8M - Vivan las redes de amigas

"Hay una grandísima propaganda alrededor de la pareja, muchísimas propaganda alrededor de la familia, y muy poca propaganda alrededor de lo importantes que son las redes de amigas", manifiesta Nerea Pérez de las Heras

Una imagen de Nérea Pérez de las Heras e Inés Hernand.

Una imagen de Nérea Pérez de las Heras e Inés Hernand.

Nora Navarro

Nora Navarro

Si en esa cuesta de Sísifo que supone empujar la piedra de la igualdad hasta la cima del mundo buscásemos las huellas del mayor triunfo del feminismo, esas son las redes de amigas. Y no habría que llegarse hasta la cima, ni desmoronarse hasta las faldas: siempre están en el camino, incluso cuando no están. "Hay una grandísima propaganda alrededor de la pareja, muchísimas propaganda alrededor de la familia, y muy poca propaganda alrededor de lo importantes que son las redes de amigas", ha manifestado en varias ocasiones la periodista y humorista Nerea Pérez de las Heras, quien reivindica, junto a una defensa acérrima de la sanidad pública, el acompañamiento de la amistad y el feminismo. "En momentos críticos, la verdadera tragedia es no tener amigas", afirma.

Aunque la máxima de que "las amigas nos salvan la vida" constituye una vieja consigna del feminismo, hasta ahora no se había situado con fuerza en el centro del debate como elección o modo relacional que nos sostiene, con independencia -o preponderancia- respecto de la fantasía romántica. La literatura reflexiona sobre esto desde que las mujeres comenzaron a ocupar sus espacios y sus páginas, como hicieron en su momento películas sororas y políticas como Una canta, la otra no (1977), de Agnès Varda, al abrigo del movimiento feminista que rugió en Francia en los 70.

Nociones como los espacios seguros, los cuidados en el centro, el futuro en comunidad, la familia elegida, socavan poco a poco los pilares de un sistema de relaciones neoliberal y patriarcal que trata de controlar y dividir a las mujeres para que la piedra caiga. También horadan los fundamentos de la estructura del amor romántico que merma, somete y diluye.

El ensayo colectivo (h)amor 9 amigas (2024), de la editorial independiente Continta Me Tienes, explora las formas múltiples y diversas de la amistad bajo la mirada de distintas autoras y colectivas contemporáneas que reivindican ese espacio compartido de vínculos horizontales, basado en la negociación, el cuidado, la ternura, la libertad, el diálogo. "Estamos aún estúpidamente convencidas de que es el sexo lo que marca la diferencia entre una pareja y una amiga, pero nunca fue esto lo que se interpuso entre nosotras, sino algo mucho más complejo. La intimidad. La vulnerabilidad total. A quién le cuentas primero un secreto o un anhelo o lo que te hicieron de pequeña", escribe Elisa Coll Blanco en el texto inaugural, Impossible to ignore. También la escritora Sara Torres ahonda en Mundos que hacen el amor en el deseo de intimidad de las amigas que cimientan una memoria compartida y alejada de "los signos que los griegos atribuyeron al cuerpo golpeado por el eros". "Porque admiro y no celo. Me entrego y no celo. Estoy en relación de amistad. Eres mi amiga pues no necesito hacerte desaparecer dentro de mí, tu libre albedrío no me causa ansiedad. Es, por el contrario, causa de admiración. (...) Tu libertad, tu alteridad y tu diferencia no me hieren. (...) Aun así, sostienes mi vida".

Genealogías y resistencias

Esta construcción de la amistad no solo entreteje redes sino genealogías enteras que atraviesan generaciones, resistencias y caminos migrantes. En la novela Nuestras madres (2024, consonni), la periodista y escritora Gemma Ruiz rinde homenaje a una generación de mujeres silenciadas, nacidas durante la dictadura, que entre jaulas domésticas y chárters a Londres forjaron los hilos que hoy cosen las alas de sus hijas y sus nietas. Pero ya entonces se apoyaban en lo que una de sus protagonistas nombra como "el clan de la cicatriz", "ese grupo de mujeres a las que recurrir en casos de emergencia, esas otras hermanas con quienes coincides en la herida, y también en la sanación". Y esta celebración afectivo-literaria también se extiende a ese proceso de transición que relata la escritora Alana S. Portero en La mala costumbre (2023, Seix Barral), donde la identidad como mujer trans se construye en el espejo de la otra a través de ese "primer aquelarre de mujeres al que pertenecer, sin distancias, sin escondites".

Nada más lejos del afán de idealizar o capitalizar estos lazos, que entonces correrían el riesgo de alienarse bajo una lógica mercantilista en tiempos de consumo y líquidez. Precisamente, la amistad-hogar también contempla el desacuerdo, la confrontación, la necesidad de espacios propios o períodos de distancia, sin que esas circunstancias sitúen a la otra en el reverso de "enemiga". La amistad conlleva la posibilidad de separación y duelo pues, como señalaba también Pérez de las Heras, no es un vínculo amor incondicional, sino de responsabilidad y sostenimiento, de "cuidar y dejar que te cuiden". Pero cuando una organización de mujeres teje su red o aquelarre de amigas, "esa es la unidad de relación más revolucionaria", lo cual, añade la humorista, puede resultar también "muy amenazante para mucha gente".

Puede que la amistad no sea lo contrario de la soledad, a veces necesaria, ni siquiera de la enemistad. La amistad es lo contrario del miedo, la inseguridad, el odio. "La amistad como modo de vida rompe el conjuro", escribe Sara Torres. Con ellas, empujar la piedra se convierte en un alivio o una fiesta. Vivan las redes de amigas.