Literatura

Hotel Galea

El libro de ciento seis páginas es una reflexión sobre la literatura y sobre el ambiente cultural de la capital grancanaria a través de la figura del poeta Pedro Perdomo

El poeta Pero Perdomo Acedo

El poeta Pero Perdomo Acedo / LP/DLP

Javier Doreste

Javier Doreste

A veces tropieza uno con libros que van más allá del mero entretenimiento, del placer de lo bien escrito y que nos llevan a reflexionar a la vez que disfrutamos con la buena escritura. Tal es el caso de este librito, apenas ciento seis páginas, dónde dos escritores se enzarzan en una apretada conversación, tomando como excusa un texto del tan injustamente olvidado Pedro Perdomo, poeta al que seguimos reivindicando, no sólo por la calidad sino por el inestimable impulso ético de su obra. El texto de Perdomo, unas hojas en las que reflexiona tanto sobre la literatura como sobre el ambiente cultural de nuestra ciudad, sirve de pretexto a los dos autores para avanzar sus ideas, precisamente sobre la ética literaria. El compromiso del autor con su obra y, de manera obligatoria, con su herramienta: el lenguaje.

En la primera parte, el maestro intelectual Rodríguez Padrón, restaura el texto encontrado por el hijo del poeta y lo va comentando, trayéndolo desde los años treinta en que fue escrito a nuestra procelosa actualidad. Parece el borrador de una carta o escrito dirigido a Eduardo Benítez Inglott. Nada se nos dice del porqué se halla el poeta en el Hotel Galea, ni que fue a hacer en Badajoz, ni siquiera si llegó a remitir la carta.

En verdad, hacen bien los autores no hablando de ello. Derivaríamos hacia una historia de la historia, chismorrería intelectual, y no hablaríamos de la obra en sí. Ocurriría eso que los mismos Rodríguez y Palenzuela señalan como defecto de la mayoría de la crítica literaria y reduce dicha actividad a la de historiadores, coleccionistas de anécdotas, necrófagos, pedantes en suma que exponen sus conocimientos sobre la vida de un autor pero que no nos dan ni un motivo para leerlo. Recuerden ustedes aquella plantilla de: espacio, tiempo, personajes, que nos hizo odiar los comentarios de texto, por su pobreza intelectual.

Antes bien, con acertada prosa los dos autores reflexionan y pretenden que los lectores también reflexionemos. Crimen mayúsculo en estos tiempos de urgencias mediáticas en los que una obra no permanece más allá de lo que el impulso publicitario de los técnicos de márquetin de editorial estime conveniente. Contra esta fugacidad del pensamiento y la literatura. Contra este dominio de la mercadotécnica, pretenden Palenzuela y Rodríguez, que nosotros, los lectores, leamos con pausa y detenimiento, reflexionando sobre lo que leemos y contribuir a que la buena literatura perviva más allá de las páginas publicitarias.

Tarea que emprendieron hace tiempo, recuerden el magnífico Discurso del cinismo de Rodríguez Padrón o el Desde otro mar de Palenzuela. Tarea ingrata en los tiempos que corren en los que todo se explica por el tanto vendes tanto eres. Y así vemos a los autores explicar sus obras en los medios y charlas por lo que ya no hay ni que leerlos. Que conste que nadie se niega a que un autor viva de lo que escribe.

El problema es que ya ni es eso. Se vive de lo que se difunde, de lo que se expone con rapidez, sin tiempo para meditar ni masticarlo. Como si todo fueran novelas de Keith Luger o Mallorquí. Galdós y Balzac vivieron de lo que escribían. Pero nunca se supeditaron a la prostitución mediática. Cierto que eran otros tiempos y ustedes dirán que ambos ejemplos están traídos por los pelos, pero nos sirven para ilustrar un poco de que estamos hablando. O mejor, de lo que nos hablan Rodríguez Padrón y Palenzuela y su aplicada pretensión de propalar la funesta manía de pensar.

Comentando a Marx, Constantino Bértolo citaba a Saussure cuando decía: de lo que se trata no es tanto encontrar la verdad, sino saber situarla. Y eso es lo que pretenden nuestros autores. Situar la verdad literaria, esa que se construye con el lenguaje y que, a fin de cuentas no sólo es una verdad estética, sino también ética.

Pero no se crean ustedes que reivindican una poesía o un arte para una minoría exquisita. Antes bien, reivindican un arte para todos, no hermético ni elitista. Un arte construido desde el respeto a la herramienta común, el lenguaje, que es al fin y al cabo lo que nos es común a todos. Pero sin concesiones a lo políticamente correcto, a lo gregario. Una poesía, en este caso, que además de proporcionar placer estético nos invite a reflexionar y, a veces, sea capaz de erigirse frente al pensamiento único, la última moda intelectual, perdiendo las propias raíces de la memoria. Pues de la memoria también nos hablan nuestros autores. La memoria como permanencia de las cosas, los actos y los pensamientos a través del lenguaje.

Sin el lenguaje no somos nada, no podemos ni pensar en silencio. Pensamos con palabras, y lo que pretenden Rodríguez Padrón y Palenzuela es que ese pensar con palabras lo hagamos con el mayor rigor posible, con la precisión necesaria para entender y entendernos, al otro y a nosotros mismos. Al fin y al cabo la poesía, que siempre se construye sobre lo observado por el poeta, instante o recuerdo, no deja de ser el instrumento más perfecto que tienen los seres humanos para expresar, no solo sus emociones y sentimientos, sino también sus reflexiones.

Esa vindicación de la poesía como instrumento que va más allá del fácil conmover, el ingenioso juego de palabras o la exclamación estentórea, es definirse contra corriente, contra las escuelas de literatura, las de creación, contra la memoria que nos imponen, la que construyen otros relatos ajenos a lo que fuimos y somos. Es decir, con voz clara, pausada y reflexiva, que si algo somos es memoria, memoria construida por los poetas y que arranca desde el respeto por el vencido en Homero. Recuerden que en la Ilíada, el papel de Héctor es tratado con el máximo respeto. Es la poesía no como exaltación del héroe, Aquiles, sino como vindicación de la dignidad de todos, vencedores y vencidos, como nos recuerda Santana Sanjurjo: «…pues no es el vencedor más estimado de aquello en que el vencido es reputado». Es la poesía como expresión máxima de lo humano. De este tipo de cosas nos hablan nuestros autores. Y por eso, por recordarnos que es posible otra poesía u otro arte, más libre, menos supeditado al mercado, más reflexivo, es por lo que les estamos agradecidos y les seguiremos leyendo.