Literatura

Lenin

El mérito del libro es que se ha servido de documentación recientemente desclasificada

Javier Doreste

Javier Doreste

He aquí un libro que hay que leer con la mente abierta y procurando alejarse de los prejuicios. Su mérito principal es que ha podido disponer de documentación nueva, desclasificada hace poco por los nuevos gobernantes del Kremlin. Ello le permite reivindicar la figura de Nadia Kruspkaya como una revolucionaria entregada y no como la simple secretaria y compañera de Lenin como mucha historiografía dejaba creer. Era marxista y estaba dedicada a tareas revolucionarias antes de conocer a Lenin. Y en su convivencia se la muestra como una mujer con criterio, capaz de rebatir y discutir con el líder revolucionario cuando lo consideraba necesario. No olvidemos que es ella la que convence a Lenin, pese a las reticencias del mismo, a apoyar las posiciones feministas de Armand y Kollontai que convirtieron la constitución soviética en la más avanzada, en su época, en derechos de igualdad y sociales para las mujeres.

Eso sí, el autor no esconde su antipatía por el biografiado. Lo sepulta constantemente con calificativos de manipulador, dictador familiar, antipático, bronquista, etc. Y cuando cuenta las distintas polémicas a las que el revolucionario se enfrentó, siempre le carga con las culpas por dogmático, intransigente y orgulloso. No relata la polémica ni distingue claramente, excepto en alguna ocasión, los motivos ni las diferencias que la causaban. Ni siquiera cuando Plejanov maniobra para aislar a Lenin de la redacción del periódico Iskra es capaz de enjuiciar con adjetivos negativos la zorrería del viejo revolucionario para inutilizar al joven. Los prejuicios le lastran. Y la polémica con Martov, que terminaría con la división en dos alas del partido, la despacha rápidamente y cargando todas las culpas sobre Lenin. Una polémica, que fue básica para la constitución de los partidos comunistas en todo el mundo, la reduce a una riña entre dos amigos, por los caprichos de uno de ellos. Podía haber consultado las actas de ese congreso, como hizo Gerald Walter en su muy buena biografía del revolucionario ruso. Pero ni Gerald Walter ni Jean Jacques Marie (otro buen biógrafo del triunvirato fundador de la URSS: Lenin, Trotsky y Stalin) aparecen en la bibliografía manejada por Sebestyen. Por eso advertimos al principio de este texto la necesidad de tener la mente abierta al leer esta biografía.

El acceso a correspondencia hasta entonces clasificada le permite desarrollar la relación amorosa entre Lenin e Inés Armand, con su suegra, sus hermanos y hermanas, acotando el grupo familiar que prestó permanente apoyo al líder bolchevique en la organización del partido y sus tareas de propaganda. Eso sí, insiste en que todos ellos eran manipulados por Ulianov como marionetas inconscientes de lo que hacían. Pero no aporta ninguna prueba de esa manipulación, antes bien, recuerda que la madre de Nadia vive con ellos pues es imposible, con la mísera pensión que cobraba, que pudiera vivir sola. Eso sí, reconoce que Elizaveta Kruspkaya asume las tareas del hogar ante la incapacidad domestica de Nadia, como si eso fuera un defecto. Cuenta anécdotas de esa vida doméstica que contribuyen a un mejor conocimiento de los implicados. El mismo manejo de nueva documentación le permite mostrar un Lenin afectuoso con los niños, que juega con su sobrino o con los hijos de sus camaradas. Enseña un Lenin amante de la naturaleza, de las montañas, de largas excursiones en bicicleta y de las caminatas como forma de relajarse y coger fuerzas para continuar con su tarea revolucionaria. De vez en cuando incurre en una contradicción, como cuando afirma que Lenin nunca aprendió a esquiar y más adelante incluye la práctica del esquí como una de las preferidas de su biografiado. Compensa este error con una minuciosa descripción de las tablas de calistenia que Lenin ejecutaba todas las mañanas.

El libro sigue paso a paso la vida del matrimonio Lenin Kruspkaya y las grandes cuestiones, los debates y lo enfrentamientos son despachados con dos o tres frases o alguna cita de los escritos de Lenin. Este enfoque domestico tiene su interés, aunque para tener una visión total de Lenin tendría que haberse profundizado algo más en las luchas políticas resumidas aquí, como explicamos, en algunos estereotipos ya conocidos. La estrecha relación entre los hermanos Ulianov, todos ellos entregados a la causa revolucionaria, el dolor por estar ausente durante la enfermedad y la muerte de la madre, la penosa enfermedad de tiroides que sufre Nadia, el ascetismo con el que vive la pareja hasta el final, sin lujos ni ostentaciones, con comidas sencillas, la relación con Inessa Armand, etc. son tratadas en extensión y nos ayudan a tener una visión más completa del líder revolucionario y su mujer. Pero la vida intelectual de Lenin y Kruspkaya está ausente o ligeramente tratada. Obras como El imperialismo, fase superior del capitalismo (la premonitoria visión de la globalización actual) o El Estado y la Revolución son nombradas sin ningún análisis real e ilustradas con alguna cita.

Los importantes y vitales decretos para la supervivencia de la revolución, redactados y firmados por el propio Lenin en los primeros meses son citados sin extenderse en ninguno de ellos salvo en el que creaba la censura a la prensa y prohibía los periódicos contra revolucionarios. Cuestión importante la de la libertad de prensa, indudablemente, pero a nosotros que hemos visto el secuestro de una revista por una caricatura de la pareja real, la condena de una tuitera por exaltación al terrorismo por un chiste sobre Carrero Blanco o el encarcelamiento de un cantante, nos llama la atención que Sebestyen se centre en la cuestión de la prensa y olvide los decretos que dieron la igualdad plena a las mujeres, eliminando su supeditación al hombre y la visión de persona inferior moral y mental de la mujer en el zarismo. Sebestyen obvia que por ese decreto la mitad de la población de Rusia ascendió de golpe a la condición de persona humana con todos los derechos. La proclamación de la jornada laboral de ocho horas (primera en el mundo), el decreto sobre la paz, sobre la tierra y su vasta reforma agraria, la concesión del derecho a la independencia de todas las naciones sometidas por el imperio (Finlandia, Polonia, los estados bálticos, Armenia, etc.) y el de la separación entre la iglesia y el estado reconociendo la igualdad de todas las religiones y la libertad de culto, son citados en un solo párrafo sin nombrar ni las intenciones que se perseguían con ellos ni las consecuencias. La publicación de los acuerdos secretos firmados por el zar, antes de la matanza de la primera guerra mundial, es criticada como un acto de traición y sin una explicación, aunque fuese sucinta, de su contenido. Solo se cita que según esos acuerdos, el zar se apoderaría de Estambul. Y el contenido y cuantía de los créditos de la Europa capitalista a la Rusia zarista es nombrado de pasada sin explicar ni para qué se concedieron ni en qué se emplearon. La Nueva Política Económica es despachada en cuatro líneas.

En resumen, un libro interesante y útil para conocer la vida íntima de los Lenin pero incompleto en los aspectos históricos y políticos. Por eso hablamos de leerlo con la mente abierta. Por cierto, Pablo Hasél sigue en la cárcel.