La memoria no es un archivo

La poesía como aventura existencial, en ‘Hotel Galea. Diálogos con Pedro Perdomo Acedo’ , de Jorge Rodríguez Padrón y Nilo Palenzuela

Pedro Perdomo Acedo

Pedro Perdomo Acedo

daniel barreto

Apenas una nota del poeta Pedro Perdomo Acedo escrita en un hotel de Badajoz hacia los años treinta de la pasada centuria. Su perspicacia atrapa la atención de los descubridores y el crítico Jorge Rodríguez Padrón decide comentarla para aclararse a sí mismo. No tarda en contar por correo electrónico sus empeños al escritor Nilo Palenzuela, cuyas respuestas acaban incorporadas a Hotel Galea. Diálogos con Pedro Perdomo Acedo (Mercurio, 2022), entrega de “Sobrescritos”, colección tenazmente dirigida por Eugenio Padorno.

Parece difícil no evocar la experiencia literaria que, hacia 1800, los hermanos Schlegel y sus compañeros de la revista Athenaeum confiaron a la conversación epistolar. La pasión por la pregunta y la escucha es indiscernible de la gran invención de aquellos románticos: la teoría de un espacio mental libre, incluso antisistema, llamado “absoluto literario”.

¿Quién se atreve hoy a una aventura semejante? ¿En la época de los algoritmos y las cárceles de espejos? ¿De la cámara de ecos y eterna repetición de sí mismo? Pues mucho costaría inventar un entorno mejor pertrechado que el virtual para desterrar las preguntas y las escuchas. Dicen los estudiosos que aquella cultura del encuentro postal se perdió con el círculo de los Schlegel, pero acaso queden restos donde menos lo espera uno. Puede ser que varios sigan coleando en Hotel Galea.

Antes de hablar sobre la memoria, asunto principal del libro, mencionemos la posición que comparten sus tres voces: la poesía como aventura existencial. Esa fidelidad atraviesa el libro en la forma de una crítica amarga a la mercantilización de la literatura. Los autores no denuncian a la ligera, pues alientan a renovar las energías de la palabra y a profanar los tópicos consagrados: “No todo se resuelve con poner pie a la imagen de la realidad, esa redundancia, por bien que parezca; la cosa reside en intervenir para activar una relación siempre nueva con el mundo”.

Ahora bien, añadimos por nuestra cuenta, la banalización de la literatura no obedece solo a elecciones personales. Se impone con la quiebra social que impide a los individuos sostener su biografía e incluso realizar experiencias propias. En lugar de un itinerario vital, la identidad parece reducirse hoy a desesperada exhibición consumista. Como si no hubiera ya un último resto fuera de la igualación entre el yo y el marketing de sí mismo. Triunfa quien accede a los productos de prestigio. En arte y literatura, tres cuartas partes de lo mismo. Por eso el contenido resulta poco menos que anecdótico.

Claro que entonces los huéspedes de Hotel Galea podrían aducir que precisamente ahora la poesía no debe claudicar. La poesía permite recordar al menos la posibilidad de que todavía hoy pueden existir individuos y no funciones, personas y no piezas fungibles, seres humanos y no material reciclable. Por ello resulta indispensable asumir que el “sujeto es memoria, o no es; suma de todo, pero nunca satisfecho; dispuesto a seguir, pero en modo alguno orientado hacia un destino”.

Por esa vía incierta anduvo la poesía de Perdomo Acedo y es el camino también de Nilo Palenzuela y Jorge Rodríguez Padrón. Hotel Galea lo atestigua de sobra. En ese sentido resulta admirable asistir al taller poético de Palenzuela, sus correos dan cuenta del proceso creativo de Otro mar, otro suelo, un poema largo de 2022 que acoge las memorias negadas por el colonialismo en África como parte desconocida de nuestro rostro. Otra muestra admirable de la fragua es la traducción comentada de “Burnt Norton”, de T. S. Eliot, que enmienda la plana al gran José María Valverde.

Dijimos que el tema principal de Hotel Galea era la memoria. Y aquí se halla precisamente la discrepancia más interesante entre los autores. Palenzuela toma acta de los cambios provocados por internet, los buscadores electrónicos funcionan como un reservorio descomunal y aplastante, su tendencia a engullir todo lo que se mueva no tiene límites. Ningún texto podrá evitar ser metabolizado por el gran procesador omnisciente de la inteligencia artificial, el capitalismo de datos y su “economía de la atención”, que hace trizas la poca imaginación que nos va quedando.

Pues bien, ¿cómo afecta el archivo digital a la concepción de la memoria? ¿Qué significa hoy realmente recordar? Rodríguez Padrón responde a contracorriente: “No puedo asumir que desarrollar la memoria suponga un ejercicio similar al mero acúmulo mnemotécnico de datos”. El crítico ha tocado hueso, ha visto que la memoria no es información, sino la experiencia de la humanidad sedimentada en el lenguaje, mejor dicho, en el inconsciente del habla, por eso es cualitativa y subterránea. La verdadera memoria se opone a la informática como los ludditas a las máquinas durante la segunda década del XIX en Inglaterra. En el fondo, pues su lugar son los bajos fondos, trabaja contra la “sociedad de la información”. Su movimiento esquiva la homologación entre máquina e inteligencia, porque no hay memoria sin sentimientos morales, es decir, sin un cuerpo vulnerable que la despierte, también y sobre todo cuando el sujeto no quiere.

Y, por cierto, resulta una ilusión muy pobre y en verdad primitiva desligar el juicio moral de las otras dimensiones de la razón. De hecho, si la troceas, se vuelve irracional. Dicho de otro modo: el problema realmente grave no es que exista la inteligencia artificial sino que nos hayamos creído que eso que repite como un loro sea algo mínimamente parecido a pensar. Un despiste tan grande quizá solo se explique porque estamos cerca de dejar de hacerlo.

No pocos signos indican que, para rescatar una razón no mutilada, habrá que recurrir al radicalismo de la palabra poética, a su respiración, guardada en la memoria involuntaria del cuerpo. Aunque no esté claro por cuánto tiempo.