: El estado de gran calor original a partir del cual todo se enfría es absolutamente inexplicable; es incluso una contradicción y esto presupone la existencia de un Dios». De ahí que Engels «llegó a sostener que el segundo principio de la termodinámica tenía que ser falso, ya que aceptarlo llevaba a reconocer un comienzo del Universo y, por lo tanto, un creador, hipótesis incompatible con el materialismo dialéctico».

El horror vacui aquí es, pues, el de un Universo con principio: «Cuando la hipótesis del Big Bang se confirma y se prueba a partir de 1964, gracias al descubrimiento de la radiación cósmica de fondo, que correspondía de manera tan precisa a las previsiones de Gamow y de sus amigos, los defensores del Universo eterno se sienten desestabilizados ¿Qué soluciones quedan para rechazar que el Big Bang es el comienzo absoluto del Universo? Es durante esos años cuando se imagina la teoría del Big Crunch o del Gran Colapso, que es el doble invertido del Big Bang.

Según las ecuaciones de la relatividad de Einstein, la velocidad y la aceleración de la expansión del Universo dependen de su densidad, de su presión, de su curvatura espacial y del valor de la constante cosmológica. Si la densidad del Universo es suficientemente grande, después de un periodo de inflación y de expansión, el Universo llegará a un periodo de contracción y de reflujo. Durante decenios, esa hipótesis va a parecer la más sólida para conservar la idea de un Universo eterno, postulando una sucesión repetida de ciclos... Pero, sin previo aviso, en 1998 se descubre que la expansión del Universo se acelera y la hipótesis del Big Crunch se desmorona».

En 1998, Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess probaron que la expansión del Universo se acelera actualmente en lugar de decelerar, como se había imaginado, y reciben por ello el Premio Nobel de Física en 2011. Bolloré y Bonnassies lo explican muy animosamente a lo largo de su texto, y llegan a considerar que el constatar que el Universo tuvo un origen es una prueba científica de la existencia de Dios. Penzias y Wilson, el prologuista, buscaban un halo alrededor de la Vía Láctea, pero dieron un exceso de ruido que terminó siendo «el eco de la creación del Universo», una «radiación fósil proveniente de una época muy antigua del Universo», gracias a la contrastación de datos con el físico de Princeton, Jim Peebles, que terminó, también, siendo Premio Nobel de 2020. Wilson recuerda: «Nuestro descubrimiento hizo añicos la creencia según la cual el Universo no tenía comienzo ni fin», y añade: «No puedo pensar en una teoría científica del origen del Universo que coincida mejor con las descripciones del libro del Génesis que el Big Bang. Aunque, en cierto modo, esto solo pospone una vez más la cuestión de su último origen ¿Cómo llegó a existir ese espíritu o Dios, y cuáles son sus propiedades?».

Se quejan Bolloré y Bonnassies de que «es revelador, por ejemplo, que se prefiera dedicar mucho tiempo y dinero a la búsqueda de eventuales extraterrestres, como en el marco del programa SETI (Search for Extra-Terrestrial Intelligence), en lugar de dedicar un poco de atención a la hipótesis de un Dios creador. Si existe, ¿qué es Dios, en efecto, sino un superextraterrestre?». Los autores se adhieren epistemológicamente a la tesis de la falsabilidad de Karl Popper e inician su aventura en busca de pruebas de que Dios existe. Y un Universo con principio es un Universo con fin: «Si las leyes de la naturaleza no cambian con el tiempo, el único final posible es la muerte térmica del Universo. ¿Qué supone dicha perspectiva? Todos los soles se van a apagar, toda fuente de energía va a consumirse y, por constante dilatación y expansión, el Universo va a enfriarse constantemente para tender hacia el cero absoluto y llegar, por otro lado, a un estado de entropía máxima en el cual toda reacción termodinámica será imposible.

Se estima que se alcanzará ese periodo oscuro total (Dark Era) después de 10 elevado a la potencia de 100 años, aproximadamente, pero que no habrá ya energía suficiente como para que siga existiendo una forma de vida a partir de 10 elevado a la potencia de 30 años. Pueden existir ciertas variantes a ese desenlace, como la hipótesis especulativa del Big Rip (Gran Desgarramiento), imaginada en 2003 por tres investigadores estadounidenses, con un punto final previsto solamente dentro de veintidós mil millones de años, pero globalmente, un final oscuro, frío, disperso, parece a muy largo plazo inevitable».

El proponente del primer átomo en el Big Bang fue el sacerdote Georges Lemaître, cuyo artículo L’hypothèse de l’atome primitif. Essai de cosmogonie (1946), leyó Albert Einstein y dijo que calificó de correcto pero de «intuición física abominable», y lo tildó, en 1927, en el Congreso de Solvay, de «física de curas». Pero Hubble lo confirmó en 1933, con lo que la tesis de Alexander Friedmann en 1922 y Georges Lemaître en 1927, fue aceptada.

Georges Lemaître sufrió su condición de sacerdote, que le hacía sospechoso de parcialidad, de concordista, por intentar que los descubrimientos cosmológicos concordaran con el relato bíblico de la creación a partir de nada. Pero como dice el físico Wilson, esto solo pospone una vez más la cuestión del último origen: «¿Cómo llegó a existir ese espíritu o Dios, y cuáles son sus propiedades?». Y seguimos en las mismas, la ciencia y su método es completamente inútil para concebir, explicar y hablar de eso que llamamos Dios.